La dirigencia de la derecha local comienza a sufrir los estragos de sus propios errores al calcar el libreto de las llamadas revoluciones de colores que hubo en Europa y Medio Oriente y de tratar de aplicarlo sin éxito en Venezuela. Esta es una situación extremadamente peligrosa para el país, más que para el gobierno, al existir entre la oposición algunos grupos espontáneos que no obedecerían líneas de esta dirigencia que, a sus ojos, resulta moderada e indecisa en cuanto a las vías violentas que se deben seguir para lograr el derrocamiento definitivo de Nicolás Maduro y asegurar la eliminación política, moral y, hasta, física de los chavistas, como muchos lo dejan traslucir a través de las redes sociales.
Como ya se vio en pasadas ocasiones, estos grupos se alimentan del odio verbal que suele emitir esta misma dirigencia, la cual, debido a la impunidad con que se expresa y actúa, termina por avalar la violencia generada, aun cuando ésta tenga un saldo trágico, atribuyéndole toda la culpa al gobierno, cosa que se replica sin comprobación alguna en medios de información extranjeros y nacionales, aumentando y manteniendo vivo el resquemor hacia todo lo que implique chavismo; así se obtenga alguno de los beneficios sociales promovidos en su momento por Hugo Chávez y ahora por Nicolás Maduro. Todo esto, al no ejercerse ningún tipo de control contra estos grupos violentos, causaría una situación similar a la producida en Colombia con las bandas criminales, no siendo casual que algunos integrantes de tales grupos estén alineados activa e ideológicamente con el ex presidente Álvaro Uribe Vélez y su política de agresiones constantes contra Venezuela.
Sin embargo, lo que llama más la atención es la actitud, llamémosla sumisa y hasta cobarde, de los muchos representantes opositores frente a estos grupos violentos, prefiriendo quedarse callados y escurriendo el bulto antes que condenar públicamente su prontuario criminal, temerosos de ser señalados de cómplices del régimen, ahora dictadura, como gustan llamar al gobierno, constitucional, gústenos o no, de Nicolás Maduro Moros. Saben que les resulta imposible deshacerse del gobierno por la vía constitucional al mismo tiempo que intuyen que forzar su salida supondría la posibilidad de un estallido social de incalculables proporciones, apenas entrevisto con la irrupción de grupos chavistas al hemiciclo de la Asamblea Nacional el pasado 24 de octubre, cuestión que sorprendió a propios y extraños, dando pie a diversidad de conjeturas, entre ellas que hay un pueblo que empezó a cansarse del comportamiento y de las provocaciones de la derecha parlamentaria y que, incluso, podría rebasar al mismo gobierno chavista.
Los políticos de la derecha han mostrado muy poco respeto por la capacidad intelectual del pueblo venezolano (incluyendo, lógicamente, a sus seguidores) al tratar de hacerle creer que su insistencia en la realización del referendo revocatorio tiene un objetivo altruista, en defensa de la constitucionalidad y la democracia, y solucionaría, en definitiva, todo tipo de problemas existentes en el país. Mediante tal manipulación obligan a los diversos medios de información, prácticamente, a instituir una exclusión de la diferenciación que pudiera existir tanto en sus filas como en el chavismo, reduciendo todo a un enfrentamiento exclusivo entre ambas agrupaciones, es decir, negándose la posibilidad de opciones igualmente válidas en uno u otro bando, más allá de la simplicidad o estandarización de verse a unos como los buenos y a los otros como los malos.
Por supuesto, esta es una situación que pone en entredicho la moral “democrática y pacifista” de la representación de la derecha en Venezuela, resultando ambivalente y/o dicotómica, ya que, por una parte, acusa de violentos y antidemocráticos a los chavistas, incluso de vender al país a potencias extranjeras, mientras mantiene una actitud irresponsable de complacencia con sus seguidores, sin deslindarse de sus acciones evidentemente terroristas y, por tanto, violatorias de las leyes nacionales vigentes.