Después de décadas haciendo caso omiso a numerosos alertas de todas las disciplinas científicas, el desarrollo no sustentable se encuentra atrapado en un callejón sin salida y con los días contados.
Intervenido agresivamente por una sociedad que demanda ambientes contenedores para sus múltiples actividades, el medio natural sufre los perniciosos efectos de la explotación capitalista en su insaciable afán de acumulación material.
Disciplinas indispensables para la planificación del desarrollo tales como arquitectura y urbanismo, responden mundialmente y con tradicional docilidad a la voracidad insostenible del sistema del capital.
No olvidemos que a la práctica continuada del colonialismo a expensas de los territorios conquistados, deben los centros desarrollados la condición que exhiben con inmerecida autosuficiencia.
El imperio español por ejemplo, encontró en las extensas costas venezolanas los puertos necesarios para enviar a Europa el producto de la depredación. Con sudor y sangre de esclavos abrió las primeras trochas para la construcción de caminos y pueblos trazados por ingenieros militares y sacerdotes de la santa madre inquisición, forzados a cubrir la desafortunada ausencia de arquitectos y urbanistas.
Siendo la pequeña Venecia un paraíso de materias primas, el colonizador se dedicó a desarrollar la infraestructura estrictamente necesaria para asegurar su extracción.
El esquema de la Corona continúa intacto, la premisa se convirtió en tradición de la misma manera en que las condiciones de bebedor, mujeriego y jugador pasaron a formar parte de la “legítima” herencia del venezolano.
No conocemos documentación histórica que reseñe remordimiento de culpa alguno por parte de aquellos ingenieros militares que ejecutaron las directrices urbanísticas castradoras de nuestras posibilidades reales de desarrollo.
Al contrario, sus sucesores continúan ejerciendo a discreción nuestro oficio a lo largo del territorio nacional, al punto en que arquitectos y urbanistas nos encontramos hoy día legalmente subordinados al poder hegemónico de un Colegio de Ingenieros de Venezuela que lejos de enmendar la histórica omisión la ha consolidado en el tiempo.
Ni la reciente aparición en universidades nacionales de facultades de arquitectura y urbanismo ha logrado revertir la deplorable “ingenierización” del proceso urbanizador. Al igual que sucedió con la medicina, nuestros centros docentes fueron enfocados por las elites a la formación de profesionales al servicio del interés privado.
La anarquía nos dota de plazas de Bolívar, cordones de miseria e insuficiencia de servicios que se reproducen como una plaga en cada municipio, reservando los espacios de calidad para el disfrute de las clases pudientes.
Ha llegado la hora de formar los profesionales que la sociedad sustentable requiere. Mientras tanto, podría pensarse en aprovechar los servicios de arquitectos y urbanistas revolucionarios que hemos sido tradicionalmente segregados por la logia del capital. Para ello se requiere mayor conciencia por parte de quienes tienen en sus manos la responsabilidad del poder político, muchas veces diluido en el tradicional reparto clientelar de cargos y obligaciones a ineptos de marca mayor.
cordovatofano@hotmail.com