Hitchcock, por allá por los 50, estrenó Vértigo. Allí, una furia asesina se apodera de Scottie, cuando descubre por fin, que Judy, la mujer que quiso transformar en Madeleine, es en efecto Madeleine. Fin de su proyecto de hacer una copia perfecta; frustrada esta vez por la evidencia del original que se descubre y despliega, negando todo plagio. Diría J. Baudrillard, cuando original y copia se solapan mutuamente, estamos ante el fin de la producción de sentido. Entramos en la era del simulacro. En su obra maestra, General Della Rovere, Rosellini cuenta la historia de un ladronzuelo y estafador (interpretado por Victorio de Sica) atrapado por los Nazis, quienes le proponen un trato. Se hará pasar por el legendario general Della Rovere, héroe de la resistencia; así obtendrán los secretos de sus enemigos. Pero el ladrón se cree su papel. Historia parecida a la que cuenta Kurosawa en Kejemusha.
El impostor no es más que el actor de una impostura, perpetuamente amenazada con ser develada. En el Bestiario de J.L. Borges, aparece una lista de animales fantásticos, entre ellos un pájaro imposible que teje su nido a la inversa, por lo cual se convierte en un animal improbable; ya que al poner los huevos estos ruedan y se estrellan contra el suelo. Más tarde, un periodista preguntó cómo se reproducía entonces este animal, Borges contestó sin inmutarse: “Muy fácil, haciéndose pasar por otro, esa es la mejor forma que consigue para seguir siendo él”. Tal vez, el genio argentino se inspiró en una fábula china del siglo XIII, en donde, a un pájaro, cansado de volar, se le ocurre la genial idea de hacerse pasar por un conejo. Entonces decide amarrarse las alas hacia arriba simulando unas orejas y dar pequeños brincos como el roedor al que pretende imitar. Un cazador poco experto se adentra en el bosque y se topa con un conejo. Le pregunta en dónde puede encontrar a un conejo; este, ladino como todos los conejos que conocemos gracias a la Warner, responde: “Aquel animal que ves allá, pegando brincos, es un autentico conejo, pregúntale”. El cazador se acerca al pájaro disfrazado y consigue por respuesta del pájaro, que “si”, que en efecto él es un conejo. Entonces, sin mediar palabra, el cazador dispara. Más tarde, el cazador invita al conejo a cenar. Comen y ambos ríen mientras se guiñan los ojos. “La verdad no imaginaba que los conejos sabían a pájaro”, dice el cazador. En este punto, el desocupado lector de estas líneas, con toda seguridad estará pensando:
1) El significante y el significado luego de territorializarse el uno al otro, dejan de ser arbitrarios, a menos que se trate de una operación cínica o de una transmigración del sentido, operación poco probable.
2) Por supuesto, se trata sencillamente de la ya clásica oposición platónica, entre nuestra visión limitada y la del Gran Otro, que lo ve todo de manera diferente
3) La vieja pregunta filosófica sobre La Cosa en Sí ¿La cosa es efectivamente expresión de una sustancia única, inmutable y eterna, o por el contrario, van siendo y en ese tránsito afirman su ser.
4) Es el complejo juego de máscaras de la realidad que denunciara Hurssel.
5) Patrañas, el cazador y el conejo se conjuraron para hacerle creer al pájaro que los había engañado y comérselo después.
6) Bien pendejo el cazador. Sale a cazar conejos sin informarse primero como es un conejo.
7) Eso del pájaro que se hace pasar por conejo ocurre aquí todos los días. Fíjense: La “Coordinadora Democrática”, que dirigió el golpe y el paro, ahora se llama “Mesa de la Unidad” y son democráticos porque ellos mismos lo dicen.
8) ¡Qué bolas! ¿Nos vieron cara de pájaro, de conejo o de pendejos? Preguntémonos: ¿La falsificación y el simulacro, es el horizonte de los que se ofrecen como oferta ética?
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