Algo cansado y amotinado de que ciertamente se me trate y juzgue “respetuosamente” a las patadas, convendría aunque solo fuese para el oportuno desquite de mis adoloridas posaderas, referirnos de aquel modo elegantemente académico como algunos “inmaculados” y “gentiles” “eruditos” nos tildan de chusma ignorante al tratar de pedagógicamente castrarnos en su deontológico disangelio (mala nueva).
Desde que Feuerbach convenientemente hablara de la División del Trabajo más de uno de estos “santos varones” (de la iglesia, la academia o, ahora, de los medios de comunicación) han comenzado a desfallecer en sus más escrotales fobias al temer ver el día que la prole, en un arrebato de lúcido sacrilegio, cayéndole a pedradas al Árbol de la Ciencia, comería y compartiría inmisericordemente el secreto del por qué hasta el momento Dios ha podido ser Dios y los ellos han “tenido” el privilegio de comunicarse con él.
Para colmo de sus desventuras en Venezuela escatológicamente hoy en día se quiere, según ellos, secuestrar la libertad de expresión nada menos de democratizando el abrumador acaparamiento de los Circuitos Radiales. Persignándose y apretando algo más que los dientes argumentan que la libertad de expresión exclusivamente debe regirse y concretarse a la libertad de oír y no de expresarse por este medio que, en definitiva, es del dominio de todos.
Los principales “arcángeles” de esta cruzada, reclutados para despotricar la necesaria revisión y legitimidad de estas concesiones, son precisamente aquellos que desde la capital de la República dominan a su bolsillo la mayor parte de la programación diaria de las más importante emisoras del país. Como los hay algunos realmente buenos también los hay otros francamente patéticos. Con el control desproporcionado con que comercialmente explotan el espectro radioeléctrico niegan todo propósito y posibilidad que los Productores Nacionales Independientes puedan alcanzar y desarrollar niveles superiores de excelencia, creatividad y, por supuesto, mejores condiciones de empleo.
Lógico es de esperar que todo lo que sale de ellas es lo que exclusivamente resulta de su interés comercializar desde la capital, regulando bajo sus determinados estándares ideológicos de calidad y preferencia (extranjera, por lo general). Impactando mortalmente en la producción de todos aquellos que esperan abrirse camino en el difícil y custodiado ambiente artístico musical. Sabido es que los dueños de estas grandes emisoras, evidentemente socias y aliadas fundamentales de las discográficas, celosamente controlan y determinan a partir de sus intereses comerciales lo que es “culturalmente” de calidad o no.
Mucho antes de que el actual gobierno existiera a las emisoras de todo el país se les impuso el todavía por ahí recordado 1X1, es decir la transmisión obligatoria de un tema nacional por uno extranjero. En esa fecha el pataleo fue igualmente diarreico, anunciaban el fin del mundo: se acaba la libertad de expresión en Venezuela. Actualmente todos los que hoy más suenan internacionalmente fueron producto de esta medida.
La libertad de expresión igualmente como es un derecho irrenunciable también contrae obligaciones y deberes indiscutibles. Mediante la figura de los Circuitos Radiales los grandes consorcios han logrado desde Caracas y sin necesidad de tener que adquirir emisoras en el resto del país, dominar buena parte de la programación y la publicidad nacionalmente. Nada menos que vendiendo su forma de hacer radio a todos aquellos que queriendo hacer radio y teniendo radio prefieren que unos extraños desde la capital se las hagan. Bien porque buscan hacer plata sin pensar o simplemente pues mantienen el grandísimo y provinciano complejo que la comunicación es obra de unos pocos, casi por Dios elegidos y desde la capital.
Francamente de no concretarse esta revisión y regulación de los Circuitos Radiales estaríamos permitiendo que los grandes emporios de la comunicación, gracias a su poder económico e influencias, terminaran adueñándose de la libertad y la posibilidad de expresión de todos aquellos que sí se consideran en capacidad económica y creativa de hacer y mantener una emisora.
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