1 Ningún diálogo es fácil en tiempos de crisis. Más aún cuando se llega a él con uno de los interlocutores en abierta actitud de rechazo. Es lo que pasa en Venezuela.
Aquí hay un sector que quiere el diálogo como mecanismo para acceder a la paz, y otro que lo rechaza sistemáticamente porque no encaja en sus planes políticos. Esto hay que decirlo con franqueza para saber a qué atenernos, ya que nada se saca con eludir la verdad. No voy a hacer consideraciones históricas sobre el tema.
Creo que los venezolanos conocen quiénes han estado a favor de dialogar y quiénes no. Interesa la precisión en la coyuntura presente. Porque fue evidente la actitud dialogante, durante graves circunstancias, de Hugo Chávez. Ningún presidente se atrevió a tanto como él. Basta comparar su comportamiento después del golpe del 11 de abril de 2002 -que casi le costó la vida-, cuando demostró una insólita capacidad para perdonar al adversario y convocarlo a dialogar, con la reacción represora, cargada de odio, de Rómulo Betancourt. En reiteradas oportunidades Chávez repitió esa actitud, y la respuesta de la oposición siempre fue de desprecio. Igual sucedió con Nicolás Maduro desde que fue electo presidente. De inmediato invocó el diálogo como eje de su política y una vez posesionado del cargo convocó a la oposición a Miraflores en un acto memorable, banalizado por la dirección opositora con el argumento de que lo hacía porque estaba asustado. Año tras año reiteró el llamado a dialogar, y año tras año la oposición repitió el rechazo. En lo más álgido de la crisis mantuvo la misma actitud, recibiendo a cambio desaires y burlas.
2 Hasta última hora el liderazgo de la oposición respondió a los llamados de Maduro con una soberbia reveladora de que sus planes eran otros: acentuar la ofensiva desestabilizadora, cuya única finalidad era el derrocamiento del Presidente constitucional. Todo cuanto proponía y hacía la MUD apuntaba en esa dirección. Hasta que la mayoría abrumadora de los venezolanos y de factores externos la obligaron a aceptar el diálogo propuesto. Pero en circunstancias dramáticas: con un factor, el chavismo, que juega limpio porque cree en el diálogo como el camino a la paz, y otro, la oposición, que lo rechaza porque sus planes son extraconstitucionales. De ahí el efecto explosivo que ha tenido la aceptación forzada del diálogo por la oposición. El descrédito que le acarrea a su liderazgo y, al mismo tiempo, los esfuerzos retóricos que hace para justificar ante sus seguidores radicalizados el desmontaje de la política subversiva. Para unos simplemente "arrugó" al no lograr el revocatorio y renunciar a la "marcha sobre Miraflores", con lo cual queda sin motivaciones de importancia y pagando un elevadísimo costo político.
3 Pero el diálogo obliga a la flexibilidad. A la comprensión de los problemas de los que en él participan. El diálogo es un lecho de espinas y hay que estar conscientes -por los objetivos que se buscan- de que siempre habrá que tender la mano. Entender por qué la oposición dice que lo que tenía programado, ejemplo, la marcha sobre Miraflores tan solo ha sido diferida y que sigue pendiente el revocatorio -que como se sabe es clavo pasado. Al igual que la impertinencia de un dirigente fijando plazo hasta mediados de este mes para que se acepten sus planteamientos, ya que de lo contrario habrá el juicio al presidente Maduro y la marcha a Miraflores, anuncios que tienen que ver con el intento desesperado por complacer a los radicales. Ante tales actitudes la recomendación es no dejarse provocar y actuar con amplitud y prudencia. Sin hacer concesiones a la violencia.
LABERINTO
La victoria de Donald Trump la analizaré en próxima columna. Por ahora considero que representa la derrota de la élite política tanto demócrata como republicana…
Pretender imponer plazos a un proceso de diálogo es signo de desesperación. Es porque no se está seguro de lo que se quiere y se apela a la utilización de recursos inaceptables para burlar el objetivo de avanzar hacia la paz…
Está visto que en Venezuela hay un sector político que apuesta a la paz, pero que en realidad esta lo saca de quicio. Cuando se inicia un esfuerzo para el logro de una situación que permita avanzar en el objetivo de bajar tensiones y facilitar el diálogo, surgen actitudes empeñadas en bloquear el camino. Es lo que ocurre en la actualidad. Insistir, por ejemplo, en el revocatorio -que está muerto muertico como diría Cantinflas- no tiene otro sentido que el de colocar piedras en el camino.
Enarbolar de nuevo la amenaza de la "marcha sobre Miraflores" es una balandronada que provoca risa. Agitar la consigna de un paro luego del fracaso de días atrás es una ridiculez que desdice de la inteligencia de los promotores. El diálogo es cosa seria, que pone a prueba el temple y la buena fe de los participantes. Así lo asume el Papa, quien aconseja sobre todo paciencia. A quienes están involucrados en el diálogo recomiendo -sobre todo a la oposición- la lectura de un libro que comenté meses atrás en esta columna, "Más allá del muro", donde Francisco da consejos oportunos y atinados sobre la manera de conducirse en el manejo del tema…
Pero la oposición en la mesa que se instaló para dialogar -con apoyo nacional e internacional- se empeña en distorsionar el cometido que debe cumplir la instancia recién creada. Pretender llevar a ella el material desestabilizador contra la Constitución y el gobierno legítimo de Nicolás Maduro es provocar. De lo que plantea la oposición se deduce que lo único que le interesa es sacar de la Presidencia de la República a Maduro. Por eso tiene razón Earle Herrera cuando escribe, con su proverbial capacidad para envolver en el humor los temas serios, que "la oposición ha querido convertir el diálogo en un carmonazo"…
Mientras tanto, cada día es más evidente que el diálogo está acabando con lo que quedaba de la MUD. Primero porque la decisión, forzada por la intervención vaticana -que no fue debidamente evaluada por la dirección-, exasperó diferencias internas. Haber accedido a la mesa junto al Gobierno y el chavismo tuvo un elevado costo político para el sector responsable de la decisión. Ramos Allup está consciente de ello y no lo oculta. Pero se resigna porque sostiene que no tenía otra alternativa. En segundo lugar, porque los radicales -así se percibe- ganan terreno en la confrontación interna. Cuentan con argumentos de impacto emocional y capacidad de movilización, aun cuando sea de pequeños grupos de estudiantes que cuestionan, rabiosamente, el liderazgo natural y no se abstienen a la hora de expresarlo públicamente…
Para la MUD es clave la unidad. Es lo que hasta ahora le ha garantizado éxitos. Por eso la pesadilla de la división persigue a los dirigentes. Claro está que a unos más que a otros. Más a los que hasta ahora vienen capitalizando la hoguera de las vanidades; pero están los otros, los del G/15, que viven de los mendrugos mediáticos, los inconformes en razón de que no ven futuro en los próximos episodios. En la molienda para escoger candidatos a gobernaciones y alcaldías…
En concreto, pareciera conformarse una nueva situación -o una correlación de fuerzas distinta en la oposición a la que existía. Donde un sector pierde la conducción que ejercía y otro emerge a base de audacia, apoyándose en lo que califica como traición. Sin duda consecuencia del agotamiento de un liderazgo opositor considerado hasta ahora como histórico e inamovible, pero que presenta síntomas evidentes de agotamiento.