La oposición parece haber copiado el libreto de "Juancho", aquel carajito que en el barrio "Río Viejo", el de mis años infantiles, todas las noches, a partir de las diez, cuando ya la planta de la coquera, la que suministraba el precario fluido eléctrico a la pequeña ciudad toda, había bajado el "suiche".
Apenas se iba la luz, Juancho comenzaba su rutinaria cantaleta de:
-"Quiero guarapo".
Después de hacer su pedido con una voz hasta grave, como si la sacase no de su infantil garganta, sino de una caverna, continuaba con unos berridos estentóreos que se escuchaban a unos cuantos metros de distancia. Kilómetros, llegaron a decir algunos, porque había noches, que en medio de la oscuridad y entre los vericuetos del barrio, construido sin orden ni concierto, tanto que donde debía continuar una calle uno se tropezaba con el frente de una o varias casas, aparecía gente que venía de allá de Caigüire Arriba, como quien va rumbo al Barbudo, a cerciorarse de lo qué pasaba por aquellos gritos. También de quienes vivían en el cerro Pan de Azúcar, por encima del colegio de los Padres Paúles, aquel ubicado justo en la pata de la subida que lleva al cementerio y la cárcel. Hasta por los caminos hacia Cumanacoa corrían como aullidos los gritos de Juancho.
Cuando comenzó aquello, ya como un ritual o una práctica secretamente concebida para joderle la paciencia a medio mundo, la madre de Juancho, antes se fuese la luz le preparaba su enorme pocillo de guarapo para ofrecérsela en el mismo instante que con aquella voz cavernosa pidiese.
-"Toma hijo tu guarapo. Tómatelo, no está caliente y te duermes que ya se va a ir la luz".
La primera noche en que Juancho comenzó con aquel espectáculo, sin siquiera imaginar que movería hacia su casa, atraída por sus gritos, a tanta gente y de distintos sitios de la ciudad, al escuchar la respuesta de su madre, bajó de tono o de decibeles y en voz ronca o también cavernosa y mientras movía la cabeza de un lado a otro para respaldar su negativa:
-"No, no, yo no quiero guarapo".
-"¿Cómo es la cosa hijo? ¡Pero si me pediste guarapo!". Así con asombro reaccionó su madre.
Juancho respiró muy hondo, como si fuese a llenar un tanque enorme de aire y respondió para que lo escuchasen más allá de donde no hay nadie.
-"No, no, yo no quiero guarapo".
-"Entonces, hijito ¿Qué quieres?" Pregunto la madre con paciencia y hasta humildad ante aquel hijo que le hablaba como si tuviese entre pecho y espalda un espantoso demonio.
-"Yo lo que quiero es avena".
La paciente madre le preparó lo que había solicitado y le puso por delante otro pocillo.
-"Toma tu avena, pué".
Ante aquella nueva oferta, que no hacía sino satisfacer su otro pedido, Juancho, sin mirar a su madre, con la cabeza baja y moviéndola de lado a lado, usando el cuello como un molinete que va viene, dejó de nuevo salir su poderosa voz, la que llegaba allá a los confines de la ciudad y en breve comenzaría a atraer gente al frente de su rancho a escuchar su como montaje teatral, para decir:
-"No, no, yo lo que quiero es guarapo".
En verdad, cualquiera pudiera confundirse. Y de estos, confundidos hay muchos. Cuando veo el juego entre gobierno y oposición, como el de Juancho y su madre, recuerdo aquella canción popular que en Uruguay dice:
Aserrín, aserrán,
los maderos de San Juan,
piden pan, no les dan,
piden queso, les dan hueso.
Los maderos de San Juan piden una vaina y les dan otra, de paso infamante, según dice la canción escrita para infantes. Juancho, no, este pedía una vaina y después se cambiaba para otra. Lo que Juancho quería era joder porque no podía conciliar el sueño y le molestaba que los demás durmiesen. Es decir, Juancho quería que todo el mundo como él, cada noche, casi hasta el amanecer, se desvelase.
Lo de Juancho, pese que era un carajito, no tenía nada de lo infantil de aquel canto que, si bien cité la versión uruguaya, se cantaba en España y el resto de América Latina. La canción ningún niño la cantaba en las noches oscuras, menos en las madrugadas, sino en las fiestas, un "año por la cuaresma". No era una canción para incomodar o joder sino para alegrar los espíritus, pese lo de "piden queso, les dan hueso".
La oposición pidió revocatorio, pero no lo "desató", como demanda el texto constitucional, la Carta Magna. No. Procedió con un libreto escrito por el hada bruja, la vestida de negro. Pidió, como quien sale a "buscar trabajo", presionado por sus padres, deseando no hallar.
-""En esta casa, fábrica u oficina, ¿verdad qué no buscan quien trabaje?". Iba preguntando en cada puerta que tocase. Es decir, ponía por delante la respuesta esperada, el NO.
El gobierno tampoco quería para nada un revocatorio. Lo pudo convocar para buscarle salida a la crisis en un momento pertinente. Pero entre los "de arriba" del gobierno, no lo hicieron. Para ellos era y es un riesgo. Pudieran quedar como perdedores y eso es grave. Tanto que hasta pudieran quedar por fuera, no sólo de perdedores, sino de la alineación del equipo.
Juancho pidió un revocatorio que no quiso. Por eso dejó pasar los tiempos y sus habituales gritos estentóreos bajaron a un tono casi inaudible. El gobierno también se hizo el Mogollón y lo culpó que no hubiese ese evento.
-"¡Es por tu culpa Juancho!"
En verdad a Juancho, así como no le gusta el guarapo ni la avena, tampoco el revocatorio; está obligado. El hada bruja nada quiere con eso. De noche le asusta y le advierte, "si te dan queso, pides hueso" y al revés.
Pasó el tiempo y Juancho empezó a pedir elecciones regionales. Pidió queso y le dieron hueso. Vino un trámite, que él bien sabía que vendría, la validación de partidos y ese proceso puso lejos el vaso de guarapo de Juancho y el queso de la canción. Por eso, se cambió por "Renuncia de Maduro", "declaración de abandono de cargo", nacionalidad extranjera de quien ejerce la presidencia y hasta un asunto extraño, declararle incompetente para el cargo, una cosa a la que ninguna hada bruja, pese su varita diabólica y de magia negra, pudiera encontrarle explicación y menos sustento. Los cambios fueron sucesivos, sin esperar que la madre paciente, la de Juancho, le ofreciese nada a cambio. Hasta llegar a la solicitud de elecciones generales, un pedido como sacado de "La Caja de Pandora", lo que le sugiere proveniente del averno, pues no está en el "Popol Vuh", lo que lo hace duro de aceptar.
En aquella carrera loca, tobogán impulsado por el soplo mágico del hada mala, arribaron a un espacio amplio y ventilado y sacó Juancho de su bolso, puesto allí por aquella, un pergamino con una propuesta inesperada, vayamos a "proceso constituyente". ¡Si!, es legal, quince por ciento de las firmas de los votantes registrados lo desata. No lo puede hacer la ANC por estar en desacato, según el TSJ. Pero, como perro que come manteca mete la lengua en tapara, cuando a Juancho le llegó el momento de hacer la tarea para pedir Constituyente, pensó un rato, miró a la cueva, puso atención a la seña que desde ella mandábale el hada maligna y dijo en su estentórea voz, voz de las cavernas:
-"No, no, yo lo que quiero es guarapo".
La madre, paciente, pese la tozudez de Juancho, le dijo una noche, de esas verraqueras de pronóstico, mediante las cuales Juancho convocaba al frente de su casa, bajo aquél poste ya sin luz por la hora, pues en la coquera habían bajado el "suiche", a una multitud venida de lejanas tierras:
-"Hijo aquí está el pocillo de guarapo que pediste".
Enardecido y lloroso, Juancho miro a la madre, luego bajó la cabeza, con violencia, la movió de un lado a otro y gritó como para llamar a los diablos encerrados en el fondo de las oscuras cavernas del infierno:
-"No, no yo lo que quiero es avena".
Por eso, la oposición no irá a la constituyente, el hada maligna no lo quiere y eso es malo, pero si va, hay que tener cuidado, denle pan y queso, nunca hueso.