Con tanta apología de la violencia -promovida a diario por la derecha fascista en Venezuela-, sus ejecutores quizás se crean investidos de una misión sagrada que deben cumplir. Ya varios analistas se han encargado de ahondar en torno a este tema. Muchos de ellos, reconocen que ésta es una cuestión insólita en toda la historia política del país. Según otros, ella tiene sus antecedentes en la «cultura» estamental y/o segregacionista implantada durante el régimen colonial español. Otros lo atribuyen a la «reedición» de la ideología anticomunista que caracterizó las primeras décadas del siglo XX y, con un mayor énfasis, los años 60 y 70 de este mismo siglo cuando las fuerzas represivas del Estado puntofijista combatieron, encarcelaron, torturaron y asesinaron a los combatientes izquierdistas de entonces; despojándolos (al estilo nazi) de todo derecho y de todo rasgo de humanidad.
De este modo, simplificado el asunto, Venezuela se hallaría en la actualidad envuelta en una decisiva guerra entre el bien y el mal (como lo determinara el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, frente a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, antes de su eclosión, lo mismo que cuando ordenó el adiestramiento, el equipamiento y el financiamiento de la Contra en Nicaragua), donde los malos, los subhumanos y/o los demonios están representados por los chavistas y, por extensión, los sectores plebeyos y mestizos, es decir, los sectores populares, que son, para mayor precisión, la mayoría poblacional venezolana.
Los buenos, los humanos y/o los santificados serían, obviamente, quienes se encuentran en la acera de enfrente, es decir, los seguidores de la oposición antichavista. Para los primeros, nada está permitido, ni siquiera el derecho a la autodefensa, a pesar de la vigencia de la Constitución y las leyes que condenan cualquier tipo de agresión física y moral a las personas, así como el quebrantamiento de las garantías que preservan la continuidad del orden democrático instituido. Para los últimos, es todo lo contrario. Considerándose a sí mismos «luchadores por la paz, la libertad y la democracia» les es lícito entonces volcarse a las calles y crear zozobra entre la población, destruir instalaciones gubernamentales y comerciales, además de servicios públicos, necesarios para la gente de menores recursos económicos, a la que dicen defender; e incitan públicamente a las fuerzas castrenses nacionales a que derroquen y/o maten a Nicolás Maduro, al mismo tiempo que invocan y secundan una invasión militar de parte del imperialismo gringo junto con sus aliados del continente.
Visto así este escenario, al no imperar la sensatez entre las cúpulas derechistas locales y no pronunciarse éstas, abierta y sostenidamente, por un cese total de la violencia, será poco probable que los sectores populares dejen de reaccionar en igual medida, al margen de lo que haga o deje de hacer el gobierno nacional. Este convencimiento de la derecha respecto a su «misión sagrada» ha dejado aflorar resentimientos que, desgraciadamente, han desembocado en deplorables crímenes de odio, resultando lesionada y asesinada, incluso, gente de sus propias filas. Siendo esto cierto, la derecha camina sobre una alfombrilla de muertes, buscando una ruta macabra que le conduzca hacia Miraflores.