Si la tergiversación semántica y la mentira son parte consustancial de la configuración del poder y de los dispositivos de control (https://bit.ly/3ivDXOQ), los mass media –a través de su discurso– son estratégicos en la construcción de significaciones que perfilan percepciones, sentires, creencias, pensares, opiniones, decisiones y cursos de acción. A través de la palabra el poder configura concepciones de la realidad y posiciona en la plaza pública unos temas –observados desde una perspectiva particular–, en tanto que otros los desdeña. No es que los mass media sean el cuarto poder, como irrisoriamente se cree, sino que son uno de los grandes poderes fácticos que llegan a estar por encima de ciertas facciones de las élites políticas, tal como se observó en los episodios posteriores a las elecciones del 3 de noviembre de 2020 con la defenestración mediática del entonces Presidente Donald J. Trump (https://bit.ly/3w8eLE0).
Desde los mass media –y desde su correlato: las redes sociodigitales– se inducen preferencias electorales, se vanaglorian liderazgos y candidatos o se masacra la imagen de algún otro que no sea de las preferencias de "el gran elector". Regularmente, los discursos que se profieren desde esos púlpitos de la (des)información son infundados y carentes de sustancia. Proclives a incidir en las emociones de las audiencias o lectores, no importa el argumento razonado sino el sensacionalismo y el golpe de efecto en torno a temas coyunturales y descontextualizados que mantengan en permanente "estado de alarma" al televidente, al radioescucha, al cibernauta y al lector. La noticia no existe por sí misma, sino que responde a una construcción mediática editorializada en todo momento y sujeto su tratamiento a los intereses creados de sus financistas.
En esa labor desempeñan una función relevante las huestes de comentócratas disfrazados de especialistas casi en cualquier tema del momento. Lo mismo opinan de la crisis pandémica y abonan a la construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu), que diseccionan en la mente del señor Trump esbozando triviales diagnósticos psiquiátricos. Esta comentocracia –nutrida no pocas veces por académicos sedientos de aplauso fácil y de fútil reconocimiento público– no solo hace alarde de su proclividad al "sabelotodo" y al hablar con supuesta autoridad y credenciales sobre algún tema punzante, sino que también ofrecen prescripciones al respecto y asumen que sus audiencias se encuentran desprovistas de mínimo criterio. La superficialidad y la perversión es el signo indiscutible de sus ejercicios de opinión
Obnubilados o enceguecidos por el afán de poder propio o de sus patrocinadores, los comentócratas –en países como México carentes de cultura política sólida– un buen día amanecen expertos en mecánica de suelos y en estructuras de concreto o metálicas de obras de ingeniería civil (https://bit.ly/3djNTKF; https://bit.ly/2StadKz); otro día despiertan como tecnólogos y hablan del futuro de la humanidad; y si no es suficiente, se erigen en la expertise de la epidemiología y opinan con autoridad sobre la pandemia, las vacunas y demás medidas sanitarias (https://bit.ly/3wYgoFu), al tiempo que se sienten facultados para prescribir lo que un paciente y un país requieren clínicamente hablando. Parece ser que se alegran y gozan por la muerte de ciudadanos de a píe y apuestan al fracaso letal de aquellos adversarios a quienes lanzan los dardos envenenados de sus opiniones, con las cuales encubren y simulan su burla, desprecio, odio, clasismo y racismo (https://bit.ly/3h6lRna).
La charlatanería, el postureo, la superficialidad, y la ausencia de pensamiento crítico en esa élite que conforma una opinocracia, se funden con los intereses creados de ellos mismos y de quien les financia, y con la entronización de la mentira y el engaño. La capacidad de la comentocracia para representar la realidad con la palabra deformada es directamente proporcional a su vocación por apuntalar con complacencia y zalamería las estructuras de poder, riqueza y dominación.
No es un tema aislado éste de la construcción del poder desde la comentocracia. La lapidación de la palabra (https://bit.ly/3aDAs7x) desplegada desde los mass media forma parte del colapso civilizatorio contemporáneo y evidencia los vacíos de poder que persisten en las sociedades. Ello no es ajeno a la misma crisis de la praxis política (https://bit.ly/2OdSmBL) y a la estafa (https://bit.ly/3vx7tt3) y mercadeo (https://bit.ly/33ZaKWR) en que ésta fue convertida en el contexto del declive de la vida pública y de sus instituciones (https://bit.ly/3hxdVez) .
Como poder fáctico hegemónico los mass media son capaces de erigirse en parte del "gran elector", y lo hacen desde el ámbito de la palabra y la construcción de significaciones para incidir desde allí en cursos de acción y en el encauzamiento de los ejercicios ciudadanos.
En ese sentido, la fatalidad de la comentocracia se cierne como látigo implacable en sociedades despolitizadas, sin sólida cultura ciudadana y, por tanto, expuestas a la desciudadanización. Allí rinde frutos con creces y se arraiga como subcultura disfrazada de pluralidad y deseos de democratización. Quienes se elevan en el púlpito de la opinión pública lo hacen a sabiendas de que la emoción pulsiva está a flor de piel y que estimularla contribuye a esa conveniente sociedad de los extremos (https://bit.ly/3oWfhlT) y a entronizar dispositivos de control sobre la mente, los cuerpos, la conciencia y la intimidad. La crisis pandémica transparentó esta proclividad y se erigió en un territorio de disputas en torno a las significaciones y las narrativas (https://bit.ly/3l9rJfX).
El tema se torna delicado porque si se pensase siquiera en regular los excesos y extralimitaciones de esos líderes de opinión pública, se tildaría de opresor y dictatorial a quien osare dar ese paso. La lucha en la construcción de significaciones es cruenta y solo será dirimida con la construcción de alternativas en la generación de información, con el ejercicio pleno del pensamiento crítico, y a través de la creación de un nuevo tipo de ciudadano, exigente en cuanto al rigor de esa información y de las opiniones que se vierten. Reconocer que las palabras tienen implicaciones sociales y que no se las lleva el viento es un postulado indispensable para abrir esos nuevos cauces.