Con esta frase suele comenzar quien sabe lo que quiere decir, sabe que es importante, pero no sabe como hacerlo.
Nadie dijo que fuera fácil decir las cosas importantes. Me pregunto cuántos posibles matrimonios felices jamás se acercaron ni siquiera a un noviazgo debido a la incapacidad de los tórtolos a declarar su amor. Cuántos besos no se han dado, cuántos platos rotos y cuántos sueños frustrados.
En estos casos son solo dos vidas las que se dañan, pero ¿qué pasa cuando la mala comunicación afecta a muchísimas personas? Cientos de miles de platos rotos, millones de sueños destrozados, millones de personas que trabajan a favor de algo y no llegan a la meta porque no supimos decir las cosas. Malo, malo…
El gobierno se encuentra ahora como aquel pretendiente maravilloso, como ese amor que pasó de largo dejando un vacío en el alma, como ese príncipe azul tartamudo que no supo declarar su amor a su doncella sin zapatos.
No es posible, ni creíble, que en un país llenito de gente creativa, talentosa, con una chispa tan colorida y alegre no se haya podido idearse una política de comunicación, efectiva y propia, que refleje el trabajo que se está haciendo en nuestra revolución bonita.
Cuando estoy frente a la tele y aparece la musiquita que anuncia un micro institucional, mi primer impulso es huir al baño o a la cocina, busco excusas para pararme y hacer otra cosa, cualquier cosa, aunque sea ponerme a planchar. Imaginen lo terrible que son esas cuñas que planchar camisas termina siendo más apetecible.
Suena la musiquita, ondea la bandera, y una voz solemne nos anuncia un terrible bostezo. Aparece una obra del gobierno, maravillosa, pero enfocada desde un ángulo tan estrecho, como estéril. Presentan, por ejemplo, el cardiológico infantil, muestran los quirófanos, los aparatos de última tecnología, las salas de espera llenitas de sillas nuevas pero vacías y la fachada olorosa a cemento fresco, pero falta enfocarse en el niño que se curó, que ahora puede saltar y joder como el resto de sus amigos, que llegará a ser grande, y en su mamá, que ahora puede soñar con que su muchachito un día la convertirá en abuela. Falta la gente y el impacto positivo de esas obras en sus vidas. Falta la alegría.
Algunas veces cuando sale el pueblo lo representa un tipo que, con el mismo tono de voz que usa mi niña en un acto cultural, dice algo como esto: ‘’Tronco de casa la de petrocasa’’ o ‘’tremenda cabilla’’. Pero otra vez, como que uno se queda esperando algo más, algo que no termina de llegar.
Hay otra cuñas, como la del IVSS, que directamente atentan contra el gobierno: Llega un tipo a la taquilla y otra vez, de manera sobreactuada dice algo así como: Buenos días, vengo a cumplir con mi deber como un ciudadano responsable y pagar la seguridad social… y lo interrumpe otro disfrazado de obrero y le da unos amistosos golpecitos en la espalda mientras agrega con un tonito mas falso todavía: Claro amigo, pagar la seguridad social nos beneficia a todos. El único que aparenta ser normal en esa propaganda es el cajero dentro de la taquilla, que se queda mudo mientras ve a ese par de tipos haciendo el idiota en público.
Al final de la cuña el saborcito que me queda en la boca me dice que quien paga seguridad social es un bolsa. Mira que yo he pagado cosas en taquillas y me moriría de vergüenza si al hacerlo me pareciera a alguno de esos personajes.
Es entonces cuando me pregunto: ¿Es que quien ideó ese mensaje pensó que somos gafos? ¿Es que no hay una manera mejor de decir lo mismo?
Yo creo que si, y no una sino miles, solo habría que sentarse a pensar y dedicarse a hacer las cosas bien. También estoy segura de que no tiene que costar más dinero, que lo que si cuesta es más esfuerzo y es allí donde alguien está siendo mezquino.
Nos quejamos de Globovisión, pero si ellos, a través de una pantalla, son capaces de vender mentiras espantosas, nosotros deberíamos ser capaces de contar verdades maravillosas y no lo estamos haciendo.
Y no solo se debe hablar de logros, también hay que comunicar ideas, porque tenemos un germen capitalista metido en el hipotálamo a fuerza de Superman, Los Picapiedras, CSI y American Idol. Porque fue ese germen el que encendió sus alarmas cuando en Globovisión nos dijeron que nos iban a quitar la casa, el negocito y la libertad de soñar con poder tener un día una camionetota que jamás vamos a comprar.
Estamos contaminados del sueño americano, lo bebimos de pequeños, lo bebemos cada día en forma de entretenimiento familiar televisado. No conocemos otra forma de hacer las cosas y tenemos medios masivos que podrían enseñarnos y no lo hacen.
Estamos televisando nuestra revolución con las mismas pautas que usaban los gobiernos de la cuarta, el mismo aire de cadena nacional solemne, el mismo locutor que, usando un lenguaje rimbombante, insiste en narrar lo estamos viendo mientras que su voz nos impide escuchar lo que queremos y debemos oír.
Nuestra televisión debe mostrar al pueblo en acción, sin guiones, sin poses populacheras ideadas por alguien que imagina como es el pueblo pero que en verdad no lo conoce.
Se trata de que veamos y que nos vean, que escuchemos y que seamos escuchados, de que nos reconozcamos en quien está en la pantalla en lugar de sentir pena ajena por ese señor. Se trata de que no se subestime la capacidad creadora de la gente y que se rompan esquemas prefabricados. Se trata de ganar una guerra mediática que, por ahora, vamos perdiendo. Se trata de inventar o errar.
carolachavez.blogspot.com