CAP, “el caminante”, como le recuerda siempre un favorecido suyo, que se hizo adulante por lo mismo, una vez la tomó por saltar charcos y hacerse fotografiar en aquellos menesteres. Aunque lo hizo unas cuantas veces por pura “pantallerìa” y vender imagen de dinámico, uno no puede negar que se acostumbró a los brinquitos. Pese haber sido secretario privado de Betancourt y hombre de su confianza, al final se le volteó y cuadro con muchos de los enemigos de aquél. Fue pues un excelente brinca pozos, charcos, zanjas y hasta tumbas; como aprendió a ser sutil picaflor que en los tiempos que habló de su “nuevo orden económico internacional”, saltaba de aquí allá, sin importar los desniveles del piso y oscilaciones de temperatura. Del rollo del barco “Sierra Nevada” se salvó por lo saltimbanqui. Del cielo pà el infierno. En su segunda toma de posesión, aclamación o coronación como le llamaron, asistieron tirios y troyanos de lo más contentos y felices, por esa misma maña.
Por aquella inveterada costumbre de saltar cual marioneta entre Montesco y Capuleto, sabiendo bien de sus arraigadas preferencias, no entiende por qué ahora, dentro de la urna en la cual llegó a Caracas, su cuerpo salta de manera convulsa e incontrolable. Siente el persistente saltar aunque desconoce el motivo, porque estando muerto y estirado, no sabe de lo que fuera sucede. ¿Coño será esta urna de las baratas sin la suspensión adecuada? ¡Son capaces de usarme para campaña electoral, para atraer votos que aunque pocos sean suman, con una urna de medio peso! ¿Acaso a la urna ruedan por una de esas calles orientales de abundantes huecos?
¿Qué carajo estarán diciendo y haciendo allá afuera, en el mundo de los “vivos”, acerca de mí que provocan esta “saltadera” de mi inerte cuerpo?
Sólo por lo brincador de CAP, a Rómulo le rebotan los huesos en la tumba cuando alguien de “los suyos”, a aquél con fingimiento o ingenuidad elogia.
¿Puede haber mayor fingimiento que el montado sainete para el entierro, en el cual hablarían Virginia Betancourt, hija de Rómulo y un historiador, de los primeros de la “historiografía marxista en Venezuela”, arrepentido de sus antiguos trabajos y prédicas, a cambio del llamado al servicio exterior, justamente detenido por Pérez durante el gobierno Betancourt, de cuando “disparen primero y averigüen después?
¿Qué tal esas expresiones como las de Ledezma, al llamarle “ciudadano ejemplar” y luchador incansable por la democracia?
¿Y las de Ramos Allup, como la de “le habrán sacado de le presidencia pero nunca nadie lo sacará del corazón de los venezolanos”?
Si todo eso es así. Si en eso creen y creían entonces, ¡Coño!, ¿por qué le expulsaron de AD? ¿Por qué le condenó la vieja Corte Suprema de Justicia, llena de adecos y copeyanos?
Ramos, ahora se exculpa diciendo que en el CDN de AD se abstuvo de votar por la expulsión de CAP. Es posible, su palabra vaya por delante, pero abstenerse no fue un restearse ni buena y valiente forma de evitar “le sacasen del corazón de los venezolanos.”
Con razón, CAP, sin saber a ciencia cierta lo que dicen, como Rómulo, rebota en la urna.
Pero Ramos, como Juana “La Loca”, ante la urna de “Felipe el Hermoso”, se sigue lamentando con lágrimas de cocodrilo:
“CAP me dijo, compañero Ramos haga usted la diligencia, las que sean necesarias, porque me quiero morir en Venezuela.”
De nuevo la urna se agitó intensamente y Cecilia Matos, dijo con calentera inusitada, “si estuvieras cerca te estrangulo”. Pues según esta dama, con quien Pérez vivió los últimos años de su vida, el expresidente no “quería volver a Venezuela, ni muerto, antes que Chávez no saliese de Miraflores definitivamente”.
¿Sabe usted lo atrevido e indelicado de hacer pasar por embustera a la primera doliente del muerto en pleno velorio y posiblemente al muerto mismo?
Pero la mayor incomodidad ocasionada al cadáver y muestra de cinismo e hipocresía es aquella expresión de Ramos, según la cual, “ni siquiera le hicimos el favor de regresarlo para que lo persiguiera.”
Piense lector en todo lo que esa frase implica; imagínese a CAP con más de 85 años, perdida la memoria y sus conexiones con el mundo, perseguido por alguien.
CAP como las otras frases, tampoco escuchó esta última, pero sintió como si el féretro transitase una vía llena de “lomos de perro o policías acostaos.”
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