Confieso que, como solíamos decir en mi pueblo, el diputado Caldera, “a primera vista, así por encimita, me cae bien”.
Parece un carajito más que de buenos modales, en apariencia, sensato, nada procaz y menos violento. De lejos pareciera notársele absolutamente distinto a los otros, cuyos ojos, ¡vaya usted a saber por qué!, siempre lucen como excesivamente encendidos y desorbitados. Pero hay más, esa apariencia la acompañan un gesticular, hablar y hasta accionar usualmente violentos. Siendo ellos procedentes de las clases altas, donde se supone no existe el resentimiento, insatisfacción “ni el odio de clase”, que según algunos genera la miseria o simplemente el origen, no obstante lucen resentidos, llenos de odio o ¿de miedo? ¡Vaya usted a saber! Aunque siempre se ha dicho que el miedo de la clase que pierde privilegios genera paroxismos.
Pero el diputado Caldera, visto desde lejos o mejor a través de la pantalla de televisión y allí sentado en su curul, en el más absoluto silencio y como encogido, hasta donde puede para no hacerse notar, se le percibe distinto a aquellos galfaros.
Teniendo de él esa percepción, uno ha creído que “los suyos” le tendieron una trampa, porque le vieron como el más pendejo de la partida o el trompo servidor. Aspiraba una alcaldía y no sólo eso, ya estaba designado como candidato. Pero aquellos, “sus amigos”, ¡para qué quiere uno amigos!, planearon sacarlo del juego para poner a otro, de los más cercanos a la partida y en mucho como ellos.
Por eso le grabaron e hicieron llegar prontamente donde creyeron conveniente las pruebas de la “triquiñuela” que hacía en favor y mandado de Capriles, inventaron que lo hizo en pro de su tardía candidatura y le tiraron al pajón. Al padre de Capriles, agarrado en las mismas circunstancias, le perdonaron y procuraron que ese asunto se olvidase. Pero no el de Caldera.
Uno recuerda, casi con asombro, como Capriles, se desbordó e inmediatamente se unió a quienes condenaban a Caldera y hasta le expulsó ipso facto del partido. Quiso dar una muestra de honestidad a toda prueba; sólo que su padre mismo no tardó en taparle la boca y anularle el gesto.
Poco tiempo después llegó el asunto de Mardo. En la Asamblea Nacional la gente de la MUD se batió con empeño por defender al diputado aragüeño, lo que no hicieron por el pobre de Caldera y hasta este mismo no sin timidez, levantó su mano en favor de aquél.
Ahora, cuando se llevó a la Asamblea Nacional el caso del allanamiento a la inmunidad de la diputada Aranguren, en medio de aquel debate donde se mezcló el asunto específico con lo relativo a la especulación, de vez en cuando, las cámaras tomaban de cerca al diputado Caldera, quien seguía en su actitud de siempre, como sosegado y tímido. Quizás, siempre ha pensado uno, temeroso de hablar para evitar le recuerden su pasado reciente. No habló, como era de esperarse, pero si votó uno no sabe si con desdén, a favor de la Aranguren. Debió sentirse muy triste, piensa uno.
Hoy jueves, 14 de noviembre, llegó el momento de votar por la Ley habilitante. Se solicitó y aprobó por ambos bandos que cada quien manifestase a viva voz su voto y hasta se atrevieron a hacer un muy breve razonamiento del mismo.
De repente, el secretario dijo, “le toca el turno de votar al diputado Caldera”:
Tenía meses, no sé a ciencia cierta cuántos, pero sí sé que bastantes, sin escuchar a Caldera en la Asamblea Nacional; lo imaginaba también callado en las comisiones o comisión parlamentaria de las cuales forma parte, porque en alguna debe estar, para evitar que alguien la cogiese con él y le sacase aquello que el propio Capriles le condenó y por lo que lo expulsó del partido, es decir, lo juzgó de antemano. Para tirios y troyanos, Caldera era y es un tipo como deleznable.
Pensé que no iría, después de ver de nuevo a sus “compañeros” de oposición defender a Mardo, luego a la Aranguren hace pocas horas, cuando a él lo condenaron sus propios compañeros y por asunto de menor monta; pero asistió puntualito.
Se paró con parsimonia, porque es ceremonioso y parsimonioso y gritó no sé si con entusiasmo o arrechera, tampoco a ciencia cierta por qué, pero sí con estentórea voz:
¡NO!
No estaba mudo, estaba de parranda.