Nosotros creemos que la propiedad privada, es decir, los dueños de los medios de producción y, en este caso en especial, de los medios de comunicación social están en su derecho de crear organismos que sean expresión de sus intereses y, además, cumplan con su deber de defenderlos. Pero también creemos que el pueblo, ese que no tiene medios de producción pero que aspira un día en que la propiedad sobre todos los medios de producción llegue a ser de carácter social –incluyendo los de la comunicación-, tiene el derecho de recibir, de parte de todos los medios de comunicación sociales, la información veraz y, además, tiene el deber de luchar por hacerlo valer. No vivimos en un mundo de abstracciones sino de realidades concretas; no nos desenvolvemos en un mundo donde sólo tienen validez las verdades absolutas, sino que debe elaborarse políticas sobre las realidades concretas de tiempo y lugar; nos desenvolvemos en un mundo que se debate en los contextos de la lucha de clases en lo interno de cada país y en la lucha entre las naciones altamente desarrolladas (que dominan el mercado e imponen su estado de injusticias sociales) y las naciones que aspiran alcanzar un nivel de desarrollo que les libere de las cadenas de la irracional explotación y opresión sociales.
La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) es una organización de propietarios de importantes e influyentes medios de comunicación social y no de periodistas o trabajadores de la prensa. Un canciller alemán dijo un 4 de agosto de 1914, lo siguiente y es una gran verdad: “La necesidad no reconoce ley”. ¿Qué es necesidad para los propietarios agrupados en la SIP? Pues, nosotros creemos que interpretamos correctamente su visión de que la necesidad para ellos es la de dominar a la opinión pública a través de las palabras, de los conceptos, de los juicios y de los razonamientos que venden o comercializan como verdades pero que para los lectores, los escuchantes y los televidentes resultan ser mentiras, engaños y desinformaciones de la realidad. En fin, es la de creerse con la potestad o abrogarse el derecho de engañar a la opinión pública en los asuntos grandes con la necesaria autoridad para ello.
Para nosotros y así se lo decimos a la opinión pública, entendemos que los medios de comunicación privados se ocupan es de negocios económicos individuales o familiares; de promover la moral de la clase burguesa dominante para que se sienta con derecho de explotar y oprimir a los trabajadores haciéndoles creer que los propietarios son la conciencia más limpia y culta de la sociedad. En cambio, para los pueblos, la necesidad es que le informen verazmente sobre la realidad. Así de sencillo.
La SIP, todos los días hace alaridos sobre “libertad de expresión”. Es el desayuno, almuerzo y cena de todos los propietarios agrupados en esa organización gremial que piensa y actúa política e ideológicamente en función de específicos intereses económicos. Los grandes medios de comunicación, pertenecientes a la propiedad privada, enfilan sus baterías contra cualquier ente que intente regular o proteger el derecho que tiene la sociedad a ser informada verazmente. La oligarquía justifica su opinión o juicio contra los que le solicitan libertad de expresión, con el mismo argumento con que justifica una revolución sus medidas contra los medios de comunicación enemigos: para conservar la supremacía de la información veraz. De allí la necesidad que el deber se corresponda con el derecho, pero de verdad verdad y no de mentira.
. Los medios de comunicación están considerados como el cuarto poder y poco o mucho tiene de verdad, porque Napoleón Bonaparte decía que unos cinco periódicos hostiles como enemigos hacen más daño que cien mil hombres en un campo de batalla. Bolívar tenía a la prensa en alto concepto por sus diversas funciones en la sociedad y, sobre todo, como estimulador de ideas o de una causa social. Los revolucionarios no deben considerarse menos que los reaccionarios en cuanto al criterio sobre el papel (especialmente político e ideológico) que juegan los medios de comunicación social. En eso no hay que dejarse sacar ventaja, por lo menos en teoría, en la concepción que el cuarto poder contribuye, positiva o negativamente, para el desarrollo de una causa o un proceso social.
Un medio de comunicación no es sólo un propagandista y un agitador colectivo, es igualmente un organizador colectivo a favor de una causa y en contra de otra causa. Este es un principio válido para una revolución como para una contrarrevolución. Partamos de esta gran verdad: los más grandes y poderosos monopolios que concentran, controlan, dirigen y distribuyen los más reconocidos y prestigiosos medios de la comunicación social no son para la información veraz, sino para la desinformación intencional y premeditada; no para crear conciencia y conocimientos, sino para fecundar la ignorancia y la desmemoria; no como instrumentos de la verdad, sino como recurso de la mentira para la esclavización espiritual del hombre y que éste no se percate ni se preocupe por las realidades del mundo donde se desenvuelve y es víctima de los explotadores y opresores.
¿Es eso mentira? Veamos si es cierto o no: los más grandes monopolios de la comunicación social del planeta, que no pasan de diez, emiten alrededor de unos 100 millones de palabras por día, de las cuales el 90% va destinado a la desinformación y el engaño; un 6% a generar dudas; un 3% a las verdades a medias que terminan siendo las mentiras más peligrosas; y 1% para decir algunas verdades que resultan ser las menos significativas del acontecer del mundo. Esta es la verdad verdadera. Los que sueñan y luchan por la redención social no pueden aspirar otra cosa distinta del capitalismo. Por ello están en el deber de hacer su revolución que los libere de la esclavitud social.
Trotsky decía: “La prensa, que no tolera que haya el menor vacío en sus informaciones, no escatima nada para colmarlas. Para que la simiente no se pierda, la naturaleza se encarga de desparramarla pródigamente a los cuatro vientos. La prensa procede de un modo parecido. Coge todos los rumores que encuentra al paso y los echa al aire, aumentados en tres y cinco veces. Y para que se confirme una información veraz, hay cientos y miles de noticias que mueren en flor. A veces, pasan unos cuantos años hasta que la confirmación llega. Y se dan también los casos en que el momento de la verdad no llega nunca”.
Una revolución que llega al poder por la violencia revolucionaria, contrario a lo que ha respetado el proceso bolivariano, suprimiría de un solo plumazo los medios de comunicación contrarrevolucionarios en su interior al mismo tiempo que haría todo por aplastar todos los focos de resistencia o posiciones fortificadas de la contrarrevolución. Los intereses de una revolución, en cualquier momento de la historia (lo demostró la revolución burguesa, mucho antes de hablar o escribir de socialismo, contra el absolutismo feudal y la inquisición de la iglesia), no es una cosa de matices ni juego de niños haciendo su guerra de paz con soldados de golosinas. Muchas veces el pedagogo no se percata de los acontecimientos que están detrás de sus palabras moderadas de filantropía academicista.
El sagrado derecho a la libertad de expresión, para los poderosos medios de la comunicación social, es lo siguiente: mentir con alevosía y premeditación; engañar a propósito para que caiga la víctima en su trampa; desmemoriar para que haya olvido; alimentar la ignorancia para que el pueblo carezca de memoria y de conocimiento. Su finalidad no es otra que crear conciencia de resignación en el pueblo ante el capital y su sistema político e ideológico de gobernar.
¿Qué es libertad real de expresión: mentir ex profeso para engañar o decir la verdad para no dejarse engañar; emitir desinformación para germinar ignorancia y sumisión o enseñar ideas de justicia social? Cada quien responda como lo crea conveniente. Cierto es que la libertad de expresión no excluye la mentira, la disidencia, la contrariedad de opiniones, porque precisamente es la libertad de decir las cosas que se piensan y como se quieran decir, pero no es para injuriar, humillar, denigrar o desinformar a otros basándose en la impunidad de las santas libertades de “expresión”, de “culto”, de “pensamiento” o de “juicio”. ¡Allí está el quid de la cuestión!
La oligarquía comunicacional, cuando cree simplemente que algo le va afectar sus intereses y sin que nada refleje seriamente que serán perjudicados, de inmediato pela por su Biblia, aunque en el fondo de su alma crea que Dios ya no tiene poder para ayudarla porque el Diablo se ha hecho de mucho poder en la tierra, y recurre a sus violentos reclamos del respeto incondicional a su sagrada libertad de expresión, que no es otra cosa que: el más absoluto respeto a la sagrada propiedad privada para gozar de su inviolable deber de mentir, engañar y desinformar para mejor gobernar.
Es bueno tener claridad que el medio de comunicación no es el arma de una sociedad abstracta, sino que representa dos posiciones irreconciliables que se disputan el poder en la sociedad concreta: una, por la defensa a capa y espada del régimen existente y en el caso actual de la globalización del capitalismo imperialista salvaje, que es muy poderosa y muy influyente por los niveles de ‘ignorancia’ político-ideológico en un importante porcentaje de la población; y la otra, débil aún y no poderosa en recursos económicos que desea la transformación social para que haya justicia y libertad verdaderas. La primera utiliza las armas de la mentira, la desinformación, la calumnia, la injuria; y la segunda, se aferra a la verdad aunque a veces incurra en el error de pronunciar una mentira.
La oligarquía, dueña de los grandes medios de la comunicación social, parece que se aprendió de memoria un párrafo de la obra “Los miserables” para hacerlo un principio de su comportamiento (como libertad de expresión) contra los que pugnan porque cumpla con el deber de decir la verdad, y de esa manera responder al derecho que tiene la sociedad de ser informada verazmente. La propiedad privada de la comunicación, si parafraseamos a Víctor Hugo, va a lo más allá: hace la guerra al cetro en nombre del trono, y a la mitra en nombre del altar; maltrata al que lo critica constructivamente; se arroja en el tiro de caballos para que vayan más aprisa; censura a la hoguera porque quema poco a los herejes; insulta a quien le responde con exceso de respeto; encuentra en el papa poco papismo, en el rey poco realismo y mucha luz en la noche; se descontenta del alabastro, de la nieve, del cisne y de la azucena en nombre de la blancura; cuando se muestra partidaria de alguna obra del gobierno, no deja de reflejar que sigue siendo su peor enemigo; lleva siempre el pro hasta el contra. Bueno es cilantro, pero no tanto.
La recién finalizada reunión de la SIP en Aruba, de manera muy demagógica pero no menos importante, permitió el uso de la palabra a periodistas o personas que no son propietarios de medios de comunicación social; igualmente, invitó a ciertas personalidades del mundo de la derecha política o enemigos del socialismo como expositores para dar “pruebas” que algunos gobiernos (especialmente el de Venezuela) violan con descaro la libertad de expresión, por lo cual constituyen una grave amenaza para la democracia sin especificarnos a ¿cuál democracia se refieren?, si aquella que garantiza a una minoría los privilegios y la impunidad o aquella que le abre las puertas al pueblo para que se convierta en el propio protagonista de su historia. Sin embargo, los propietarios agrupados en la SIP dieron varias demostraciones, así lo creyeron, de ser los únicos que se ajustan a la verdad o a la información veraz.
Nadie, como los propietarios de la SIP en el continente americano, conocen a ciencia cierta que existen medios de comunicación que mienten sin reparos ni miramientos de ningún género, y que existen otros (más pudientes) que no dicen la verdad más que en las cuestiones de la trivialidad y que son indiferentes a las grandes problemáticas que padece el mundo, a la miseria y el sufrimiento de las mayorías sociales, porque de esa forma buscan dominar o moldear la opinión pública para resignarla a los designios de los más ricos monopolios de la economía de mercado. No es un invento o falacia decir que la mentira, en este tiempo, es el reflejo de las situaciones del medio social en que se desenvuelve el mundo. De allí, en que Fidel, para nosotros, tenga bastante de razón al sostener que estamos en un momento de la historia humana que se caracteriza por la gran batalla de las ideas. Y en esa batalla, los pueblos tienen el deber de luchar por su derecho a recibir información veraz de los medios de comunicación social.
Los integrantes de la SIP, como propietarios, hicieron manifestación pública de que sus medios de comunicación son independientes, pero no explican de quién o de quiénes son independientes y valga la redundancia: si del capital o de la información veraz. Para nosotros, nada, absolutamente nada y menos los medios de comunicación, gozan de independencia –por lo menos- política e ideológica, porque están en la necesidad de defender determinados intereses económicos, bien de orden público o bien de orden privado. Esa es la verdad verdadera. Los medios de comunicación, los que viven de la publicidad, tienen por obligación o por deber la defensa de los intereses económicos de sus publicistas. Eso es política económica más que moral o ideología. Si un medio de comunicación, por ejemplo, de un Estado revolucionario sostiene que debe funcionar o hacer valer el pluralismo, ser expresión de todas las tendencias del pensamiento social, vocero detonas las fracciones políticas que se disputan el poder, lo que estaría jugando sería un papel ecléctico, oportunista, demagógico y de centrismo, unas veces, a favor de la derecha y, en otras, de la izquierda y, no pocas veces, trataría de presentarse como la moralidad perfecta en el conflicto permanente entre Dios y el Diablo.
Por otra parte, los propietarios de medios de comunicación organizados en la SIP, llevaron ponentes de reconocida posición política proimperialista y contrarrevolucionaria, tal es el caso del señor Vivanco, quien solicitó que se haga valer la Carta Democrática de la OEA en Venezuela; es decir, una intervención armada en los asuntos internos de los venezolanos y las venezolanas. Es de esa independencia de que habla la SIP para poder hacer valer su deber a mentir, engañar y desinformar como la manifestación más segura y democrática de su derecho a la libertad de expresión.