AD se llenó de ramplones. En su segunda etapa, separados de ella quienes fundaron el MIR, los ramplones tomaron el comando y bandera. Si se quiere, allí hicieron sus reinos ramplonería y cursilería juntas. Hubo momentos que sus organismos de dirección llegaron a formarse con altas dosis de analfabetas funcionales, buscadores de la vida y competentes sólo para mentir, robar y hacer discursos baratos para un público que les escuchaba indiferente y sin la posibilidad de servirse de ellos para ningún aprendizaje loable, salvo mañas y refranes de baja factura.
Betancourt mismo, uno de los pocos altos dirigentes de la década del sesenta que tuvo luces y leyó algunos libros, se sentía a gusto diciendo cursilerías, como aquello de "las multisápidas" para hablar de hallacas y cuanta cosa barata tuviese a la mano para dirigirse a la gente que le seguía, por el desprecio que por ella sentía y no podía ocultar y a la corte de ignaros que solían rodearle de cerca.
Luis Piñerúa Ordaz, aquel personaje que se nutría sólo de palabras en desuso sacadas con pinzas del diccionario para presumir mediante ese recurso devaluado de culto, fue una de las figuras más representativos de aquel partido en la segunda etapa de su vida, plagado de incompetentes y ayunos de los más elementales valores de la cultura. A ese partido se le asoció con todo lo opuesto a las expresiones de las más altas manifestaciones culturales. Esa AD fue sinónimo de mal gusto, ignorancia y vulgaridad.
Hasta Gonzalo Barrios, uno de los poquísimos hombres cultos que allí quedaron, no perdía oportunidad para burlarse de la sobrada ignorancia de sus compañeros.
Por eso, cuando Earle Herrera, ese hijo de El Tigre, quien podría ser también de Margarita, porque Oficina N° 1, es decir, el emerger del petróleo en aquella parte de la Mesa de Guanipa, atrajo grandes contingentes de margariteños, como antes Cabimas y Maracaibo, dijo bien que el tono y estilo del discurso de Morel recordaba "El derecho de Nacer" y a los antiguos mal oradores adecos. Hasta usó Morel, al viejo estilo de Piñerúa, la voz engolada y otras marramuncias teatrales como cuando hablaba a gente humilde a quien se quería impresionar.
Otra cosa no se podía esperar de este Morel Rodríguez. Se dice que hijo de gato caza ratón y el ahora diputado, es hijo de un viejo político, que ocupó importantes cargos y se llenó de real, por lo que no tuvo tiempo de leerse aunque fuese las obras del maestro Gallegos, cosa rutinaria para cualquiera de los muchachos que empezamos a militar en AD en plena dictadura; es decir, ahora he hablado de la AD de los tiempos viejos. Morel padre, entre gobernar, armar negocios privados, jugar a las cartas, atesorar dinero, ocuparse de la cría de sus gallos de pelea y pasar los fines de semanas en riñas de los mismos, gritando desaforadamente en la jerga respectiva, se le fue el tiempo. Cuando debía hablar en alguna parte, como obligación de la tarea que le permitía acumular dinero para, entre otras cosas, fomentar la cultura de los gallos, apelaba a la misma cursilería del partido todo. Por eso, llevaba para aquí y allá, un pequeño bulto de palabras en desuso, frases gastadas y lugares comunes, para aderezar sus discursos e intentar engañar a cualquier desprevenido.
Cuando Morel Rodríguez hijo, habló ayer en la Asamblea Nacional y pronunció aquel pedestre discurso que, a Earle Herrera se le antojó, con acierto, que venía del pasado y reflejaba toda la vieja y mediocre parafernalia adeca, no hizo más que reflejar lo pobre que en él dejó su paso por la AD mediocre, ajena a aquella de Andrés Eloy, Gallegos y Ruiz Pineda, Domingo Alberto Rangel y Luis Beltrán Prieto, también margariteño, pero coherente con la enseñanza pragmática y de mal gusto que pudieron trasmitirle el descolorido partido y su padre, fiel expresión del mismo.
Pero aparte del estilo y contenido oratorio de pésima calidad y reflejo de una pobre cultura, es de exaltar como Morel no tuvo empacho en decir en la cámara, todo lo contrario de lo que antes, en la comisión respectiva, había afirmado y firmado. Claro, eso también es de la vieja escuela paternal y del partido devaluado y descalificado en el cual pudo militar.