Consciente que la higiene mental es algo sumamente serio y de extrema importancia si se pretende subsistir en un mundo que intencionalmente nos lo intentan pintar patas arriba, debo reconocer que en algunas oportunidades me impongo el karmático aturdimiento de observar y estudiar algunos programillas claramente concebidos bajo ese determinado y peligroso fin.
El programa Buenas Noches es precisamente uno de los más patéticos esfuerzos por parte de un grupillo de personajes amorfos y cuya personalidad es imagen de sus propios complejos y contradicciones. De lunes a viernes mantienen la fatigada audacia de pretender parecer inteligentemente entretenidos. Su reconocible soporte clasista busca la no menos arrogante tarea de dar gala y cátedra de refinamiento y buen gusto. El cuidadosamente decorado set o locación, donde de manera rimbombante y lumínica, insinúan estructuras arquitectónicas supuestamente características del país nacional, es la muy asolapada forma de proponer el ambiente de la bohemia cosmopolita de los mal llamados “países del primer mundo”. Con esta locación los conductores infantilmente pretenden el hipócrita mensaje de apreciar y considerar las particularidades de la idiosincrasia de lo nuestro, mientras que en el fondo de lo que verdaderamente se trata es ideológicamente trasladarnos y evocarnos los new yorkinos ambientes del jet-set de la bohemia intelectual gringa o londinense, desde donde seguramente estos señores se hallan mejor situados y más cómodamente dispuestos para discutir los problemas políticos del país.
Kiko es uno de esos sujetos que durante toda su vida ha buscado en la inteligencia lo que su escaso porte y talento lo hubiera marginado a escribir noticias o guiones en el anonimato de un lejano rincón. A diferencia de Woody Allen no tiene el intelecto necesario para proponer y conducir un programa que se situé creativamente fuera de la rigurosidad de satisfacer el imperativo de la política del canal: confrontar al gobierno. Durante su traumática instancia en el canal Globovisión ha tenido que sacrificar la trabajada imagen que ha querido ofrecer: solidario y con conciencia social Carla Angola sinceramente muchos la creían un poco menos estúpida. Lo evidente de su amargura y disociación ha contribuido junto con su cuerpo al que se encuentre delante de las cámaras de un canal donde la aversión a Chávez, la silicona y el bisturí reinan y gobiernan su proposición comunicacional. Por último, en cuanto a Roland, el afamado conocedor de los trapos y las lentejuelas, y non plus ultra de las encopetadas adineradas de Caracas, es quien realmente ha sabido ponerles “el traje del rey” a todos quienes encuentran placer orgásmico reconociendo su caché en el vestir. Este personaje que se nos presenta como el Versace venezolano, y que al mismo tiempo es tan corriente y criollo como el chimón, cierra el triangulo de estos floripondios personajes, más chiflados y poco inteligentes que los mismos tres locos famosos de la comedia…
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