La ociosidad es la ocupación habitual de los politiqueros de oficio. Se acuestan a altas horas de la noche o mejor ya amaneciendo, cuando los gallos comienzan a cantar y se acuestan, en el mismo momento, cuando quienes trabajamos, comenzamos a salir de debajo de las sábanas.
O mejor, para ser más justos, el trabajo de ellos lo pueden hacer cuando todo está cerrado, menos los bares, restaurantes o taguaras, según las circunstancias y niveles. Pero también son sitios, buenos rincones oscuros para que nadie les vea; en veces para ellos la privacidad es básica. Por eso, uno podría hasta decir que esos politiqueros adoran las sombras.
“¡No vale, a ese tipo no le he dicho ni prometido nada! Es más, llevo tiempo sin verle ni hablarle.”
Pero debo advertir que para el DRAE, la palabra ocioso no está asociada a quien “nada hace”, porque todos algo hacemos. Ocioso es un “inútil, sin provecho ni sustancia” y tal aceptación pareciera perfecta para definir a un politiquero de oficio.
La palabra pues es singular, cuidadosamente diseñada para definir a quienes elaboran la política de la MUD y ponen a cuántos de ellos puedan, empezando por el Cardenal Urosa, a expandirla a los cuatro vientos. No importa que no impacte; pero repetida a los cuatro vientos, por todos los medios y cuanto portavoz sea posible, algún día reportará beneficios.
La gota de agua golpea la piedra incesante, constante y pese su mansedumbre y liviandad, logra que ésta se moldee a su gusto. Esto no lo piensa el politiquero, pero lo practica por instinto.
El TSJ dijo que en el caso de Chávez, un presidente reelecto, que un mandato empata sin costuras con el siguiente, hay continuidad administrativa y no es imprescindible un nuevo juramento. Sin embargo, en caso extremo, para quienes gustan los rituales solemnes y formalidades, por gazmoñería pura o ganas de joder, la Constitución previó que por alguna circunstancia “sobrevenida”, el juramento podría hacerse ante el TSJ, sin especificar sitio ni momento. Pero hace falta que lo “sobrevenido” cese para que los hambrientos llenen sus apetitos.
Pero los ociosos, unos por no tener “nada provechoso en que invertir su tiempo”, como solían decir en mi pueblo, otros por insustanciales, están pegados, como quien lo hace a un clavo caliente, a eso de la juramentación. Hay unos más ociosos que otros, aquellos que por momentos no tienen pendiente algún negocio o viaje a Miami, para dejarse ver por allí, en La Meca, que tratan de sacarle más punta a la varita de puyar. Estos, que de paso se hacen llamar pomposamente constitucionalistas, convirtiendo un asunto o tema que el pueblo bien conoce, en un misterio al cual sólo ellos tienen acceso, ahora dicen que el tal juramento debe hacerse en forma pública. Tiene que hacerse, ahora mismo, cuando ellos lo deciden y en una plaza inmensa; no les importa un pito no tener nada que decir o hablar a lo Cantinflas para explicar sus inexistentes razones constitucionales.
Esas son ocupaciones a las que los ociosos, que si hacen, no es que estén inmóviles y en el limbo, menos ahora que este Papa que renuncia lo cerró, dedican mucho tiempo.
La MUD está llena de ociosos. Mucho politiquero que no marca tarjeta aunque cobre en la Polar. Si cobran billetes verdes, de esos que vienen por los caminos del mismo color, aunque sean en valija diplomática, se acuestan más tarde y más tarde se levantan para cumplir estrictamente los parámetros. Unos cuantos con real acumulado, de cuando Chávez apenas les estaba cazando y no tienen nada útil en que invertir su tiempo de ocio. Por eso, todos ellos salvo sentarse en aquella mesa a decir vaciedades, no tiene otra cosa qué hacer. Pero en algo deben justificar su tiempo. El asunto es que pocos tienen talento o creatividad y quienes si, no hallan cómo hacer para retorcer la verdad. Por eso, hasta estos últimos, que son muy pocos, se contaminan de los más, quienes suelen tener más dinero, se complacen y complacen diciendo bolserías
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