“Yo tengo un sueño”, dijo Martin Luther King, y poéticamente expresó lo que quería para su pueblo afro norteamericano; lo que en esencia envolvía la conquista de derechos civiles para los suyos. Un sueño justo y hermoso.
Los sueños, esos como los del gran mártir, asesinado por soñar, siempre aparecen asociados a gente de buena fe y heroica. Bolívar fue un soñador por excelencia y quienes quieren cambiar al mundo para hacerle hermoso y acorde con la condición humana, viven entre sueños. Y como dijese Calderón, “los sueños, sueños son”.
Los malos, mercachifles y quienes todo lo calculan para ganar dinero, no suelen soñar sino sufrir de pesadillas.
Es curioso, hay dos Leopoldo incapaces de soñar, porque eso no es posible a quienes tengan cuentas pendientes con el hombre y Dios, por sus malos pasos o sólo piensen en cómo volver oro lo que toquen.
En estos días, el presidente Funes de El Salvador, pidió perdón por los miles de asesinados en la guerra a que los gringos y sus secuaces sometieron a su pueblo. Esto viene a cuento porque, en aquella matazón, un Leopoldo venezolano tiene su cuenta pendiente y por eso le atormentan sus pesadillas. “El matacuras” le llaman y su odio visceral a quienes sueñan, como a los combatientes del país centroamericano y el mártir Monseñor Romero, contra el sometimiento de los grandes propietarios gringos y locales, se prolonga y pervive ahora en Venezuela. A odiar y prodigar aquel sentimiento bajo se dedica el día entero el primer Leopoldo.
A Leopoldo López le mataron la propensión a soñar que intenta nacer en todo humano. Nunca aprendió a hacer su papagayo, su guante, ni a colaborar para acondicionar el terreno de juego, porque todo le llegaba hecho y hasta para “el tírese después de usado”, como dijese Vance Packard. No hizo partido político con las uñas, como los héroes y hasta muchos de aquellos que después se arrepintieron de la osadía, sino que su madre apeló a unos reales que no eran suyos y se los dio para fundar uno, como quien monta una franquicia, venta de perros calientes o puesto de lotería.
Por esa formación burda, mercantil y facilista, no pudo desarrollar la capacidad de soñar y sólo puede tener feas pesadillas.
Hay una propaganda suya, que promueve su imagen presidencial, en la cual llama sueños lo que no son sino feas pesadillas.
“Sueño”, dice a una pequeña concurrencia cautiva y encerrada, “con un montón de carreteras trancadas de miles de camiones que llevan alimentos.”
Es la pesadilla que le ocasiona el recuerdo de cuando trancó las vías de Caracas para tumbar a Chávez. Es además, una pesadilla neoliberal de estirpe. Porque, si no fuese así, soñaría con vías férreas que evitarían compra innecesaria de esos camiones gringos, costoso mantenimiento de autopistas y el alto consumo de gasolina.
La tranca inmensa que ilustra su pesadilla le lleva a ver en otro plano un país lleno de hospitales y ambulatorios que atienden a millones de enfermos. No sueña con un país sano, de medicina preventiva con miles de médicos integrales en los barrios, metidos entre la gente, evitando que cada vez menos gente vaya a los primeros.
Pero su peor pesadilla se la ocasiona la neoliberal y primitiva forma de mirar el problema de la inseguridad y el delito. Las motivaciones o causas de esto para nada le preocupan, pues no entran en su forma de abordar el problema. Su pesadilla le indica que eso se acaba reprimiendo.
Por esto último, sólo se le ocurre asociarse a Álvaro Uribe, lo que es lo mismo que al paramilitarismo y pedirles que le asesoren y hasta le manden una gente para acabar con el delito, matando a todo aquel que se atraviese, tal como lo haría quien sufre y le atormentan sus pesadillas.
Los dos Leopoldo deberían entonces entonar, “Yo tengo mis pesadillas.”
damas.eligio@gmail.com