Existe un peligroso acercamiento del periodismo al espectáculo. Mucho se ha escrito de los medios privados venezolanos y cómo manipulan la información. Curiosamente sucede así en todo el planeta. En España, en una publicación del diario El País se realizó un reportaje patético para desacreditar a la familia del presidente Chávez. Su pobreza se debía no solo por la simpleza de los argumentos y verdades parciales, sino porque la “información” se enfocaba en las muletillas “dicen que…” además de llegar en algunos fragmentos a la mentira descarada.
Pero la compleja realidad del periodismo va más allá. Dice Furio Colombo en su obra “Últimas noticias sobre el periodismo”, es mucho más dramática la situación cuando vemos el periodismo zarandeado por fuertes vendavales de opinión pública, capaz de imponer opciones, orientar titulares y reportajes, colocando al sistema informativo en anarquía y a merced de cualquier cambio de humor de la opinión pública. Con más frecuencia afloran referencias a los que la gente pide, lo que la gente quiere, que por supuesto tampoco han favorecido al sistema de las informaciones. El periodismo está en su mejor momento cuando es un asesor independiente del público, no cuando se inclina ante sus humores. Y en el caso venezolano, llámese público revolucionario o contra revolucionario.
El debate sobre Partido Unido Socialista de Venezuela es ejemplo de ello, pues muchos voceros con tribuna para dar informaciones, conocen el descontento de la opinión pública que se identifica con la revolución. Pero lejos de orientar en la gestación plural y democrática de un partido, corean conclusiones simplistas que se acercan más a la demagogia y al espectáculo que al análisis crítico. Doblegarse a las exigencias inmediatas de la opinión y a sus ventoleras furiosas no compensa, y añadiría Colombo que se trata de un facilismo intelectual que conlleva al sensacionalismo, como una especie de fórmula en la que se requiere variedad, extravagancia, comicidad e incluso el juego o la burla. No como métodos de información serios, sino como instrumentos de mantenimiento de la atención popular y de búsqueda del favor de un público cada vez más huidizo.
El truco es sencillo, dadle al público lo que este desea. Partiendo de esa premisa se hacen telenovelas estúpidas, se califica de corrupto a todo funcionario público, y todo funcionario público califica de difamador a su denunciante. Pero nadie informa, nadie investiga, y la investigación no es viajar y colocar una cámara para hacer catarsis. Informar requiere más esfuerzo y no convertir el periodismo en un pasatiempo.
Cuando se conforme el PSUV, quienes queden fuera denunciarán que hubo ¡dedocracia!. Entonces los “informadores” complacerán esa opinión pública enardecida. Cuando un gerente demagogo ofrece altos ingresos a los trabajadores de una empresa pública, a pesar de que ello signifique la quiebra de la misma. ¿Quién se atreve a decir a esa masa laboral que sus ingresos desproporcionados los convertirán en desempleados?. No es fácil, porque existe la conclusión simplista de que los trabajadores son explotados. Y en la mayoría de los casos es así, pero qué pasa cuando es todo lo contrario. O en el caso de una masa enardecida a punto de linchar a un delincuente, ¿quién orienta a la masa a no convertirse en lo que odia?. ¿Quién le dice a los sindicatos de la construcción que la ambición y el utilizar delincuentes como fuerza política son la causa de que hayan perdido el control de la masa laboral provocando a su vez asesinatos entre ellos mismos?.
En un sistema informativo equivale a responder ¿cómo desnudar las deformaciones, emboscadas, las manipulaciones del mundo de los media en los casos en que la opinión pública es cómplice sin saberlo? Escuchad al pueblo, pero dadle información veraz y oportuna para que su ignorancia no sea instrumento de su propia destrucción. De lo contrario, no se puede hacer ni política, ni periodismo. No con la dignidad que la opinión pública exige.
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