En el mundo global existe una guerra mediática y los medios son herramientas de control social por parte de grupos económicos. En dicha guerra perdió el periodismo, la ética y el derecho del ciudadano a estar informado. Los gremios de la prensa, con muchas batallas ganadas en el pasado no han podido comprender una nueva realidad en la que la tecnología avanza y la sociedad absorbe. Es absurdo enjuiciar a los medios, pues no se trata de negar la globalización, el impacto de los mensajes audiovisuales y la ilusión de la post modernidad. No obstante, al Estado o lo que se pretende rescatar del mismo en el mundo le urge hacer contrapeso en el control sobre los medios, pues los intereses de los dueños de medios trabajan en contra de intereses colectivos. Allí nace un conflicto cuya dificultad radica en identificar a la víctima y el victimario. En Venezuela, el alcalde Leopoldo López, opositor al gobierno y cómplice del golpe de estado del 2002, acusa a los medios oficiales de cercenarle su libertad de expresión y la de los que piensan como él. Realmente López goza de libertad de expresión al hacer la crítica, sólo que no comprende cómo, ni dónde, ni cuando. Desconoce, como mucho, que cuando Globovisión miente o tergiversa, viola el derecho de los usuarios a recibir información veraz u oportuna. ¿Y cómo llegar a esa verdad, que para ti a lo mejor no es verdad o nunca se sabrá?, bueno, se supone que la formación de un periodista enseña como abordar los hechos y presentarlos para generar un debate y cada quien saque sus propias conclusiones. Cuando los medios privados obvian el punto de vista que no les conviene, obliga a los medios oficiales a radicalizar su política informativa, incluyendo programas agresivos cuyo fin es desmontar mentiras. La Hojilla es el programa más odiado por la oposición, y el medio Globovisión el más odiado por los seguidores del gobierno, ambos existen por el otro, y sin embargo representa un insignificante ejemplo de una guerra globalizada. Telesur recoge otra imagen del sur, radicalmente distinta a la imagen que exhibe CNN. Ejemplo obvio es Colombia, país del cual CNN ignora por completo a los paramilitares, mientras que Telesur profundiza la visión del conflicto colombiano con hechos del pasado en el que los paramilitares son pieza determinante.
El periodismo pierde independencia en el conflicto y las Universidades contribuyen al entregar al mercado periodistas poco formados para enfrentarse a un mercado que los arrodilla a los intereses del dueño del medio. La ética queda relegada a los discursos hipócritas de un salón de clase y ello incrementa la vulnerabilidad del periodista en el contexto de la desregulación del trabajo, es decir, los sindicatos y las herramientas jurídicas para defender sus derechos no le sirven de nada. La guerra mediática cobra sus víctimas desde las escuelas de Comunicación y nadie comprende que se trata de un problema educativo, en el que el Estado de mejorar su eficiencia si aspira ser digno de la confianza de los ciudadanos organizados. No basta el discurso izquierdista y horas de debate. Se debe trabajar en profundizar la investigación, mejorar las condiciones de equilibrio, pluralidad y velar por lo que se enseña en las aulas de nuevos periodistas. Ya se está adoctrinando, y ello sucede por descuido del Estado, que paradójicamente es acusado de adoctrinar. El Estado es ineficiente, porque no reconoce el problema mediático, lo define como una política maligna de Globovisión, obviando que la prensa escrita, la radio y la TV en el mundo entero están haciendo lo mismo. Por eso desde Globovisión alegan que si ellos dicen lo que dicen en todo el mundo, entonces tienen la verdad. A esta premisa se suma Caracol y RCN de Colombia, se suma CNN de Estados Unidos, Chile Visión, el diario el País, etc. Nada más peligroso que no comprender en la guerra mediática ¿cómo actúa el enemigo?