Muchos fanáticos de los combates llamados de lucha libre, que por mucho tiempo para la gente amante de la violencia, entre dos hombres e incluso entre mujeres, fueron la atracción de la gran Caracas y de otras ciudades de América, recordarán que con frecuencia se presentaban combates en los cuales la característica era la ausencia de reglas, donde el árbitro estaba pintado en la pared, y por lo general uno de los luchadores recibía la denominación de “sucio”, precisamente porque se pasaba por el forro el lógico respeto a las limitaciones que todo combate debe tener.
Aquello era un despelote tal, que el luchador llamado sucio se valía de lo que encontraba, sillas, cuerdas del ring, objetos contundentes de todo tipo, y si el arbitro quería intervenir, su destino era un puñetazo que le enviaba directo al piso, todo ello se veía en espectáculos en vivo y por canales de televisión, como el tristemente célebre RCTV, del que gracias al Señor y al Comandante Supremo, estamos libres de su maligna influencia.
Algo similar es de lo que estamos siendo testigos los venezolanos, con esa especie de lucha libre, en lo que se ha convertido la política en los últimos tiempos cuando de un lado un sector de la población apegado a las leyes y reglamentos, pugna por lograr la equidad, la solidaridad, la justa distribución de la riqueza, el afecto entre quienes fuimos libertados por hombres de la talla de Bolívar y sus ejércitos en la primera independencia y por el gigante del siglo XX y XXI, que inició y dejó a punto la segunda independencia, y otro sector que se opone a todo cambio, que son los herederos de quienes por siglos han explotado a los pueblos, son aquellos para quienes el fin justifica los medios, incluida la muerte, los sabotajes, el montaje de ollas, la guerra mediática inmisericorde, la entrega de la patria y su connivencia con factores foráneos que actúan per sé o al servicio de intereses imperialistas y de dominación, son los que muy bien se pueden comparar con el luchador que bien se merecía el epíteto de sucio en los célebres combates de lucha libre.
Aquí esos dos sectores están perfectamente identificados y delimitados, el “sucio” ya ha hecho de las suyas en varias oportunidades en las que han causado muerte, hambre y desolación, en las que no ha habido arbitro con cojones bien puestos que haga valer las leyes que están escritas y que como regulador de la convivencia ciudadana está en la obligación de imponer y hacer respetar, ejemplos, los tenemos de sobra, todos ellos se pueden resumir en una simpe palabra IMPUNIDAD, por ello se repiten como el 14 de abril por la noche y días subsiguientes hechos terribles en los que ha corrido la sangre, los ataques a propiedades e instituciones y no sucede nada, al árbitro parece que el luchador sucio le dio con una silla en la cabeza, porque no da señales de vida.
Se dice que se está investigando, cuando la flagrancia fue evidente, incluso televisada en tiempo real, un combate en el que se vio la saña y el odio, la suciedad de los espíritus de quienes obedeciendo la voz de un desquiciado que no aguanta un somero análisis psiquiátrico de un principiante de la psiquiatría y que aun sabiéndose culpable sigue tan campante por todo el país sembrando el odio y agregándole a sus fechorías, descalificación a la máxima institución del Ministerio Público y Tribunal Supremo de Justicia, algo que en cualquier país del mundo sería inadmisible.
Es decir aquí como en los combates de lucha libre, del sucio con el limpio, en el reducido espacio de un ring, no pasa nada, las madres, padres, esposas, hijos, hijas etc., siguen llorando a sus parientes, como única forma de drenar su angustia porque sus gritos de justicia se diluyen en la inacción de quienes pareciera aplauden los efectos de un luchador sucio contra uno limpio trasladado al escenario de nuestra lucha y batalla por la unidad y un mundo mejor.