Se van a quedar con los crespos hechos, quienes arrastrados por odios y bajas pasiones, añoran que el Presidente Maduro no regrese al pais, igual como ocurrió con Cipriano Castro cuando su compadre Juan Vicente Gómez, confabulado con sobrevivientes del liberalismo amarrillo, mochistas o nacionalistas y castristas disgustados, impidieron que regresara el Cabito con el golpe decembrino de 1908. Y como no siempre todos los deseos se cumplen en política materializándose en realidades, muy pronto los integrantes de aquella extraña alianza que había desconocido al jefe de la “invasión de los sesenta, también descubrió que había resultado peor el remedio que la enfermedad; aunque para Gómez solo fue “una evolución en la situación”.
Hoy, en Venezuela existen circunstancias muy especiales que ameritan soluciones no convencionales, pues resultaría utópico pretender resolver con paños tibios la terrible crisis terminal del capitalismo. Y como no somos escaparate de nadie, ni juzgamos que sea conveniente maquillar la realidad con medias verdades, debemos reconocer que la paternidad de esta crisis inducida por factores externo e interno, no solo debe atribuírsele a los malos consejeros del Jefe de Estado, sino que también tienen su responsabilidad quienes no dan su brazo a torcer, porque les obsesiona la idea de colocar su trasero en el sillón presidencial para el 2019. De modo que nada indica que sea aconsejable cambiar de canoa a mitad del rio, pues es una apreciación mezquina y mediocre afirmar que Nicolás Maduro sea la causa de todos los males que afectan al país.
Palabras más, palabras menos, la situación la podríamos resumir diciendo que están equivocados quienes piensan que podrán sacarle provecho político a la baja de los precios del petróleo que ha provocado EEUU., así como también a esa escases de bienes y servicios que es inducida por una oligarquía taruga, la mismísima que no acaba de entender que en caso de una eventual explosión social, también la cabeza de los complotados seria el trofeo para premiar la ira social.
Y porque entendemos que todo pacto impuesto por la fuerza equivale a chantaje y retroceso en la nueva historia republicana, también deberá estar claro que mientras pueblo y ejercito estén cohesionado en torno al Plan de la Patria, no habrá el peligro de cometer el error de tenerle miedo al cuero después que matamos al tigre. De manera, pues, que a estas alturas del proceso chavista, nadie ni nada podrá convencernos de hacer negocios con enemigos de la revolución, porque no es secreto que por culpa de apátridas siempre se perdieron las mejores oportunidades que tuvimos en el país.