¿Qué es lo que pasa? ¿Estamos en guerra que corremos hormigueantes, ahítos de emocionalidad y desbordados por la imaginación galopante? ¿Nuestro equilibrio racional es tan susceptible que se quiebra con un rumor, con un retazo, con una sugerencia, con una palabra? ¿Se esconde el coco en aquella esquina, acechándonos? ¿Es seguro que hoy pereceremos?
La respuesta es “sí”, es cierto, estamos guerra. No debe avergonzarlo el decirlo, saliéndonos ya de tanta hipocresía humanista, comprendiendo que ésa, lamentablemente, ha sido el prehistorial del hombre desde sus primeros genes. No parece que con la aseveración contrariemos ninguna naturaleza social ni humana. Seguimos en guerra. La guerra es el mundo. Hay centenares de guerras en este momento. Yo guerreo, tú guerreas, ellos guerrean. La paz sólo es un momento de asueto para aceitar la maquinaria.
No ha sido solamente la Primera y Segunda Guerras Mundiales, ejemplos marcos del nacimiento de los humanos actuales de la Tierra. Lo fue también la larga Guerra Fría (yo mismo soy, para ejemplo, Guerra Fría). Lo son las invasiones que por causas de expropiación de soberanías y recursos naturales realizan los países imperiales sobre los más indefensos. Lo es la colonización. Lo ha sido siempre el sistema político y económico capitalista que se le ha impuesto al mundo con los resultados conocidos de explotación y plutocracia. Lo será el futuro.
¡Qué remedio, pues, es la realidad! Está en guerra tanto el que se defiende como el que ataca, teniendo en cuenta que la neutralidad es un estado de potencial adhesión a uno de los extremos. Si no defiendes la vida misma, que es la razón extrema para justificar los conflictos, defiendes un derecho, el humanismo, lo que la historia humana ha atesorado como conquistas (a través de guerras, por cierto), una idea, un concepto de dignidad, etc. Hay guerra a veces porque no tenemos razones para hacerla, si podemos cometer una locura menor que el mismo acto de guerrear y decirla.
Pero si tu, revolucionario, soñador u hombre práctico, amante de la vida, transformador del mundo, crítico del sistema, no encuadras en el convencional paradigma de aquello que genera las injusticias y los consiguientes conflictos; y si, por el contrario, te alineas en el bando de quienes promueven un nuevo orden para el mundo, en el que prevalezca la disciplina, la justicia, la igualdad o equidad sociales, la racionalidad, todos altos valores aparentemente sólo conquistados por los libros... Criticando las abominables prácticas de quienes han detentado siempre el poder, del modo belicoso que hablamos... ¿Por qué demonios incurres, de manera tan espontánea, en los mismos vicios combatidos que argumentan tu tan hermosa lucha o sueño? (vea lo que digo: como que hay guerras conceptuadas como “bellas”).
Si es cierto que estamos en guerra perpetua, como llevamos dicho, y la irracionalidad cunde por doquier y una palabra tiene efectos impactantes de bomba atómica y el coco amenaza con zarpazos hasta del mismo cielo; como es cierto que la condición bélica parece una naturaleza humana, así como el hecho loable de que te motiven nobles razones para erradicar su causales... Entonces tengo que decirte dos cosas:
- En guerra debe prevalecer la disciplina (histórico clisé), y las causales de conmoción durante ella se deben utilizar como una fuente de energía para avanzar en la conquista sin perder el sentido racional de lo real (¿no hablamos de revolución, pues? Entonces hablaremos, nosotros, de no perder la racionalidad y el equilibrio). El enemigo aflora, paradigmáticamente, en esto rubros, en emocionalidad, animalidad, estampida, visceralidad, rumores, injusticias, asesinatos, explotación sistémica, miedo, esclavismo... Tu me dirás que conquistamos con la lucha si, como él, perdemos la sindéresis brutalmente y pareciera que nos le uniéramos, no sólo en cuerpo, sino en alma tambien).
- De ser el guerrerismo una suerte de naturaleza humana, con todo su arsenal de motivaciones ya paradigmáticas, como la desigualdad social y económica, la explotación humana, el colonialismo, la discriminación racial o religiosa; entonces tú, como revolucionario, como soñador que aspira al cambio hacia una humanidad más simétrica (lejos del hábito y uso que ha sido), tienes ante ti una tarea titánica, y no es más que luchar contra pulsiones abismales de la animalidad humana. Casi que la cristalización de una mutación. Serías esto, apotegma interpretado de El Libertador: todo revolucionario se opone a la naturaleza y lucha contra ella para lograr su obediencia, de ser necesario.
¿Entonces? No me vengas con cuentos, pidiéndome ahora que acepte perder mi sentido de juicio y tolere tus propuestas parciales de censurar al adversario (ciudadano al fin) con las mismas pintas y guisas que protestas cuando se trata de ti. Seguiríamos en lo mismo, guerrear por guerrear, logrando después del combate lo mismo que detentaba el vencido. Una estupidez. Allí no hay conquista, menos ningún sentido transformador revolucionario. No luchamos contra ninguna naturaleza humana, anclados como estaremos en los mismos pozos de la desigualdad, la irresponsabilidad social y ciudadana, el mismo sistema inhumano capitalista, la misma explotación del hombre por hombre conocida por todos.
Lo dicho por los últimos acontecimientos sobre las comunicaciones virtuales, a cuyo respecto pareces escurrir el bulto de la responsabilidad personal y centrárte en la del otro. No, no, no; somos todos, ausentes, tácitos o presentes. Nadie escapa. La polis es compartida.
Soy lapidario en esto de INTERNET, donde el anonimato, si bien es cierto es una atractiva posición de expresión, tiene que ser susceptible de develamiento ante la eventualidad del reclamo de una dignidad ofendida, de un Estado puesto en riesgo, o de una población sometida a terrorismo virtual. Debe replicar la convivencia virtual (al menos fundamentalmente) a la humana en la vida real sobre la base de un código de responsabilidad civil, de modo tal que si tú me calumnias o lesionas mi dignidad o causas sufrimiento fortuito a los míos seas susceptible de responder por ello ante un tribunal. Ni más ni menos. Ello no lesiona ninguna libertad de expresión; por el contrario, la enaltece.
Revolucionario hoy puesto por la historia y la lucha en el poder, con oportunidad de cristalizar las transformaciones sociales e individuales soñadas, sobre la base de la justicia y la responsabilidad civil, no podría estar de acuerdo en incurrir en los mismos vicios largamente combatidos, por más que se precien como factores de la condición humana. ¿Qué eso? ¿No empieza mi derecho donde termina el tuyo, así ello sea la bandera utópica de toda guerra? Y si así fuera el caso, que toda aspiración revolucionaria, soñadora, trasformadora o lo que sea, pertenezca al territorio de lo utópico y lo contranatural, ¿no y que habíamos quedado en que si la naturaleza se opone...? Dime para qué luchamos.
Noto que una simple sugerencia de investigación a un medio opositor noticiero hecha por el Presidente de la República, Hugo Chávez, ha desatado enconados debates sobre la restricción o libertad de expresión, fuera y dentro del proceso revolucionario, como si el acto de pedir responsabilidades sociales o civiles fuera materia nunca vista revolucionaria. En un segundo retornamos a estadios iniciales del proceso, de discusiones o peleas viscerales, de tomas irracionales de posiciones y hasta de guerras entre padres e hijos por causa de disparidades político-ideológicas. ¿Tan susceptibles estamos? ¿Dónde están, pues, los postulados y las convicciones que nos presentan como una opción de cambio valiosa? Dime, en fin, correligionario, para qué hacemos la guerra, esto para el caso que no ejerzamos una condición humana con ella. ¿Para responder como hombres por nuestros actos o para vivir en la impunidad como animales?
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