Generalmente un gobernante cae en desgracia cuando la situación se escapa del control, y otros factores deciden hacerse cargo del poder para poner orden en casa. A Rómulo Gallegos, nadie le discutiría su talento, genialidad, así como esa supina ingenuidad que era como peso muerto que no lo favorecía para nada. Por carecer de malicia y no entender que cuando el poder está de por medio ningún santo hace milagros, el el 24 de noviembre de 1948 la corriente lo arrastro por mal interpretar el sentido de la lealtad con sus compañeros de causa. Primer graso error de Gallegos, anteponer el sentimentalismo, al temple que debe observar un hombre de Estado cuando sabe que hay fango en el camino. Es por ello que decimos que el Presidente Gallegos desatinó cuando con el corazón en la mano pensaba “que un alumno podía traicionar a su maestro, pero nunca el maestro debería traicionar a su discípulo”. Como se recordara, en varias ocasiones el mismo triunvirato de Tenientes-Coroneles que derrocó a Medina Angarita, también había sugerido que Rómulo Betancourt abandonara el país por considerarlo la manzana de la discordia. Para el momento hasta las piedras estaban convencidas que la fulana “revolución de octubre” había resultado un aparatoso fracaso, y que solo había servido para satisfacer los apetitos voraces de una clase política habida de riqueza fácil. ¿Acaso la corrupción no fue otra de las heridas mortales para que se derrumbara la falsa democracia adeca?
Y porque nadie podrá echarle cuento a quienes sabemos algo de historia, traemos a colación trazos del pasado que son necesarios para refrescar la memoria. Recordar, por ejemplo, que mientras el país sufría la tragedia de verse sometida bajo el mando de una Junta Militar, presidida por un predestinado por la fatalidad como Carlos Delgado Chalbaud; también, en el destierro estaba el depuesto mandatario dedicando tiempo a la meditación, descubriendo así esa seudo concreción que Aristóteles llamo anagnórisis. Para el antiguo filósofo griego la anagnórisis es el momento en que un individuo descubre como son las cosas. Por ejemplo, la anagnórisis de Edipo fue cuando descubrió que había asesinado a su padre y se había casado con su madre. Es precisamente en el destierro, cuando Gallegos descubre su anagnórisis y se percata que había sobreprotegido a su verdugo, y que ahora injustamente pagaba los platos rotos que Betancourt había hecho triza con su torpe gestión. ¿Quién no sabe que Betancourt, viéndose acorralado por su desastre, utilizó a Gallegos para tratar de evitar el desenlace fatal del 24 de noviembre de 1948?
Años más tarde, el bellaco de Betancourt, en descargo a sus garrafales errores, alego que el golpe avisado contra Gallegos se había cocinado en la Embajada de Estado Unidos pues Washington estaba en desacuerdo con la política petrolera de los adecos. Y para colmo del cinismo, también Betancourt intento lavárselas manos como Poncio Pilato, diciendo: que los militares son leales hasta que se voltean. ¡Cosas veredes!, Don Sancho.
*Vicepresidente de la Academia de Historia del Estado Falcón