El 11 de abril de 2002 ya entrada la tardecita, cuál cadáver inmortal, Luis Miquilena dijo a cuatro vientos que Chávez se había manchado las manos de sangre.
Pensé de sopetón que ese pobre viejo ya andaba mal de la cabeza pero, sobre la marcha enmendé mi primera impresión y deduje que ese sujeto estaba en la jugada y le tocaba cumplir su parte del plan.
Evoque entonces, cuando él pretendió introducirle gazapos al proyecto constitucional emanado de la Asamblea Nacional Constituyente, y por si fuese poco, la vulgar estafa que cometió con la masiva edición del referido texto constitucional, desde su editora personal MICABU.
Y es que Miquilena estuvo muy activo durante el golpe de Estado, a tal extremo que él pudo mover sus hilos y lograr que un grupo de magistrados se saltaran a la torera, la tenebrosa gravedad del golpe de Estado.
¿Qué derecho tuvo el tipo de marras para formular tan irresponsable declaración? ¿Acaso él estuvo frente a Puente Llaguno?
Ese día, ante el acoso criminal del enemigo, Chávez pudo jugársela de todas todas y en el fragor de la confrontación movió sus piezas con inteligencia. Pienso que Chávez les tendió una trampa al enemigo, estimo que le ordenó al Ministro Lucas Rincón decir el “anzuelo” de que aceptaría firmar la renuncia bajo ciertas condiciones y ese solo ardid bastó para que los militares cuerda floja se quitaran la careta.
Ahí quedó todo al descubierto y fue precisamente esa maniobra la que le permitió al Presidente, depurar a la Fuerza Armada Nacional.
La referida legendaria Torre de Pisa se inclinó porque sus bases estuvieron mal hechas y se ha procurado cuidar para que arquitectos e ingenieros se fijen en el mal ejemplo y no lo sigan. Igual sucede con Miquilena, ojalá perdure eternamente como el espejo del mal ejemplo, para que nuestra juventud piense en la verticalidad de su conciencia y no se salgan de ese camino, nunca se inclinen siempre erguidos.
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