Adecos, copeyanos y todos aquellos que difrutaban la era cuatro treinta, no sólo se iban, venían y llevaban sus hijos a estudiar a EEUU, como lo siguen haciendo en buena medida; tenían, como también unos cuantos todavía, sus segundas casas y hasta segundos frentes allá. Pero la viajadera y la furia de estudiar afuera se volvió una epidemia que invadió todos los espacios; un pre o postgrado en universidad extranjera se convirtió en una obsesión colectiva y en un puntaje alto y envidiable en el curriculum; ahora mismo, quien no lo tiene se le mira como un bicho maloso y el afectado se cree un desgraciado. Para eso habían dólares baratos y quien no aprovechó aquella ganga fue un pendejo o un marginal.
Al llegar por aquí a cosas baladíes como comerse las hayacas o pasar unos días en Morrocoy, mientras sus padres, quienes también se habían ido, revisaban y cuadraban los negocios, para lo que el país falta hacia, los muchachos y muchachas*, se dedicaban - no tenían otra cosa qué hacer - a despotricar contra toda lo que veían. La gente, las reglas, los procederes, contra todo. Era una manera de matar el tiempo no habiendo de qué hablar. Como quienes se encuentran todas las tardes a comentar invariablemente sobre el estado del tiempo.
“En Estados Unidos, eso no se hace. Las cosas son de otra manera y todo es de maravilla. Aquí nada bueno hay”. “El sol de allá no molesta como éste de aquí.”
Lo único que les gustaba era la mata de dólares baratos que les permitía darse la gran vida, derrochar dinero y mal gusto. A la cual por supuesto no regaban ni daban ningún otro cuidado.
En aquéllo se la pasaban “muchachas y muchachos”** todo el día y la noche también, mientras aquí pasaban unos días aburridos y de sufrimiento. Pero curiosamente olvidaban por completo que sus padres gobernaban y lo malo, completico, era producto de cuarenta años de ese mal manejo paternal del coroto. Hasta los gobernantes, no sólo sus hijos, recién llegados de algún viaje, entre grupos de amigos y palos, solían decir:
-“Aquel país es admirable. Allá todo el mundo marcha por donde debe. No como aquí. Esto es un desorden y un maná de vicios y defectos”.
Vicios y defectos que tenían en ellos sus máximos exponentes, creadores y amantadores para que todo igual siguiese. Además, era ni más ni menos que el modelo impuesto aquí por la metrópoli donde ellos residían o viajaban con frecuencia. Así estaba planificado todo. Un modelo continental con dos polos.
Los gobernantes y sus hijos, se dedicaban entre ellos y hasta sin importar a quienes tuviesen cerca, no a exaltar al país visitado sino a despotricar de Venezuela; lo que en fin de cuentas era un hablar mal de sí mismos y sus obras.
Por eso, no es extraño que lo sigan haciendo los hijos y nietos de quienes quedaron fuera del poder e integrantes del enorme espacio que ellos influyeron y protegieron; ahora hasta lo harán por un simple discurso defensivo o rebeldía sin causa. Lo que les hace creer que razón tienen. Pero debe haber mucho en cierto modo ajeno o alejado de aquellas responsabilidades. ¡No hay tantos oligarcas ni herederos de los culpables!
De modo que esas “jovencitas y jovencitos”**, que no pueden irse, precisamente lo que motiva sus lamentos, no se sienten identificados con su entorno, la gente, historia y menos tienen un proyecto de país, deben llamarnos a la comprensión; han sido víctimas de modelos que miraron por años, fueron sus únicas fuentes de inspiración, pero les son ajenos. Porque tampoco pertenecen a aquellos que intentan imitar y quisieran seguir.
¡Vamos por ellos! Démosles un himno, una causa; insuflémosles amor por el espacio en qué vivimos y que es de ellos, la bella gente con la cual convivimos y están destinados a vivir, mostrémosles que hay muchas cosas que nos unen a todos, como nosotros y ellos. Están todavía más cerca de nosotros que de aquellos que les dejaron atrás, quienes pueden irse cuando quieran y no tardarán en olvidarles.
*En verdad la frase me arruga.
**idem
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