Teóricos del capitalismo, mangoneando en instituciones como Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, por años, pese las recurrentes crisis del sistema y persistentes desequilibrios, no han podido hallar fórmula para resolver esas calamidades. Desde unos cuantos años para acá, no han tenido a mano otra cosa que esa especie de purgante de ricino, golpe “vitamínico” abrupto, llamado neoliberalismo. Que exige un Estado que haga de monigote ante la voluntad e “iniciativa” de grupos privados. Que lance todo el peso de las crisis sobre los hombros de trabajadores y explotados en general.
Justamente lo mismo que ahora intentan aplicar en toda Europa y que sin entrar en vigencia plena, sino sólo por los anuncios, se ha llevado en los cachos al gobierno del señor Papandreou en Grecia, más recientemente a Berlusconi, tiene en cuarentena al Partido Socialista español y a Rodríguez Zapatero.
El neoliberalismo hizo trizas al gobierno de Carlos Andrés Pérez y condujo a aquella hecatombe que los venezolanos solemos llamar el “caracazo” que dejó miles de muertos. Ahora en Europa y hasta en Estados Unidos, ha producido ese fenómeno novedoso de los “indignados”, que mantiene en las calles permanentemente a multitudes en unas cuantas ciudades. Mientras aquellos gobiernos, que se dan el usurpado lujo de certificar la calidad democrática de otros países, reparten plan, atropellos y distintas formas represivas a granel sin que se les agüe el ojo.
El neoliberalismo es el causante de la pobreza de la mayoría de los pueblos del mundo y especialmente de América Latina. Toda crisis o carencia intenta solventarla, restando a los presupuestos lo que se debe dedicar a favorecer a los humildes. Por él, los estudiantes chilenos y colombianos se mantienen en la calle contra sus gobiernos que intentan privatizar la educación. Por él, Rafael Correa, en la Asunción, se retiró de las sesiones de ese “elefante blanco” llamado Conferencia Iberoamericana, cuando le dieron derecho de palabra a Pamela Cox, vicepresidenta del Banco Mundial, porque como dijo el presidente ecuatoriano, ese organismo ha sido “el Heraldo” en provocar malestares, hambre, miseria, a los pueblos del mundo.
La oferente de aquella solución pretendida inédita y hasta novedosa, pese los viejos cantos de sirena, María Corina Machado, habla de convertirnos a todos en empresarios exitosos. Siendo así, no habría trabajadores asalariados y menos pobreza. Todos seríamos ricos. Es pues algo como la isla de Jauja, según la el paquete chileno de la señora. Más tarde, quizás nos diga, “puede que especulemos pero nadie dirá que no hicimos esfuerzo por seguir engañando.”
No obstante, la misma señora, en su intervención en el desabrido “debate”, ofreció aumentar la producción petrolera sin medida ni respeto a las normas de OPEP. Justamente lo que quieren los grandes consorcios y consumidores del hidrocarburo para envilecer los precios. Lo que implicaría menos ingreso para los venezolanos y hasta más dificultades para cumplir la oferta irreal que hace a los venezolanos.
¿Si los amos del planeta, dueños del capital, enredados en una crisis sin precedentes en la historia del sistema, no tienen nada que ofrecer sino más de lo mismo, las recetas neoliberales, qué sentido y propiedad tiene la oferta de capitalismo popular? ¿Si en esa propuesta está la panacea, porque no le toman la palabra a la original candidata?
Si ella tiene razón, si se puede hacer lo que ofrece, ¿entonces por qué mortificar, planear, encarcelar y en fin de cuentas, reprimir a los pueblos del mundo por salir a defender sus salarios, jubilaciones, pensiones, empleos y viviendas? Si tuviese los medios, el FMI y Banco Mundial, ya se la hubiesen llevado para allá, en lugar de la francesa Christine Lagarde, sería la Machado la presidenta del FMI; sería un muy mal negocio que tan brillante personaje, ungida por los dioses y portadora de la varita de virtud, se desperdicie al frente de un solo país y, para más vainas, del tercer mundo, mientras Europa toda no encuentra en qué palo ahorcarse.
¿Bien saben por qué? Porque lo de María Corina, es sólo un pobre slogan o una simple pendejada para engatusar.
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