La escualidez futbolística en plena revolución

Estamos enfermos de necedades mundialísticas. El 30 de junio hizo un día bello y esplendorosamente brillante en Mérida. El tráfico era soportable, y un bullir de gente se concentraba ante cualquier televisor para ver el partido Alemania- Argentina. Yo era, quizá, de los poquísimos que pasaban frente a esos grupos agitados sin que me emocionara por lo que ocurría. Era como una gran fiesta nacional, y la gente andaba de celebración, con los pelos (hasta del pubis) erizados, y a fin de cuentas lo que le importaba era gritar con todas sus fuerzas el momento en que se marcara un gol.

Bueno, no quiero juzgar a la gente por estas aficiones, que seguramente son muy pocas las ocasiones que se tienen para identificarse con el vecino, para explayarse en temas que no hieren a nadie, para excitarse con un grito y sentir que después de tantas noticias infames y desgraciadas, el mundo como que está hermanado por una pavorosa electricidad deportiva (en la que prima esa horrorosa música que escucha la gente joven y sifrina, el corneteo y la velocidad de los que conducen los carros).

Para mí ese 30 de junio, era como otro día cualquiera en el que buscaba afanosamente sentir que debía hacer algo que me justificara en esta vida. Leer un poco, garrapatear algunas líneas; hacerme una arepa, lavar una ropa que alarmantemente se estaba acumulando en el cuarto, asomarme a la ventana para recordar ciertas épocas felices (porque el día tenía un cierto sabor dicembrino en un momento en que había estado idílicamente integrado a otro ser). Es decir, me movía por mis impresiones íntimas mientras el mundo afuera tronaba por un gol. Recordé que el presidente Chávez se había visto obligado a suspender su “Aló Presidente” porque cuántos iban a escucharle. Recuerdo que estando en Barinas, acudí a comer a un restaurante italiano que estaba a reventar, que tenía como siete enormes televisores muy bien distribuidos; los puestos estaban reservados, vi gente con botellas de whisky muy caro en sus mesas, y claro, con todos los canales fijos en el asunto del fútbol (todo esto en un país que avanza desde hace siete años peligrosamente hacia el comunismo). Recuerdo que le dije, por pura broma, al dueño del local que por un instante pasara los canales a Venezolana de Televisión, lo hizo, y ¡vaya tamaño espanto y escándalo el que se produjo, y tomando en cuenta que casi todos los presentes decían ser chavistas! Allí casi todo el mundo me miró mal, como a un bicho rarísimo, porque estaba ojeando un libro mientras se disputaban a patadas la fulana pelota. Menos mal que no eran agresivos, y que saben que yo también soy chavista.

En los dos días previos al 30, se produjo casi una depresión generalizada porque no hubo partidos, y Globovisión hizo una encuesta en la que la gente de bien se estaba preparando con muchas energías para los días viernes y sábado, días “decisivos”. Llama la atención que este tipo de acontecimientos mundialísticos atrapen de manera desgarradora sobre todo a los intelectuales y seudo-intelectuales (estudiantes y profesores universitarios), a la gente de clase alta y media. Los pobres claro que lo disfrutan, pero lo hacen más escéptica y asépticamente: no lo salen a celebrar en caravanas y agitando banderas, y enloqueciéndose con el licor o la droga, o emborrachándose de argumentos de virguerías sobre los sutiles movimientos de las más grandiosas patadas. Yo lo que he descubierto realmente estos días, es que los intelectuales y seudo-intelectuales no se preocupan por lo que más atenta contra el mundo.

Que como dice Chomsky son gente simplemente CÍNICA que no tiene fe alguna en nada, que no confía en nadie, que odia al gobierno cualesquiera sea su color o ideología; que entiende perfectamente que está siendo manipulada y controlada pero mejor así porque no tiene responsabilidad y necesidad de compromiso con nada. Que puede presentir que algo grave está pasando pero no sabe ni le interesa argüir qué es. Básicamente se trata de gente despolitizada, sin destino, sin atributos. Gente temerosa de todo, que fácilmente puede ser movilizada por cualquier comercial, por cualquier programa de televisión. Gente que está muerta, y que no lo sabe, y que quizá no lo llegue a saber nunca. Eso es lo que visto y sentido estos días.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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