Chávez no aró en el mar

"Siempre es más valioso tener el respeto

que la admiración de las personas".

Jean-Jacques Rousseau

El sábado, llegué a las 10 de la mañana a Caracas, con el propósito de llevar aprovisionamiento a mi hija, se encuentra haciendo un posgrado (Pediatría) en el hospital "Pérez Carreño"; apenas bajé los avíos, salí a caminar en la sombría avenida Páez del Paraíso, al llegar a la plaza "Washington" entre a un negocio de asiáticos, muy surtido, con muy pocos compradores, donde pude presenciar una pequeña discusión de las tantas que se encienden en cualquier parte, y después se hace difícil apagar.

Un adolescente, se encontraba laborando en el negocio–vive muy cerca del lugar– cometió la osadía de responderle a una señora, quien, de manera imprudente lanzaba ofensas al Presidente Nicolás Maduro, en el preciso momento, cuando el joven la estaba atendiendo, provocando la defensa al mandatario, sin dejar de cumplir con su trabajo. La mujer, por momento perdió la compostura, dándole algunas explicaciones muy subidas de tono, para terminar, ofendiendo y descalificando a todos los que comulgan con el proceso venezolano.

Dos clientes se acercaron, donde estaban el joven, y la mujer, creían que estaban discutiendo nieto, y abuela; al escuchar las palabras, rápidamente se dieron cuenta del origen de la disputa. El muchacho, busco el apoyo de los recién llegados, prestándoles la debida atención con la mirada, y una sonrisa tratando de pasar el mal momento, sin conseguir absolutamente nada, sencillamente callaron para ver el desenlace, el cual se tornaba muy interesante por la diferencia de edad, parecían dos adultos, defendiendo su manera de pensar y opinar.

La señora, se dio cuenta, que no lo iba a callar, y menos a convencerlo; no perdía la compostura –parecía acostumbrado a esos momentos– mientras la escuchaba repetir las mismas ofensas, propias de ese tipo de personas: ¡Los chavistas, son unos asesinos! ¡Los colectivos son unos asesinos! ¡No te da pena, defender ese bruto! Hasta ahí, llegó la paciencia del muchacho, quien, le respondió en tres oportunidades, alzando la voz en cada expresión: ¡Señora, por favor me respeta! ¡Me respeta!! ¡Aprenda hablar! Los presentes se echaron a reír, viendo la personalidad del joven. Esto hizo cambiar la táctica de la mujer, tranquilizando para arremeter nuevamente tratando de apabullarlo, hablaba para que todos los presentes la oyeran: "Antes, comíamos tres veces al día, y hasta merendábamos". Nuevamente le respondió: "No lo dudo, tiene cara de glotona" La discusión se terminó con la visita de una muchacha, lo abrazó con un beso, susurrándole en el oído: ¿No vas almorzar? Se alejó muy tranquilo, saludando a la señora, con mucha amabilidad, sin dejar de pronunciar unas palabras, para terminar de incomodar a la furibunda opositora: "Hasta luego compañera, voy a comer. Estudio por la gracia del gobierno, y usted defiende a los que quieren quitarnos la educación ¡No volverán!"



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Narciso Torrealba


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