Roberto Giusti sueña con un acontecimiento extraordinario de última hora que sea capaz de cambiar el rumbo de los acontecimientos en Venezuela. Desea con todas sus fuerzas que un golpe de suerte –y a veces no sólo de suerte- pueda derrumbar el prestigio y el liderazgo del Presidente Chávez y haga posible el retorno al poder de anquilosados capitostes de la Cuarta República. Giusti tiene la esperanza del empedernido jugador que ata su futuro a un ticket de lotería.
La última apuesta es un escándalo de proporciones siderales que conmueva a la opinión pública y una inmensa masa de chavistas decepcionados deposite en las urnas los votos necesarios para la victoria de Rosales. Y, así como el jugador fundamenta su fé en hechos fortuitos o casos caprichosos que nada tienen que ver con las posibilidades reales de ganar; pero, sobre los cuales elabora sofisticadas conductas superticiosas –sacude o cruza los dedos, se viste de un determinado color, etc.-; Giusti busca y encuentra razones que fundamenten su esperanza.
He aquí su sesudo razonamiento: Si Lula, a quien se daba como seguro ganador en una primera vuelta, los escándalos de las últimas semanas de campaña le obligaron a ir a una segunda vuelta; en Venezuela, si armamos un gran escándalo, -tengamos o no razones para ello- lograremos derrotar a Chávez. Para darle mayor sustento, agrega que esto ocurrió en Brasil, a pesar del tremendo programa social “Hambre Cero” que desarrolló Lula.
Así de simple. Para derrotar a Chávez basta con una denuncia grave, una acusación demoledora. “¡Necesitamos un escándalo! ¡Basta con eso!...” Semejante simpleza fue la que llevó a los golpistas a creer que bastaba quitarlo de Miraflores y colocar a un payaso en su lugar para que el país retornara a las manos corruptas y entreguistas de los poderosos. Como ahora, en aquella oportunidad no contaron con el pueblo. Es para Giusti un dato sin importancia.
Se olvida también en su análisis de las complejidades del proceso brasileño, del hecho que Lula obtuvo el 50% de los votos en esa primera vuelta. Se consolidó y amplió su infuencia en los sectores populares y, sin duda ganará en la segunda vuelta. Se frustra porque en Venezuela las alharacas histéricas de los medios no logran conmover el sólido apoyo chavista. Olvida que ya nos curamos de periodistas palangristas e inmorales; que el pueblo sabe reconocer la patraña, la “olla”, las matrices de opinión concertadas y no apuesta medio por una prensa que ha perdido toda credibilidad.
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