Una de las vertientes del negocio capitalista, además de la especulación por cualquier medio, es el dominio absoluto de la información. Pese a lo que se dice, a las masas solamente se las procura desinformación, a través de los diversos medios de difusión, respondiendo a su capacidad para dar a conocer la doctrina, que se divulga a través de ellos. La superelite capitalista se guarda para ella la información, que ha acabado por ser un producto tan valioso como el dinero y los medios de difusión para generar poder. Quien dispone de la información real tiene poder, por eso es valiosa y se reserva para una minoría, en este caso la superelite.
Si el dinero es el soporte material del poder, los medios de difusión pasan a ser el sostén de la doctrina, que sirve para alienar a las masas y permitir continuar con su papel de productoras reales de ese dinero, que luego el capitalista eleva a la condición de capital. La información permite la conexión con la realidad, dispuesta para ser utilizada con algún fin rentable. Tener conocimiento, a través de la información, de lo que es real en un mundo gobernado por la apariencia es poder en sí mismo, porque permite adelantarse hacia donde conduce la realidad natural y ofrece la posibilidad de reconducirla, en base a la fuerza dominante que detenta en exclusiva el capitalismo. Todo depende de la inteligencia del sistema, que es ese espíritu conductor que trata de utilizar la realidad, llevándola al terreno de sus intereses para, en cierta manera, construir el mundo a su medida. Con ella es posible que las elites jueguen con ventaja, mientras que quienes la desconocen, caminan a ciegas y confundidos por la apariencia. Ejemplos del valor de la información para el mundo del dinero, desde los tiempos de Waterloo, es posible encontrar demasiados, hoy se pueden ver representados fácilmente de forma casi cotidiana y a menor escala en los vaivenes bursátiles de la madre de las bolsas de valores, provocados por la información, también llamaba privilegiada o de altos vuelos, frente a la desinformación que se suministra a los perdedores en el juego.
Disponiendo del dinero, la información, la difusión y el control de la realidad desde la apariencia, resulta que el poder está garantizado, porque con tales instrumentos es posible conducir voluntades en la dirección conveniente para su tenedor. Pero el capitalismo es ambicioso y muestra una clara tendencia hacia el dominio total. Por una parte, el mercado está plenamente asegurado en una sociedad diseñada para el consumo, ya no solo por las estrategias propias de la mercadotecnia, sino porque se han impuesto las tesis hedonistas como proyección del bienestar y se alimentan las correspondientes patologías consumistas para crear mayor dependencia entre las personas. Por otra parte, la política es una pieza clave, al objeto de mejorar el sistema adecuándolo a los tiempos, dado que está inmersa en la realidad existencial de los ciudadanos, por eso requiere de una vigilancia especial, en cuanto a ella corresponde el control efectivo de las masas; de ahí su transcendencia en el plano de la dominación colectiva. La dirección de la alta política mundial por la superelite capitalista, salvando las características de los distintos bloques, es manifiesta, dentro de la sutileza que caracteriza al capitalismo.
Un par de ejemplos a citar. Basta un examen somero de cómo se genera un lavado colectivo de cerebro a través de la desinformación para embarcar al mundo en una contienda de incalculables consecuencias, creando la imagen de buenos y malos, respondiendo no a la realidad, sino al interés que aspira a ser dominante. Más habitual es cómo se van colocando las distintas cabeceras políticas en algunos países avanzados —al menos se entienden avanzados en el terreno de la riqueza y el mercado—, teóricamente productos de una democracia del voto, hábilmente situadas en la escena usando de sutiles estrategias de manipulación tecnológica, cuya característica común es responder a los perfiles que permiten una mejor defensa de los intereses capitalistas, de tal manera que en el escenario político se colocan aquellos personajes que mejor pueden vender la ideología política más comercial del momento. De ahí que no sea infrecuente ver cómo, por arte de los medios, se lleva al escenario un personaje desconocido hasta entonces, al que se le da cuerda publicitaria para hacerle visible ante las masas y despertar su interés poniéndolo en imagen reiteradamente y, en el siguiente acto, situarle como protagonista en el terreno político. La aparición del espontáneo de la política tiene sentido por cuanto el producto ha sido previamente fabricado. No es complejo apreciar que responde a las características que la doctrina de la superelite trata de imprimir en la mente de las masas, con lo que el producto está en íntima conexión con la moda del momento y cuenta con la ventaja de haber sido debidamente apadrinado. Por contra, con el político ejerciente que no ha sido patrocinado o bendecido por la superelite se utilizan los medios precisos para desplazarlo del sitial del poder al primer traspié y, si esto no sucede, es frecuente que se mine el terreno sobre el que pisa.
Sobre la importancia de la información, baste decir que, sin contar, por un lado, con el manejo de la desinformación, que se sirve a las masas para tenerlas entretenidas —también llamada información veraz—, ni, por otro, con la puesta a su servicio de toda la información real —la que es útil—, la superelite capitalista no tendría tal fácil lo de operar con ventaja moviendo los hilos del mundo desde la sombra, porque posiblemente se le complicarían las cosas, ya que se abrirían las puertas a los demás para poner límites a su juego.