Desde que existe la
propiedad privada y la organización social dividida en clases, personas
pobres –entendiendo por ello a las personas que se encuentran en
situación de minusvalía y que no tienen más capital que su fuerza de
trabajo convertida en mercancía- los hemos tenido siempre, por lo que
confrontado con la afirmación bíblica de que “al principio no era así”,
se puede colegir que, la situación de pobreza y riqueza que separa a los
hombres y condiciona gravemente la justicia al condenar a unos –los
más- a no tener oportunidades y premiar a otros –los menos- a disponer
de ellas a su antojo, es consecuencia del pecado y el pecado realmente
original y a colores es la explotación del hermano por el hermano, la
apropiación de su derecho a la vida y la negación –por voluntad humana- a
una existencia digna.
El pecado es, en su forma más simple, desobediencia a Dios. Es ir
contra su voluntad, dando vida a la antigua oferta de Satanás -“y seréis
como dioses”-, para así imponer la voluntad del hombre. La pobreza es
pues, una consecuencia de la conducta humana y no la voluntad de Dios.
Es cierto, que debido a las diferencias naturales entre los hombres
siempre habrá unos más talentosos que otros, y unos dotados de unas
habilidades naturales para ciertas cosas definitivamente superiores a
otros, pero eso no es óbice para justificar, y ni siquiera explicar, las
espantosas diferencias que existen entre unos hombres y otros. Esas
asimetrías, insisto, no son consecuencia de esas diferencias naturales,
sino de la pérdida del valor más estrictamente humano, como es el amor y
todos sus hermosos frutos: la solidaridad, la misericordia, el perdón,
la generosidad, el sacrificio, etc.
La vida natural cotidiana referida a los meros lazos de la sangre
así nos lo enseña. No existe una familia en la que se distribuya la
comida, los cuidados básicos o el trato, en función de odiosas
diferencias físicas, intelectuales o formales de cualquier tipo entre
unos miembros de la familia y otros. Al contrario, la característica más
marcadamente humana, es la preferencia, -en cualquier familia- a
brindar mayor cuidado y hasta mimo a los más débiles o enfermos.
En esos casos tan cotidianos la naturaleza funciona muy bien y con
altísimos valores éticos. ¿Por qué entonces no se tiene similar conducta
cuando se trata del prójimo? La respuesta surge clara y desafiante:
Porque no se les concibe como prójimo, como hermano hijo de un mismo
padre. Porque no son de los nuestros. Porque los reductos carcelarios a
los que el pecado nos somete, no nos deja ver con claridad la dimensión
fraterna de la humanidad. Para un cristiano esta reflexión es
ineludible: ¿Cómo verá Dios el espantoso espectáculo de indiferencia,
soberbia y egoísmo que damos cada día ante la situación de miles de
millones de sus hijos sufriendo hambre y opresión? Debe ser muy
doloroso, para su corazón de Padre de todos, -así lo llamamos- la
conducta de sus hijos. Cómo deben repugnarle nuestros cultos, oraciones y
posturas tan reñidas en la práctica con su voluntad y deseo: La
justicia y el amor entre sus hijos.
Calderón de la Barca en el Gran Teatro del Mundo, plasma en algunos
versos la situación sicológica del pobre cuyo clamor llega hasta el
Padre clamando por justicia. Al repartirle el Autor el papel de pobre,
replica éste:
“¿Por qué tengo yo que hacer
el pobre de esta comedia?
¿Para mí ha de ser tragedia
y para los otros no?
Es mi papel de aflicción,
es la angustia, es la miseria,
la tristeza, la laceria,
la desdicha, la pasión,
el dolor, la compasión,
el suspirar, el gemir,
el padecer, el sentir,
importunar y rogar,
el nunca tener que dar,
el siempre haber de pedir"[i]
Hemos
de hacerle saber a este pobre que el autor de la comedia no es Dios,
sino el hombre que lo explota, y con él, los autores somos todos los
hombres, unos por esclavizar y otros por permitirlo. Es desafío
insoslayable para el cristiano esta situación de sordera y dureza de
corazón. Otro autor (Pérez Esclarín) más contemporáneo, nos deja otras páginas de alarma que deben concienciar al hombre:
“Dices que quieres saber de mí. La verdad que no se como me
encuentro. Mi vida es noches y soles. Zarandeando por ratos de optimismo
y negruras lentas, preñadas de soledad. Como las olas, en continuo
altibajo que se estrella y vuelve a nacer de su propia muerte. Me
invaden con frecuencia el cansancio y el desánimo. Me parece que no
estoy haciendo nada. La miseria no se tapa ni con palabras ni con buenos
deseos. Me podrás decir que tenga más fe y paciencia. Esperar una luz
de un horizonte negro. Pero esto es heroico y, peor, tampoco resuelve
nada”[ii]
No se puede poner en duda que, así como el clamor de su pueblo llegó
hasta Él y constituyó a Moisés en su instrumento para salvarlo de la
iniquidad de la esclavitud en Egipto, porque el valor de ese pueblo era
precioso para Él, del mismo modo y más alto aún, clama el pueblo de la
Nueva Alianza, a Dios Padre, este hombre de nuestros tiempos por cuya
liberación y salvación entregó a su propio hijo Jesucristo. Y ese clamor no cesará hasta que brille la justicia como la aurora delante de todos los hombres.
Para un hombre de buena voluntad es insoportable la realidad
lacerante que presenta la humanidad, es un desafío insoslayable a toda
interpretación de la naturaleza propia de cualquier civilización
humanista. ¿Cómo puede justificarse que, en momentos en los cuales el
hombre ha alcanzado niveles de productividad impensables y fabulosos,
las asimetrías sociales en el orden global alcancen cifras tales que dos
terceras partes de los seres humanos estén condenados a la muerte o
degradación por hambre?. Todo intento de buena fe por establecer
mecanismos de equidad en nuestras sociedades sólo puede recibir el más
comprometido y caluroso respaldo de las grandes mayorías.
Esto resulta especialmente cierto para las capas medias de la
población, precisamente porque están formadas por personas que han
respondido –a veces heroicamente- a las pocas oportunidades que la vida
les ha brindado. Nuestras capas medias no están formadas generalmente,
por miembros de una especie de nobleza venida a menos, sino que, como
norma la formamos aquellos que fuimos capaces de empinarnos sobre la
dureza de las condiciones económicas y sociales de origen, hasta obtener
algunos resultados fruto de una vida dedicada al estudio y al trabajo
con constancia y firmeza.
También es necesario reivindicar el papel sacrificado que en estas
pequeñas conquistas tuvieron nuestros padres o mayores y su ejemplo
enaltecedor. ¿Podemos ignorar acaso, el hecho de miríadas de niños y
niñas a los cuales les es negado todo, y en muchos casos, hasta ese
ejemplo familiar de vida honesta y equilibrada fuente de todos los
valores?, ¿Podemos ser indiferentes ante las condiciones desgarradoras
en las cuales crecen nuestros niños? Con la mano en el corazón y la
mirada puesta en el Dios Padre bueno de todos, no podemos. No podemos,
salvo que el endurecimiento y la indiferencia inyectada por la
subcultura del consumo y la competitividad capitalista hayan alcanzado
tan graves cotas en la degradación de nuestro juicio ético.
Sin embargo, pareciera que eso está ocurriendo. Pasé horas
observando con un fuerte nudo en la garganta a decenas de jóvenes en
centros comerciales sin más espacio en su corazón que ellos mismos ¿Cómo
hemos permitido que este bombardeo mediático absolutamente tóxico haya
afectado a tal punto a los sectores jóvenes de nuestras capas medias?,
sin duda que habremos de responder ante Dios por este crimen de lesa
humanidad. ¿Cómo hemos tolerado que durante años, miserables gigantes en
dinero y liliputienses en lo humano, hayan grosera, falaz e
impunemente, inoculado tanto desprecio e indiferencia por el prójimo?
Algún día, las capas medias (profesionales, técnicos e intelectuales) de
nuestra generación habrán de construir su propio muro de los lamentos
donde llorar nuestra torpeza y cobardía y pedir con dolor interminable
perdón a Dios. Cuando hallemos el valor de mirarnos con espíritu de
conversión y arrepentimiento, veremos como tantos
instrumentos manipulados y vergonzantes del ayer, adquirirán nueva
dimensión ante nuestra propia miseria. A otros más emblemáticos, al
menos, quizás les quedó el consuelo de haber sido engañados por
verdaderos gigantes de la manipulación: Hitler, Goebbels, Mussolini,
Franco, etc., pero, ¿cuáles serán los nombres que reivindiquen la
autoría de nuestro engaño? ¿Acaso, Granier, Ravell, Miguel Henrique,
Mata y sus peones Macky, Leopoldo Castillo, Antonetti, Carla Angola o
Giusti?, ¡¡¡ Qué vergüenza ¡!!.
Pero, nunca es tarde cuando la dicha es buena, tenemos la
oportunidad de recuperar nuestra capacidad crítica. ¿Contra que
dictadura o régimen totalitario están peleando? ¿Dónde están los presos
realmente políticos?, ¿Dónde está la censura y la opresión?, ¿Dónde
están los medios cerrados o los periodistas encarcelados
por ejercer su libertad de expresión?, ¿Dónde están las cadenas que
impiden a nuestros empresarios trabajar e invertir?, ¿Dónde están las
prohibiciones de huelga o la suspensión de garantías constitucionales?,
¿Será acaso en esa maravilla tan adversada, negada, utilizada e
incomprendida, la Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela?, porque, si es allí, -y no hay otro lugar- sería bueno que la
ojeásemos, al menos, puedo garantizarles -como lo he hecho con cientos
de estudiantes totalmente manipulados e indispuestos- que después de
leída y razonada el único sentimiento posible es del inmenso orgullo,
amor y profundo respeto por el Proyecto de País allí descrito y
contemplado. Si algo así –libres de prejuicios hicieran- encontrarían el
más hermoso de los caminos para sus inquietudes y aspiraciones más
humanas en la construcción de un mundo nuevo.
No es posible que nos duelan los derechos sociales alcanzados por la
familia, o los derechos de toda índole garantizados para el bien y la
justicia en el trato con nuestros millones de niños y niñas, ancianos y
ancianas, hombres y mujeres eternamente excluidos y al margen de toda
oportunidad, hoy reivindicados por el gobierno bolivariano. No es
posible. Las capas medias, buenas y nobles, han sido vulgar, grosera y
diabólicamente manipuladas por unos empresarios inescrupulosos y unos
medios cuyo poder ha sido fatalmente puesto al servicio de los intereses
más negros que la historia de la humanidad recuerde.
De allí que debamos convocarnos a una cruzada de salvación de estos
sectores, sin los cuales, el cuadro de justicia, progreso, equidad y
libertad de la patria bonita estará fatalmente incompleto. Vamos a tocar
sus fibras más nobles, vamos a timbrar su espíritu cristiano de
justicia y amor, vamos a dedicar el tiempo que sea necesario en
demostrar las bondades de este proceso bonito. Estemos atentos a
cualquier ejercicio de autocrítica si es necesario, abrámosles campo en
el ámbito de nuestra estupenda Constitución, demostrémosles que es de
ellos, que es nuestra, que es de todos nosotros y para todos nosotros y
empezaremos a ver el despertar de estos hermanos.
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[i] CALDERÓN DE LA BARCA. El Gran Teatro del Mundo. Editorial Mundo. Madrid. 1976. pág. 125
[ii] ANTONIO PÉREZ ESCLARIN. La Gente Vive en el Este. Caracas. Editorial Fuentes. pág. 274
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