¿Quién está Arria-ndo a Diego?

Don Diego, que no de la Vega, pues este gran carajo fue uno de los más conspicuos artífices del guiso durante la cuarta república, avant-garde de los raspa ollas del erario durante el período de la guanábana y favorito de las barraganas presidenciales, trasquilaba al Pueblo mientras se daba vida de jet set, acudiendo a su oficina gubernamental en helicóptero, vestido de blanco y bufanda al cuello.

Poses de divo, antecesor de los metrosexuales, ocultaba con moda y pompa, la bazofia que aún contiene su estirado cuero, como un odre con vino piche. No hay cirujano plástico que logre alisar su arrugado espíritu de amo feudal.

¿Qué hace Diego Arria aquí? ¿Solo vino a defender la Finca “Las Carolinas”? Llama la atención la cobertura que hace CNN sobre el caso, seguido del aquelarre mediático de Cloacavisión. Parece a todas luces otra estratagema de la oligarquía en combinación con la Casa Blanca, lo cual no causa sorpresa dadas sus viejas mañas de matizar con mierda sus pregones. Lo que resulta asombroso por estúpido es que salga este carcamal reconstruido a presentarse con sus poses de maniquí, como posible Frijolito para el 2012 ¿En realidad la oposición espera levantar a su alicaída “militancia” con una momia de cera cuyo prontuario criminal es enciclopédico?

El triste espectáculo televisado por el albañal de La Florida, donde fueron llevados como semovientes unos trabajadores alienados por una cultura esclavista, contiene fundamentalmente el descaro de una oligarquía que no conoce límites para subvertir el orden constitucional y su anhelo irrevocable de contravenir directrices destinadas a mejorar la calidad de vida de los venezolanos. Utilizar a esos trabajadores, ignorantes en su mayoría de los derechos que les asisten, para repudiar la intervención de la finca de su “patrón”, no es más que una muestra de cómo esta banda de depravados manipula a los incautos. Es el mayor éxito de los subyugadores: que sus víctimas les estén agradecidas.

No se si se dieron cuenta pero varias de las mujeres que declararon en ese vomitivo show, al presentarse decían su nombre completo, siendo denominador común que el segundo fuera Carolina ¿Qué es esto? ¿Acaso reminiscencias de una costumbre atávica para identificar a los esclavos? No me extrañaría que don Diego sea el “padrino” de todos los niños nacidos en sus predios, como prolegómeno de una herencia de servidumbre. Por momentos creí que presenciaría un acto de “besamanos”.

En CNN, este reptil liofilizado fue capaz de decir que el Líder Comandante tiene las manos manchadas de sangre y expuso como estrategia política, el doble juego de la apariencia democrática que les caracteriza con la promoción de un golpe de estado “porque se lo tiene merecido”. Patricia Janiot, hermoso crótalo del noticiero, no supo ocultar su apetito por la infamia.

He allí el set principal, CNN, escenario de varios montajes mediáticos contra la revolución, avaladores impenitentes de los desmadres globales de Washington. Don Diego es un enviado imperial, un manumiso de sus políticas. Es un experimento que se volverá polvo cómico, no cósmico, porque mueve a risa.

Los escuálidos recurren a todos los extremos en su búsqueda de un “mesías” que materialice sus sueños de retorno al poder. Solo consiguen pobres diablos que van desde un díscolo imberbe cuyo aporte político es mostrar las nalgas en internet, hasta un acicalado esperpento sostenido de la bandera gringa a manera de bastón.

Pero, cosas de la vida, no hay tantas diferencias entre sus gustos y colores, pues la famosa cojera de don Diego se atribuye a un desliz marital con atropellamiento incluido. Tal vez el menor de sus pecados. Alberto Federico debe saberse el episodio al dedillo, él vive de eso.


pladel@cantv.net


Esta nota ha sido leída aproximadamente 2054 veces.



Plácido R. Delgado


Visite el perfil de Plácido Rafael Delgado para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Plácido Rafael Delgado

Plácido Rafael Delgado

Más artículos de este autor