Periodista: ojos y oídos de la sociedad

Nuevamente se celebra en Venezuela el Día del Periodista, en medio de una discusión interesante que al parecer ni tiene fin ni tampoco deviene en decisiones que nos conduzcan a algo más tangible que la pura retórica en foros donde los invitados siempre son los mismos.

Mientras fui reportera en varios periódicos pude palpar realidades que como lector ni te imaginas. Tuve acceso al poder, que a veces es mejor que tenerlo. Conocí políticos, peloteros, personalidades famosas, cantantes de salsa y hasta payasos de circo. Me di cuenta de que yo podía convertirme en los ojos y los oídos de quienes no tenían un carnet que les permitiera estar allí, donde yo había llegado por obra y gracia de un medio de comunicación...

Me di cuenta también de que sería yo la única responsable de describir lo que hubiese visto, de reseñar aquella realidad que se mostraba ante mis ojos completamente desnuda y a merced de lo que a mí se me antojara contar.

Me di cuenta de que podía yo inducir emociones, arrancar sonrisas, o provocar la ira, forjar opiniones y criterios, sólo con escoger palabras y verbos certeros, arteros algunos, para llegar adonde yo quisiera. Un día me di cuenta de esa tremenda responsabilidad, y le tuve miedo...

Pude ver cómo se tomaban las grandes decisiones, en el Congreso, en el Palacio de Miraflores, en los partidos políticos, y me di cuenta también de que aquello era un conciliábulo que sin querer yo protegía. Eran mis "fuentes" y debía mantenerlas contentas, seguras, no exponerlas jamás al escarnio público, pues a cambio me daban información, me daban "tubazos" de primera plana.

Pero en 1989, cuando vi cómo todo un pueblo se le alzaba a esos conciliábulos que yo, sin querer, protegía, me di cuenta también de que el periodismo puede ser "el" arma capaz de aplastar ideales, pero también de exaltarlos a su máxima expresión. En esos días vi cómo los políticos quitaban a sus carros las placas oficiales, temerosos de quienes cada cinco años votaban por ellos. Los vi temblar en Miraflores, los vi aumentar salarios ante la furia de un pueblo que ya nunca más se retiró a sus cuarteles de invierno.

Para mí eso era el periodismo. Pero no hace mucho tiempo dejé los periódicos, en el año 2000 apenas, para ejercer otro tipo de periodismo: el periodismo institucional. No tan placentero, no tan creativo, acaso más difícil cuando el otro periodismo se convierte en el verdugo del gobierno que tu quieres vender como lo mejor. Entonces estás en la otra acera, sabiendo cómo te pueden reseñar desde allá, aplicándote tal vez un poco de tu propia medicina...

Hoy por hoy, la discusión en Venezuela se concentra en hacer un periodismo digno, equilibrado, investigativo, riguroso. Que el periodista deje de ser la noticia para reseñar la noticia. Y de otro lado está el respeto al periodista como el ser humano que es, dentro y fuera del Gobierno, especialmente en un país donde todo el mundo quiere, se cree y jura ser periodista. Donde al periodista, a veces, se le aparta olímpicamente porque la comunicación es cosa de niños y cualquiera lo puede sustituir...

No hay un premio a la dignidad del periodista, por ejemplo; no hay un premio al periodista que hace valer su criterio por encima del de un jefe, por encima de un cargo o de un sueldo, o a veces por encima de sus propias convicciones sólo en aras de la verdad.

El periodismo con dignidad: ¿Volveremos a eso? ¿Lo fuimos alguna vez? ¿Son los periodistas de este tiempo los ojos y los oidos de la sociedad?
¿Usted qué piensa, amigo lector?


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Luisana Colomine

Profesora de géneros periodísticos y periodismo de investigación en la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV). Comunista.

 @LuisanaC16

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