Ha sido muy duro para la clase media escuálida ver como la Misión Vivienda construye en sus mismas urbanizaciones edificios de apartamentos para la clase trabajadora pobre. Esta es la Misión que más odian. Los venezolanos de piel oscura se están acercando. Nunca se lo imaginaron. Se acostumbraron a verlos en ranchos al borde de un barranco.
Odian la redistribución de la riqueza, odian la inversión social, odian que se invierta en el ser humano de piel oscura. Odian que el Gobierno Revolucionario les entregue viviendas para que sus niños nazcan y se críen en las mismas condiciones que los suyos. Eso es trampa. No vale.
La redistribución de la riqueza nacional les duele mucho más que la solidaridad internacional a través de los acuerdos de cooperación que busca la integración regional antiimperialista. Así es. La política exterior del Gobierno Revolucionario preocupa más al gobierno imperialista de los Estados Unidos que a la clase media escuálida. Por supuesto, al imperialismo yanqui no le conviene que su patio trasero se una y se haga fuerte porque competiría con ellos. Sabemos que el imperialismo no admite competidores. Por su parte, a los trabajadores individualistas de la clase media les preocupa más que los niños de la clase trabajadora pobre nazcan en las mismas condiciones de sus niños porque sería más dura la competencia por ascender en la pirámide social. La familia perdería estatus. Pánico total.
En lugar de asumir su posición de clase trabajadora, y unidos luchar contra la burguesía y distribuir la riqueza entre los que la producen, los ignorantes escuálidos se ocupan de manera individualista de enfrentar y competir con sus iguales por el ascenso y estatus en una infeliz pirámide social que les impuso la clase burguesa que los domina.
Últimamente cada vez que me tropiezo con un escuálido de la clase media en la calle lo primero que me dice es: “coño, es que ahora Chávez les está regalando hasta la casa a esa gente”. Así mismo. Frente a esta amenaza que les causa la redistribución de la riqueza nacional, el discurso de la “regaladera” a los otros países pierde fuerza.
Les preocupa mucho más si le entregan una vivienda a un venezolano que si le entregan una vivienda a un boliviano en Bolivia. Y es así, porque los bolivianos están muy lejos, y los venezolanos están muy cerca. El acto de entrega de viviendas en Bolivia u otro país aliado no lo perciben como dentro de su realidad. Para los escuálidos que ven el mundo por una ventana, su realidad está aquí, su pirámide social está aquí, los venezolanos son sus competidores visibles, y con ellos es que tienen que compararse para alcanzar cierto estatus social y elevar su autoestima.
Así como los trabajadores escuálidos no se comparan con otros trabajadores que están lejos de su realidad, tampoco se comparan con los burgueses porque están muy distanciados en la pirámide social. Igual pasa con el fenómeno de la envidia, miseria humana propia de las sociedades de clases. Se envidia más a alguien que está cerca que a alguien que está lejos, tanto en distancia geográfica como en la escala social. Un escuálido de clase media puede tolerar la riqueza de Lorenzo Mendoza o Gustavo Cisneros, pero si a un compañero de trabajo le suben el sueldo y a él no, se pone furioso. O si una vecina se compra un televisor más grande que el de él, se entristece. Porque se envidia y se compite entre cercanos y entre iguales, es decir, en el mismo nicho y en la misma categoría. Coño, qué mierda esta vaina.
Recuerdo escuchar a una empleada de Globovisión cuando entrevistaba a una compatriota en su insegura casita de bloques a orillas de una quebrada. La entrevistadora le preguntaba de manera ofensiva si quería que el gobierno le “regalara” una vivienda, o más bien le gustaría pagarla para que sintiera que era propia. A mi me llamó la atención aquel cuadro: la miseria monetaria frente a la miseria humana. Se lo preguntaba como que si la compatriota y los suyos nunca hubieran trabajado. Pero resulta que las personas que habitan en las peores condiciones son quienes construyen con sus manos los apartamentos, las quintas, las mansiones, y además de esto, les toca construir sus propios ranchos. Seguro que muchos de los obreros que construyeron las viviendas de los empleados de Globovisión viven en casitas en situación de riesgo. La compatriota que entrevistó la empleada de Globovisión bien pudo ser la que cocinaba y vendía las empanadas todos los días en el portón de la obra, futuro edificio de apartamentos donde se mudó luego la entrevistadora. Y está claro que si no hay alguien que cocine para los obreros no se construye nada en este país.
Los escuálidos de clase media sufren cuando el Gobierno redistribuye la riqueza, pero aplauden cuando la burguesía reparte “regalitos”. Después de que la burguesía se apropia del trabajo excedente de la clase trabajadora, le devuelve migajas en forma de “regalitos”, pero de manera interesada para suavizar su imagen de clase explotadora y especuladora y poder seguir acumulando capital a costilla de sus esclavos.
Las técnicas de marketing de Coca-Cola son muy ilustrativas. Entre los meses de septiembre y noviembre del año pasado Globovisión difundió la buena nueva del “Camión de la Felicidad” de Coca-Cola que recorría las calles de Venezuela para repartir sorpresas. Dice la nota de prensa que la gente pulsaba el botón rojo en la parte trasera del camión y salían las sorpresas. “Sorpresas que iban desde una perfecta Coca-Cola bien fría hasta tablas de surf, peluches, pelotas, franelas, lentes de sol, hasta cualquier objeto que la imaginación permita”.[1] Este espectáculo sí lo aplauden los escuálidos.
Isabel Moya, Gerente de marca de Coca-Cola Venezuela comentó: “Coca-Cola ofrece felicidad en el mundo millones de veces al día. Ahora además ofrecemos momentos mágicos a los venezolanos llenos de optimismo de una forma totalmente inesperada. A través de los videos, todos podremos revivir lo que los venezolanos experimentaron y contagiarnos de esta auténtica felicidad. No dejaremos de sonreír mientras el Camión de la Felicidad siga sorprendiendo a todos los Venezolanos, regalando nada más y nada menos que felicidad”.[1] ¡Bravo! ¡Que viva la Gran Misión Coca-Cola de Venezuela!