Mientras el diputado adeco Zambrano, va y viene por el mundo, en un peregrinar costoso, hablando con siniestros personajes, en la mayoría de los casos; se llega a Bogotá, aquí cerca, a preguntarle a Carmona Estanga si quiere le amnistíen y cómo le gustaría lo hiciesen, ¿con fanfarrias o bambalinas?, uno recuerda y medita:
-“¡Coño, quitaron el cuadro de Bolívar!”
Con asombro, dijeron miles de venezolanos, cuando en la imagen de la Televisora (VTV), la misma que Enrique Mendoza, había “sacado fuera del aire”, tal como él ofreció en el curso del golpe de Estado, no aparecía el cuadro de Simón Bolívar que por años ha estado en aquel salón y detrás de la silla que habitualmente han ocupado los Presidentes de la República.
De aquella manera comenzó a gobernar Pedro Carmona Estanga a quien llaman “el breve”, no por aquel rey “Pipino el breve”, sino por el poco tiempo que estuvo en el gobierno. Aunque también pudo ser por su diminuta estatura, pero más le viene por la pequeñez de sus inmundas ideas.
No obstante aquel gesto de desprecio y rechazo por la figura del Libertador, no el único y más grave de los abusos y ofensas de Carmona.
Su decreto, aplaudido con furor por muchos que ahora están en la MUD, no se limitó a la destitución, vejación del presidente electo de la República, Hugo Rafael Chávez Frías, de paso detenido y ruleteado por orden suya, y condenado a muerte, sino que incurrió en el grave e imperdonable delito de desconocer la soberanía popular, al declarar nula la Constitución Bolivariana de 1999; la primera en la historia nacional, aprobada en referéndum popular.
Eso no fue un delito de poca valía, como para que un funcionario de Estado pueda, sea quien sea, perdonárselo. Por ese proceder y la trascendencia de los hechos, debería ser el pueblo venezolano en referéndum, autor de aquella Constitución violada, burlada y pisoteada, quien tome la decisión al respecto. Le perdona, da la oportunidad de reivindicarse o le condena, para que sea Dios quien le perdone. Pero primero debe ponerse a Derecho.
Luce como una burla a la mayoría de los venezolanos, autores y defensores de esa Constitución, que el diputado Zambrano, viaje a Bogotá y le consulte a Carmona su parecer sobre un proyecto de Ley de amnistía que lo incluiría.
-¿Cómo quiere que le amnistiemos, Don Pedro?
¿Cómo incurrir semejante aberración? No podemos llegar a eso. Sería como un pedirle al golpista, delincuente, fugitivo, atropellador de la majestad del Libertador, presidente, soberanía popular que sea él quien nos perdone y ponga las condiciones para amnistiarlo. De nuevo el mundo al revés. Pues uno no ha escuchado a Carmona, pedir perdón a los venezolanos por los daños que causó. En casos como estos los cumaneses, alterados, viéndonos acosados y burlados, solemos decir, “váyase usted mucho al carajo.”
Pero hay un crimen gestual y discursivo de Carmona, que a mi parecer es más horrendo; peor que aquél de eliminar los poderes públicos de un plumazo, desconocer las autoridades legítimas; confieso que me asusté, conmoví y lloré, cuando vi a aquel energúmeno, levantando una hoja en blanco y con sonrisa irónica, auto designándose presidente de la República de Venezuela, como la llamó. Con aquel gesto, quiso borrar toda nuestra heroica historia de luchas por la independencia, republicanismo y democracia. Ni siquiera fue cuidadoso de las formalidades y lanzó un mensaje horrendo y grave a las jóvenes generaciones.
-“Yo, Pedro Carmona Estanga, me auto designo presidente de Venezuela.”
Sólo se apoyaba en una hoja en blanco, en adulantes que allí estaban en busca de un cargo en el nuevo y efímero gobierno o un pezón para chupar de la leche de la renta pública.
El espectáculo parecía sacado de la edad media; un rey, cuyo poder, entonces se hacía creer a los pueblos “emanaba de Dios”, por su propia gracia divina, se ungía de amo y señor de Venezuela.
¿Cómo perdonar o amnistiar aquella burla a los principios, valores, historia, enseñanza que por años escuela y familia han impartido?
El personaje de marras, en entrevista con Zambrano, informó que de regresar al país, se dedicaría a tareas docentes y académicas. Por eso cabe preguntarse: ¿El autor de esos daños, de aquellos procederes, puede enseñarle algo constructivo a alguien? ¿No le daríamos patente de corso para que continúe en lo mismo?
Ex profeso, no hemos hecho mención a los daños personales, la vida, tranquilidad de la gente y materiales cuantiosos a la nación venezolana.
Todos esos delitos son demasiado graves y no hay autoridad alguna que pueda perdonarlos; sólo la voluntad popular, la soberanía del pueblo venezolano o Dios en las alturas puede hacerlo. Justamente, no lo incluyamos en la Ley respectiva, para vaya a pedir perdón al pueblo o “al cielo a quejarse.”
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