La clase media, históricamente agitada por múltiples circunstancias, se ha debatido entre dos corrientes opuestas. Dos fuerzas encontradas que la centran a pesar de cargar a cuestas su larga tragedia existencial. Una, indiscutiblemente revolucionaria que la obliga a dinamizar la sociedad en la que interactúa. Otra, su intrínseco carácter burgués (estructura heredada del sistema construido por los propietarios), aquello que somete a esa misma sociedad a parangones conservadores inmovilizándola. Pero es quizá su perfil rebelde el que le da brillo y despunte, sin embargo, el peso de la abigarrada cultura burguesa es lo que mejor la define. En ese ambiguo estado de inconsciencias e incertidumbres, converge un grupo de factores que presionan para desnaturalizarla y someterla a una permanente crisis, lo que no necesariamente significa cambios fundamentales, ni para ella, ni para su entorno. Tercia, entre las masas de las clases trabajadoras desposeídas, agobiadas e inmovilizadas por el tesón de la lucha de sobrevivencia, y las clases altas, poseedoras del codiciado capital. No obstante, en ella se desarrolla un conjunto de valores que conforman el epicentro del paradigma social liberal.
Las clases medias son la vanguardia de las aspiraciones colectivas. Por lo general sirven de intermediación en medio de la tensión generada en la estructura de clases sociales. En un buen tramo del siglo 20, habían logrado liderar, y en muchos casos, capitalizar movimientos de alto contenido reivindicativo, sometiendo al capitalismo a comportamientos éticos, los que habían sido torcidos permanentemente por el capital, llevados a desbordamientos abiertamente inmorales. Es así como se convierte en el modelo social por excelencia. En ella se conjuga la organización, la disciplina, el ideal del alto nivel de calidad de vida.
Creadora y consumidora de conocimiento. Trabajadora, honesta (dentro de su sistema de valores profundamente contradictorio, limitado por el individualismo y la promoción social, pero armónico dentro la burbuja que la abstrae de la presión ejercida por los extremos).
Sorprendentemente, no es la abundancia o la escasez de los bienes materiales lo que amenaza su existencia, que al final esta originada por estos (en su democrática o socialista redistribución), sino el estruendoso quiebre de su mundo ético. La maravillosa clase media, la que en un constante ejercicio de catarsis pública, expuso por cuanto medio pudo, hasta convertirla en un permanente show mediático, la critica que sin desperdiciar oportunidad no dejó de hacerle a los de abajo (los desposeídos), las taras que supuestamente eran la causa de su atraso social: su congénita pereza, su anemia intelectual, la falta de espíritu emprendedor, el facilismo, o la cultura del rancho.
Su eterna dependencia al asistencialismo, a los programas populistas, corruptores de gobiernos, los que generan pobreza y con ello marginalidad, descomposición. Los sempiternos miserables, desorganizados, promiscuos, hacinados, degenerados, inferiores, pequeños, morenitos, motorizados, sucios e inmundos. Ahora, con la guerra de guarimbas, abrazó todo cuanto repudió y objetó, en el que pasó de ser su antiguo espejo, a su actual enemigo de clase, al punto de avanzar en su contra, hacia una guerra generalizada, la civil.
Pero ¿Cómo pasó todo esto?
Por un lado, el capitalismo desde su aparición, hasta mediados del siglo veinte, pudo reciclarse, entre sus cíclicas crisis, corriendo la arruga hacia la periferia. Pero una vez advenido el inexorable neoliberalismo, tras la acumulación de desgaste, los linderos, aquellos que establecían claramente los límites, se difuminaron, dando paso al desenfreno competitivo y con ello al tan anhelado darwinismo social, es decir, ¡sálvese quien pueda! Es así como la motolita clase media, se quita la careta y pasa del mundo de las simulaciones (aquel que la obligaba a ir a misa los domingos, mientras por mensajes de texto, ordena la usura y el cobro especulativo en sus diversos negocios), al universo de las relaciones reales, y presenta en sociedad, a sus socios secretos: narcotraficantes, contrabandistas, mercenarios, testaferros, mafiosos de toda índole, asesinos a sueldo, contratistas, banqueros, financistas, tratantes de blancas, palangristas, delincuentes sexuales, y los coloca como iconos de la sociedad aspirada. Por supuesto, ello trastoca todo. La falta de escrúpulos de sus abanderados y la genuflexión de sus cómplices, invierte los valores, sobreviene el mundo al revés, los antivalores se imponen y reina la barbarie.
Es así como en una guarimba (la más reciente creación de la clase media venezolana, por demás atípica, en relación a sus pares de la región), se puede constatar todo lo que hasta ayer detestó y atribuyó, sin ningún reparo, a los pobres (niches, indios, pobres, feos): la basura, la destrucción, el deterioro, la desidia, el abandono, la droga, la transgresión, el irrespeto al derecho y la propiedad ajena, a los mínimos niveles de convivencia, el robo, el desorden público, el secuestro, el agavillamiento, el desprecio al otro, al que piensa diferente, a la vida de animales, plantas, tierra y seres humanos, el asesinato pues. Ahora sus espacios cotidianos: urbanizaciones, calles, avenidas, plazas, centros comerciales, clubes, etc., son el escenario del caldo de cultivo de la inseguridad y la violencia de todo tipo, al grado de ir fermentando en sus entrañas un terrorismo y un fascismo de última generación.
Por otro lado, la amodorrada clase media venezolana se vio sorprendida, rebasada, cuando el pueblo, compuesto por una inmensa mayoría excluida de patas en el suelo, asumió la vanguardia de la revolución inminente: La Bolivariana, la que por merito intelectual, le correspondía realizar a ella, la clase pensante. Es así como no solo su fuerza trabajadora, sino su masa crítica, quedan desorientadas, fuera de base, colocándose al lado de sus propios enemigos; enemigos del progresismo, de la esperanza popular.
Ello explica, en primer lugar, por qué el líder de revolución del siglo 21, es un bachaco (híbrido entre indio, negro y blanco), campesino, de extracción muy humilde, soldado, patriota, nacionalista, antiimperialista y bolivariano. Y en segundo lugar, el por qué la izquierda burguesa y sus representantes más conspicuos, desfasados, sin entender el momento histórico, se alían a su enemigo natural: la rancia derecha defensora del gran capital. El por qué, contranatura, sus sindicatos hacen causa común con los patronos y la jerarquía eclesiástica, tradicionalmente asociada a la oligarquía criolla. Por qué sus estudiantes apologizan a las corporaciones de la información y a los empresarios. Por qué sus partidos de exquisitez izquierdista, comulgan sin ningún rubor, en un mismo bloque político, con los de centro y extrema derecha. Por qué todos ellos, intelectuales, artistas, periodistas, escritores, faranduleros, opinadores consuetudinarios, siguen pensando que están del lado correcto, luchando contra los molinos de vientos configurados en las barras del despecho militante. Por qué hoy, en Venezuela, protestan los ricos en sus exclusivas urbanizaciones del este de Caracas y zonas pudientes del resto del país, mientras la inmensa mayoría de trabajadores y trabajadoras se divierten en sus barrios y sus caseríos, construyendo una patria socialista.
¡Chávez vive, la lucha sigue!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y venceremos!
¡Hasta la victoria siempre!