Es vidente que nuestra sociedad vive, como consecuencia de 40 años ininterrumpidos de latrocinios, de delitos de todo tipo cometidos contra la cosa pública, una especie de pérdida de importancia de la reputación y el buen nombre de las personas. Y así un sujeto, con un prontuario delictivo más voluminoso que el libro gordo de Petete, puede, con el mayor cinismo y basándose en rumores sin confirmar, creados incluso por él mismo, imputarle a otra hechos dolosos que no ha cometido, hechos que escandalizarían hasta a el más empedernido y depravado de los pranes que operan en las diferentes cárceles del país. Y todo, con la mayor tranquilidad, sin importarle u comino el daño que pueda causarle a la víctima de sus calumnias. Y lo curioso del caso es que tales hechos, a pesar de encontrarse tipificados en la legislación venezolana como lo que son, como delitos, no ocurre nada. El agraviado toma aquello filosóficamente, como gajes inevitables de vivir en Venezuela.
Algo de esto acaba de suceder con los artistas que, haciendo uso del derecho que tienen de rectificar posiciones equivocadas y antinacionales, decidieron en buena hora apoyar el proceso político vigente en nuestro país. Y como un gesto así, cargado de patriotismo, no puede asumirse impunemente, de inmediato los vendidos a las peores causas se pusieron en acción, se pusieron a hacer lo que toda su vida han hecho: alquilar sus repugnantes servicios a quienes quisieran contratarlos para descalificar la noble acción de nuestros compañeros artistas.
Uno de estos sujetos, un tal Manrique, quien haciendo uso de sus escasas y ridículas dotes histriónicas o actorales, trató de convencer a la gente que lo estaba viendo de que era una persona digna y honorable. Cuando la verdad es que se trata de un auténtico rufián, que no duda en venderse al primero que le presente un cochino fajo de dinero. Como en este caso, por ejemplo, que le pagaron para que, sin ninguna prueba, dijera todas las porquerías que dijo por televisión contra estos dignos artistas. Contra quienes, sabiendo el terrible daño, el daño irreparable que unos canallas como los de la oposición y, en particular, su patético candidato le pueden causar al país, actuaron como verdaderos venezolanos y decidieron incorporarse a la defensa de la patria amenazada.
Y no son simples especulaciones, porque como se sabe, esta sabandija actuó como si la decisión tomada por los compatriotas artistas lo hubiera afectado gravemente a él. Lo cual es absolutamente absurdo, porque jamás, en ningún momento, ni siquiera fue mencionado ni tomado en cuenta por estos vilipendiados compatriotas. Y entonces surge la pregunta: ¿por qué la decisión de estos compañeros de incorporarse al actual proceso político tenía necesariamente que ofender o afectar a este jetón?
Por supuesto que no había ninguna razón para que este infeliz se sintiera lesionado en ningún sentido. En todo caso, quienes debieron sentirse perjudicados fueron los malandros de la oposición. Y eso, porque perdían así unos cuantos simpatizantes y amigos. Y entonces ¿por qué esos arrebatos de histeria contra unos desprevenidos compañeros de trabajo, contra personas que no le estaban causando ningún daño a él. ¿Por qué esa alevosa y brutal agresión, además de cobarde, contra la reputación y buen nombre de los mismos? Por una razón muy poderosa para quienes carentes de moral y del sentido de la ética, suelen sucumbir ante el irresistible halago del dinero. Es decir, porque le pagaron, porque lo sobornaron para que se pusiera a desbarrar contra quienes legítimamente se han ganado, a base de profesionalismo y calidad interpretativa, un lugar destacado en el campo de la actuación artística. Hecho que como casi siempre ocurre con los que han tenido éxito, ha despertado la envidia y el rencor subalterno de los mediocres y fracasado. De sujetos que, no encontrando otra manera de salir del oscuro anonimato en el que vegetan, suelen recurrir a estas viles infamias. Y este actorzuelo de ínfima categoría que es el tal Manrique, no es la excepción.
Y en cuanto a Ramos Allup, inescrupuloso capo de una de las mafias más desalmadas que se hayan podido organizar en cualquier país de nuestra América, bueno, la desvergüenza no tiene límites. Porque debiendo permanecer refugiado en los albañales, protegiéndose de las miradas acusadoras de la gente, anda por ahí pretendiendo cínicamente insultar a quienes, al contrario de él, promotor de toda la variada gama de delitos, pueden exhibir una hoja de vida caracterizada por la rectitud y la decencia.
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