La banalidad con que frecuentemente la oposición busca disminuir y descalificar las denuncias del gobierno venezolano respecto a sus acciones desestabilizadoras esconde lo que podría catalogarse de agenda golpista, dados los elementos generales que contiene, la mayoría de ellos dirigidos a provocar un estado de ingobernabilidad en el país, así alegue que nada de esto es cierto.
El plan, en esencia, sigue siendo el mismo de siempre: manipular la opinión pública nacional e internacional para deslegitimar el gobierno de Venezuela, incitar a la violencia mediante acciones de calle (güarimbas), de forma que sean reprimidas por las fuerzas de seguridad del Estado y se logre un alzamiento militar que derroque a Hugo Chávez, con un respaldo automático de los regímenes que lo adversan, como el de Estados Unidos. Así, sin muchas diferencias en relación a las tácticas aplicadas en el pasado, los grupos opositores mantienen un guión abiertamente golpista, respaldados por las cúpulas empresarial y eclesiástica, a pesar de haber logrado una cuota de representantes en la Asamblea Nacional tras las últimas elecciones parlamentarias, lo mismo que en algunos gobiernos regionales y locales.
Habría que rememorar, especialmente para quienes dudan de las intenciones desestabilizadoras de la oposición y creen que todo es parte de una campaña invariable de mentiras del gobierno chavista y sus acólitos, los hechos que se convirtieron luego en un golpe de Estado el 11 de abril de 2002, en un sabotaje a la industria petrolera que desabasteció a la población de gas y gasolina, y el paro empresarial que privó a los venezolanos de alimentos y otros productos de primera necesidad, sin que ninguno de sus principales promotores esté purgando cárcel, condenado por tribunal alguno.
Por eso, las tentativas de conspiración política que ha llevado a cabo la oposición al gobierno de Chávez siguen en el tapete, apenas ribeteados de una “intención” democrática, pues sus agentes son los mismos que auparon y acompañaron las actividades anteriormente señaladas, además de la “toma” de la plaza Altamira en Chacao, convertida -por obra y gracia de la manipulación mediática- en “territorio liberado de Venezuela”, con la participación de militares y políticos fascistas. A ello se agregan las directrices estratégicas, el financiamiento y el apoyo político brindados desde el exterior por grupos reaccionarios que continúan anclados en la era de la Guerra Fría.
De ahí que nada sorprendería que la oposición en Venezuela persista en conseguir -bajo una fachada “civilista” y “democrático”- un atajo que le permita recuperar el poder perdido en 1998, una cuestión que no pueden soslayar los movimientos populares revolucionarios, más allá de la conciliación y de los intereses de clase de algunos dirigentes del chavismo. Esto exige que se perciban las elecciones presidenciales como una coyuntura vital para el avance revolucionario, pero sin el aire triunfalista que asoman muchos dirigentes y gobernantes chavistas, puesto que hace falta elevar los niveles de participación, de movilización y de formación crítica de los sectores populares que respaldan el proceso revolucionario. No hacerlo a tiempo, con un sentido de urgencia, sería contribuir irresponsablemente con la agenda golpista de la oposición y el debilitamiento continuado del proceso revolucionario.-
*Maestro ambulante.
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