"De las primarias saldrá alguien con suficiente legitimidad y credibilidad, como para hablarle al país”, así se expresó, por el canal de siempre, uno de esos expertos asesores que desfila por ese predio. Y yo estaba allí, mirando la tele y no podía creer lo que escuchaban mis ojos, en efecto, aquel asesor, había tenido una epifanía, y pontificaba tal visión religiosa, ¿Cómo podía con semejante verdad? No lo dijo. Seguro se refería “al elegido”, alguien que hechiza con su mensaje. ¡Dios sea loado! entre líneas, dibujaba al candidato perfecto. Lo supe enseguida, Harry Potter sería el abanderado de la oposición. Discreto, sensato, carismático y de buena presencia; con educación y modales. Con cada vez menos juventud, aunque le queda (senex et juvenis simul, es decir, al mismo tiempo anciano y joven); pero por sobre todo, con poderes mágicos de una magnifica y conmovedora puerilidad en las frases de sus conjuros. Enfrentara a un malo maluco innombrable, que esta vez sí perderá de verdad, porque las últimas veces Harry ganó perdiendo o perdió ganando y nadie sabe por qué nunca termina de ganar del todo. Con razón no se preocupan por la oferta electoral y el programa. No lo necesitan, todo lo resolverá por arte de magia, sorteando los malditos conjuros y los feos entuertos que el malo-malo (si; muy, muy malo) de Lord Voldemort-Chávez, el malo, le deja en frente. Este candidato contará con todos los encantos que emanan del mito moderno Occidental del súper héroe sénior, es decir, una figura políticamente correcta y discretamente pomposa, sin resabios criollistas ni apelaciones al beisbol. Eso si, pócimas de integridad y simpatía aprendidas de memoria en los laboratorios MUD de La Escuela Hogwarts, dirigida por el brujo Henry Ramos Albus Dumbledore, secundado por el inefable Ramón Guillermo Aveledo, alias Severus Snape. Nada de cantar coplas y bailar joropo cepillado, lo suyo serán formulas y recetas del FMI. El molde está hecho, Suerte de barca de Procuso, en donde acostaban a los muertos, con el inconveniente de que si los pies sobraban el barquero Caronte pelaba por el serrucho. Lo que falta es vaciar y ponerle nombre. Este tesoro nacional viviente, diría un japonés, tendría en sus manos la tarjeta única, o única tarjeta (que podría llamarse también mi negra), a modo de varita mágica; además del apoyo incondicional de todos sus otros compañeritos derrotados en leal contienda. Rodeado de expertos en todo, este Goleen potable de la política venezolana, tiene ante sí una tarea titánica: seguir al pie de la letra lo que los psicólogos fundamentalistas llaman arquetipo, debe asumir en su persona todo el antichavismo rabioso de las señoras que le lanzaban pantaletas a los militares y el virulento anticomunismo de La Conferencia Episcopal, convirtiendo eso en una pastillita simpática y soluble en agua. Así mismo, dentro de la más rancia tradición alquímica, debe hacer muy bien el papel de Hermes Trimegisto, es decir, tres veces grande, mas sin embargo, uno solo, unido y sin fracturas. Llegar hasta el final no fragmentado. Pero Mercurio, es a la vez muchas cosas, dios de los comerciantes, los comunicadores y los rufianes. Debe representar a empresarios, medios y políticos de siempre, mostrándose nuevo, fresquito y sin compromisos con nadie. Complacer en la puesta en escena a aburguesados patrones tramperos, chamarileros mediáticos, y chatarreros de la vieja política, además de convencer a las mayorías. Será su primera y ultima gran prueba. Desde el barro, la charca, la mud, debe anunciar la perfección del mundo por venir. Lo imagino como el San Agustín de la iglesia de San Juan Letrán, en Roma; escribiendo La Ciudad de Dios, con la certeza más profunda en la duda, con la convicción resignada de que será una vez mas derrotado por la horda roja.
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