No es extraño que Monseñor Gil –valga la hipérbole– se haga oídos sordos ante la gravísima coyuntura de una conspiración magnicida en marcha en Venezuela, por parte de miembros de la MUD.
La Conferencia Episcopal, ala de aquella, celebrará puertas adentro, todo evento que trate de dar al traste con la revolución bolivariana, lo sabemos y eso no nos inquieta; mas, ¿cuánto está comprometida esa fachada de los enemigos de la patria, en la urdimbre del crimen?
Eso debe investigarse porque es de ingrata recordación la activa presencia de aquel gil ahora en la V Paila, seguramente, alias “Zamuro Negro”, en la matanza de abril de 2002.
Una cosa es hacerse la vista gorda -¡yo no fui!- y otra es participar directo en la planificación de un crimen de tal naturaleza, un magnicidio. Dada la gravedad del caso y el funesto antecedente de la participación en pleno, de Monseñor Gil, en el golpe de Estado de abril de 2002, sería bien prudente que la Fiscalía Nacional sustancie una exhaustiva investigación, puertas adentro de la Conferencia Episcopal.
Caso contrario, que la Fiscalía Nacional se inhiba de intentar meter en cintura al episcopado conspirador, público y notorio por despepite o por omisión, entonces le corresponde a Su Santidad Francisco, hacerlo, y de paso, castigar al crapulado.