Pareciera parte de una canción negroide, caribeña, nacida en aquellas “rochelas” de hombres fugados al esclavista y arrejuntados en una apartada y segura montaña. Arrechos de verdad, por haber vivido desde que los desarraigaron de su lugar de origen o el nacimiento mismo, bajo el terror del trabajo forzado, sin límites de horario, subalimentados, amansados o “desarrechados” con el cepo y otros instrumentos de tortura.
“¡Dale, dale, a la cacerola allí, allí, con arrechera!”
Pero no. No es tampoco, una manera alegre y hasta ingenua de expresión popular, sino de odio de quienes creen que los negros deben seguir de esclavos y los amos con el foete en la mano. Es una manifestación de ánimo, disgusto, ira, rabia incontenible moderna, de la clase dominante, como herida por las hazañas de Chávez; por el negro que incitó a la cimarronera.
¡Allí! Es una palabra de las que el aspirante frustrado capataz maneja y usa con demasiada frecuencia y hasta insistencia. Justamente como una denuncia, de “allí está escondido, sácalo de allí a coñazos, ponle las cadenas y amárralo allí en el palo central del corralón”. En estos días, su consabido “allí”, que es pues una muletilla infaltable, remanente de clase de cuando se perseguía al negro fugado en noche calurosa y poca luna, la usó hasta el cansancio para indicar a quienes le siguen y cerca de él están, dónde darle duro a la cacerola que suministra.
“¡Dale, dale allí, allí, con arrechera; más duro, hasta que esa cacerola se ponga como pocillo e´ loco! ¡No importa que ella llore de dolor! ¡Malluga, malluga, hasta que reviente y el grito de dolor llegue hasta cada rincón venezolano!”. “Hay que sentar un precedente y advertirle a esos carajos hasta dónde estamos dispuestos a llegar”.
Decía excitado, con arrechera y los ojos saltones.
El domingo 14 en la noche, conociendo los resultados, la invulnerabilidad del sistema, llamó a los suyos a salir a protestar no por la derrota, sino por la simple arrechera de no haber ganado, pese no haber llegado tan lejos, al contrario de los tiempos de Chávez.
“¡Salgan todos a la calle y manifiesten su arrechera!” Ordenó el aspirante a los suyos con la arrechera suya que inflamó la de aquellos.
Esa arrechera, que ya es un estado de ánimo permanente, acompañada de un casi desorbitar de ojos que giran veloces de derecha a izquierda y a la inversa, asumido por su clase, una manera de desahogarse por las constantes derrotas que el zambo le había proporcionado, se desbordó por Venezuela toda. En pocas horas produjo nueve muertos y una “ruflá” de heridos. Asaltaron los CDI, donde los médicos y enfermeros cubanos de ambos sexos, se prodigan en brindar servicio abnegado a venezolanos pobres y hasta de ellos que llegan cubiertos de mantones cual mantuanos. Reapareció un espécimen y conducta que había desaparecido de la vida nacional, el protestatario que lo hace con bomba molotov en mano, quema taxis y autobuses, sin importarle dejar a humildes trabajadores sin instrumento para llevar el pan a casa y hasta la amenaza de producir tragedias de grandes proporciones, como quemar vivos a conductores y pasajeros.
Cientos de hogares, a lo largo del país, fueron asediados, por el sólo hecho que en ella vivían dirigentes del PSUV, miembros del CNE, simples amigos o funcionarios del gobierno y hasta sólo simpatizantes de éste.
Mientras asediaban ellos oían el excitante clamor: “Allí, dale duro, allí que se sienta, no te canses!
El capataz, porque eso es, quien finge de jefe en una pequeña hacienda dentro de otra más grande, desarrolló el plan que le habían asignado de antemano.
“Pase lo que pase – ellos esperaban lo que decían las encuestas – ustedes ordenan a su gente alborotar el avispero, sin medir las consecuencias, en espera que después pase otra cosa”.
Eso dijeron los de arriba y en lengua para uno ininteligible, pero nada está oculto en esta tierra.
“Cuenten con nosotros; que cuando se forme el vainero, entraremos con nuestras fuerzas de paz a poner orden. Eso para nosotros es pan comido”.
Lo de siempre. Nada nuevo, sino la fuerza bruta y el irrespeto por los derechos ajenos.
Salieron los capataces con sus fuerzas especiales, mercenarios, perros negreros y causaron los destrozos y canalladas conocidas. El enemigo, las “hordas asesinas del chavismo, ignorantes, violentas y desaforadas”, dieron una clase magistral de civismo. Evadieron el choque; prefirieron inmolarse y no dar a los ojos del mundo las razones, que quienes les odian, agitan para justificar su mala causa y sus razones sinrazones. Como si en ese instante Mahatma Gandhi, hubiese estado al frente de los pobres y de la razón cristiana.
Por eso, derrotado en poco tiempo, también como si el Mariscal Sucre hubiese codirigido aquella batalla popular envolvente que dejó al enemigo acorralado en pleno campo de batalla, casi sin combatir, el “general” y capataz, frustrado, desde la parte de atrás, amparado por sus huestes desmoralizadas, empezó a bailar como un tembleque, mientras con voz de rabioso decía a voz en cuello:
“Dale, dale, a la cacerola allí, allí, con arrechera.”
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