Pedro, tiene un poco más de sesenta años; de modo que comenzó a cobrar la pensión del seguro bajo el gobierno bolivariano. Fue militante adeco o copeyano, que en fin de cuentas es lo mismo, y dice con orgullo, como quien canta la estrofa de un himno patriótico, “adeco es adeco hasta que se muere”. Hasta suele cantar con aire marcial “Adelante a luchar milicianos a la voz de la revolución”. Cree que está obligado, pese su origen de clase, obrero o trabajador humilde toda su vida, ser fiel a su vieja militancia. El asunto lo asume como si tratase de ser magallanero o caraquista.
Está consciente, no lo niega, de algunas ventajas que ahora tiene, como los servicios médicos de Barrio Adentro, que se prestan en su barrio, los mercales o pdvales donde compra casi a la mitad de lo que pagaría en los abastos del entorno, farmacias populares y todas las misiones. Pero cuando percibe alguna deficiencia, de las tantas que abundan en una sociedad capitalista, la que no asocia a esos males, dice como con sabiduría y certeza absoluta, “eso es culpa de este gobierno. No entiende y, eso es comprensible, que los males existentes son además producto del acumulado de cuarenta años y la subsistencia de relaciones capitalistas predominantes. A eso no le llega; por eso es adeco todavía.
Ha olvidado por completo la tragedia venezolana que provocó el 27 de febrero o “caracazo”, y supone, como si le hubiesen lavado el cerebro, que aquellos tiempos fueron idílicos. Pareciera no saber que, pese la existencia de esa ley que obliga a pagar una pensión a las trabajadoras y trabajadores después de haber cumplido 55 y 60 años respectivamente y acumulado un mínimo de 750 cuotas, que Chávez ahora cancela mucho más allá de esas obligaciones, sus compañeros de la IV República, aparte de represarla hasta convertirla en una miseria, pagaban un mes cuando debían seis y después de enérgicas protestas de los afectados, quienes pese a su avanzada edad eran sometidos a represión brutal. Chávez, la elevó al equivalente del salario mínimo, la paga por adelantado, con tres meses de aguinaldo en diciembre y la eleva cada año de acuerdo al acumulado inflacionario; aparte de la “Misión en Amor Mayor”, que protege igualmente a todo anciano aunque nunca haya cotizado al seguro social.
Pero una noche, en sueños, escucho un discurso de Capriles, pronunciado para un pequeño grupo todo vestido de negro y encapuchado, dentro de lo que le pareció una oscura y maloliente caverna. El candidato hablaba casi en susurro, pero Pedro, mezclado y, también vestido como ellos, pudo escucharle. Se despertó al final de aquel discurso, aplaudido con entusiasmo por todos, asustado, alarmado y como conciliado con sus imborrables y sentidos intereses. Allí se revelaba un plan macabro contra la economía nacional y él mismo, que haría de nuestra economía lo que ahora es la española.
Aturdido, prendió el televisor y como cosa curiosa y demasiada extraña apareció en pantalla de Venevisión, el canal de los Cisneros, un periodista entrevistando a David De Lima, quien fuese gobernador de Anzoátegui y opositor al presidente Chávez. El entrevistado denunciaba la existencia de un oculto documento de la MUD, que resumido por aquél, contenía exactamente lo expuesto por Capriles en aquella caverna. En ambas versiones se habló de volver a aquellas políticas que reducirían al máximo el ingreso petrolero: PDVSA “volvería a ser la de antes”, liberarían el cambio de divisas, los precios, intereses bancarios y habría que volver a la vieja práctica de pagar la pensión del seguro, cada vez que San Juan bajase el dedo.
Por aquello y lo que le decía tanta gente, en todos los espacios del pueblo, Pedro, se levantó de la cama, se vistió y, ya en la puerta de su casa, antes de dirigirse al sitio donde habitualmente se reúne con sus amigos, gritó como para que escuchasen los vecinos, “Pa` lante Comandante.”
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