El venezolano ya no es ñoño ni anda haciéndole ascos a la verdad. La palabra puta se imprimía y se imprime con entera libertad en España desde antes de Quevedo. Sólo los hipócritas colonizados y esclavos que se la pasan de eterno paseo por Miami, se escandalizan por el uso directo y franco de ciertas expresiones. Anoche Globovisión, con una de sus nenas, Carla Angola, que lo primero que hace es meterle por los ojos al televidente sus protuberantes pechos, se estremecía por las groserías del Presidente. ¡Uy, que mal ejemplo se le están dando a nuestros niños! Por eso la esclavitud moderna es algo oculto, escondida entre los pliegues pastosos y supersticiosos que los medios nos van imponiendo: los valores del eterno temor a los cambios, la necesidad del consumo, la moda, el disimulo, la falacia de lo correctamente “distinguido”, “importante”. En Venezuela, se nos han querido imponer demasiados corsés, preservativos y oropeles en el habla. Por eso tiemblan los imbéciles cuando el Presidente Chávez da en el clavo y llama a Insulza PENDEJO, cuando definió de PLASTA a la decisión aquella de la CSJ al eximir de culpa a los altos oficiales involucrados en el golpe del 11-A. Aquí se había mantenido aherrojada el habla, la mente, el pensamiento, y nuestros sentimientos, bajo los preceptos idiotizantes de los hipócritas de la cúpula eclesiástica apoyados por los medios de Marcel Granier y Gustavo Cisneros. El socialismo también tiene que ver con la liberación del lenguaje.
Cada palabra tiene su peso específico además de que el estilo es el carácter. Algunos en nombre de la ñoñería no dicen las cosas por su nombre en política y por eso tuvimos tantos ambivalentes sifrinos militares y civiles “alzados” en Plaza Pantaleta. Por eso tuvimos un Luisnchi y un Luis Herrera, un CAP y un Caldera. Rafael Caldera en lugar de decir en los mítines, “Vamos a echarle bolas”, exclamaba mariconamente: “echémosle pichón”, coño, y a uno se le enfriaba hasta el neuma. Otros, como el Manuel Caballero son ñoños en la escritura, y por eso tanta tendencia en la escualidez activa hacia el amariconamiento intelectual. Gabriel García Márquez ofreció un tratado sobre “el coño de la madre” venezolano, expresión única en el mundo, que le parece admirable.
Imagínense que don Jaime Campmany o Francisco Umbral prescindieran de expresiones “inelegantes”. No tengo una inclinación natural a usar palabras malsonantes como tampoco las use por incapacidad expresiva, escaso vocabulario o comodidad, pero cada cosa en su lugar. Se trata de expulsar algo urgente e inmediato, que tiene un único instante en la vida para decirlo y porque las palabras tienen un límite, su hora, su espacio, su ambiente.
Los clásicos llamaban, nos dice Jaime Campany, a las cosas por su nombre sin esconder su significado. Los que hablaban con remilgos eran los que pensaban que la literatura debe huir del «román paladino, tal como suele el hombre hablar con su vecino». Y añade: “Algunos remilgados inventaron ñoñismos para no decir «puñeta», y hay gente que dice, por ejemplo, puñefla, puñema o puñete. No se podía mandar a nadie a hacer puñetas sin caer en grosería, y lo mandaban en cambio a hacer gárgaras, a paseo, a la porra o a la mierda, que es peor. Para no mentar la mierda, que es palabra impronunciable en algunos idiomas, se decía «la eme», igual que para no nombrar la palabra puta se sustituía por «las cuatro letras». Para no decir ¡Voto a Dios!, que es jurar, se dice ¡Voto a bríos!, que es juramento igual, pero navegante. Convertir la Sagrada Hostia en exclamación parece irreverencia grande, y sin embargo nuestros clásicos, incluso los más creyentes y devotos, soltaban a cada paso un «¡Cuerpo de Dios!», que equivale a lo mismo”.
LA FARSA SOBRE LA VIOLENCIA
Cuando somos francos se nos tilda de violentos, de intratables, temerarios, peligrosos, imprudentes, incapacitados para el diálogo. Ahora, los malvados atizan e insultan en público a Chávez (son mil veces más violentos que el Presidente), aunque, en secreto lo admiran, lo respetan y lo envidian.
La violencia nada tiene que ver con Chávez: Violencia hay en Colombia y en Perú, en los que elaboran esas bazofias de programas para la televisión donde las parejas se dan por los morros y chillan como cerdos; los amarillistas y terroristas que confeccionan las tapas de los periódicos para sacarle con ganzúa el dinero y la emoción a los pendejos, los que juegan al fútbol (causa de dos cruentas guerras en América Latina), al jockey, y todos los fanáticos de esos equipos que cuando protestan les da por mostrarles los huevos al contrario.
Cuánta violencia y odio retinto, venenoso, destila la gente que ataca a Chávez, por ejemplo Marcel Granier con su gimotear melifluo, Pablo Medina, Andrés Velásquez, Granielito, Roberto Giuti. Ah, pero cuidado, para los grandes medios estos señores están a la altura de José Gregorio Hernández.
Cuando los enemigos del Libertador lo querían desacreditar, en sus últimos años, para no escucharle sus pavorosas advertencias y profecías, lo llamaban el “Viejo Chocho”.
Luego tuvimos como presidentes una cadena de mentirosos que le decían al pueblo únicamente lo que querían oír sus amigos, adictos y secuaces. Esos nunca fueron catalogados de violentos, de imprudentes o peligrosos.
Pues bien, antes nosotros aquí no teníamos seres peligrosos ni violentos incrustados en Miraflores hasta que llegó Chávez. Aquí tuvimos a Rómulo Betancourt que al tiempo que acribillaba estudiantes en las calles y torturaba en las cárceles mantenía las veinticuatro horas del día por los distintos medios de comunicación aquella cuña de que LA VIOLENCIA ES EL ARMA DE LOS QUE NO TIENEN LA RAZÓN.
Pero el tío, para la prensa de entonces, no tenía pizca de violento. Claro, era de los hijos predilectos del director del diario “La Esfera”, Ramón Darío León, uno de los que dirigió el terrorismo mediático más implacable para derrocar al presidente Medina Angarita. Estaba Medina tan furiosamente herido por las memeces y falsedades que inventaba Ramón Darío León, que sufría por ser a la vez presidente de la República y no poder darle una paliza a este soberano cobarde. No podía hacerlo porque entonces habría sido el más grande tirano, el fascista que los adecos le vivían echando en cara. Era tal la malvada provocación (cual Globo-invención, cual RCTV), que en una oportunidad Medina Angarita le confesó a Juan Bautista Fuenmayor: “Si no fuera Presidente de la República, tomaría un foete y me iría a “La Esfera” a cruzarle a foetazos la cara de Ramón Darío León, que de cada tontería forja una infamia contra mí y contra el gobierno”[1].
Lo que le odian estos tipos a Chávez es su sinceridad, esto les provoca pánico. Cuando Chávez dijo que monseñor Baltazar Porras es un adeco con sotanas, pues miren, yo no habría atrevido a tanto, que lo conozco como la palma de mi mano, pero, que Dios nos perdone, es la purísima verdad. Cuando dijo que la Iglesia es un tumor, caramba, que cosa más perfecta, y ahora con lo que le lanzó a Urosa, a Bush y a Isulza no hay se ha equivocado en nada. Y los medios andan brincando como ranas por lo de que “ser rico es malo”, pero si eso no es de Chávez sino de Jesús de Nazareno.
Que Chávez diga que los adecos no pueden ir a unas elecciones porque se les sale el Al Capone que llevan dentro, que Dios nos perdone, pero suprema verdad..
Que diga que el que tiene hambre y anda en cuatro manos buscando como sobrevivir en este neoliberalismo salvaje no le queda otra salida que robar y matar o dejarse matar, pues, esa es otra verdad que estamos hartos de padecer cada día. Son mil veces más honestos los que roban por necesidad que quienes lo hacen sin ella (y son los algunos ricos empresarios y funcionarios públicos), que es lo que aquí se ha venido dando desde más de 180 años.
Que diga cuando le vinieron con el cuento aquel de las invasiones y le pidieron que sacara a la Guardia Nacional, y contestó que miraran los cerros de Caracas que habían sido invadidos en las narices de los grandes maulas políticos del pasado.
Sólo cuando un país sea capaz de mirar a la cara de sus propios horrores entonces entreverá una salida en el túnel. Antes no. Pues que cierre RCTV, y verá cómo Venezuela mejorará en todos los sentidos. Que así sea.
[1] Historia de la Venezuela Política Contemporánea, 1899-1969, Juan Bautista Fuenmayor tomo IV, pág. 291.