Hay momentos grandes y graves en la vida. A veces se presentan en forma repentina y uno los torea como puede. Espontáneamente se actúa en la línea de lo que fue la trayectoria de la vida.
Por eso, los defectos y las cualidades toman, en el momento grave, mayor visibilidad.
Así también para la Iglesia. Si cierta jerarquía promueve golpes de Estado contra los gobiernos progresistas, es que no ha tenido conciencia social o política que la frenara. Si ella se sitúa de manera espontánea del lado de "la reacción" y coquetea con las dictaduras (ha sido el caso en nuestro país); si hace su nido de manera contumaz en casa de los poderosos menos interesados en un verdadero cambio social; si defiende la llamada "democracia" tradicional sin darse cuenta de que en todo el continente latinoamericano por fin "algo nuevo está naciendo" (como dice el profeta bíblico), se confirma la impresión que uno puede tener al leer la historia: desde los albores del siglo XIX, la jerarquía de la Iglesia ha invocado frecuentemente la fe para defender posturas políticas indignas y sin visión de evangelio.
El encarte Iglesia urbe y orbe, publicado mensualmente en El Nacional, no dice otra cosa. Dicho de paso, ¿por qué no se publica en el diario Vea? Imposible, por supuesto. Pues la opción inicial de lugar es todo un programa, y muy significativo por cierto. En cuanto a su contenido, no hay espacio aquí para leer y desmontar este pasquín escandaloso, casi diría: blasfemo. Aprendimos en el pequeño catecismo que "blasfemo" es aquel que usa el nombre de Dios en vano. Es lo que hace este escrito, que de genuinamente religioso no tiene mucha cosa. De acuerdo con las fuerzas más reaccionarias de la Iglesia en el continente, amparándose detrás de las justificaciones más piadosas, sigue proponiendo un horizonte totalmente antifraternal.
¿Acaso sería de desear que los obispos se hicieran los defensores fervorosos de los gobiernos progresistas? No necesariamente. Pero es necesario protestar contra la parcialidad, generadora de violencia, de la autoridad eclesial, la cual, en vez de servir de factor de comunión entre gente y gente, en Venezuela y en otros países contribuye a incendiar las mentalidades.
Sacerdote de Petare