Oscar Yánez y dos más…

Tres vejetes que no hacen falta

Cuando se llega viejo y ha mantenido una vida uniforme durante toda la niñez, adolescencia, adultez y, pare usted de contar, uno bien podría sentarse a esperar la muerte con felicidad. La muerte es el epílogo a una tarea que a veces se queda inconclusa y otras veces se termina, según usted lo vea. Llegar a viejo despreciable es horrible. Nadie lamenta la muerte de un viejo despreciable. En época remota, aquí en Venezuela, se veía a los hombres patiquines como algo chévere. Eran unos sujetos que usaban zapatos de dos tonos, flux de anchas hombreras, esclavas, yuntas, pisa corbata, y se agregaban en el rostro un papel empolvado que se llamaba “papel poudré”. Se envolvían en Jean Marie Farina y raspa, a bonchar por esa Caracas de los años treinta, cuarenta, cincuenta y sesenta. De los sesenta para acá se les comenzó a caer esa rochela porque apareció en el mundo una música que in situ desplazó a la guaracha que era lo que ellos bailaban .Fueron los inolvidables Beatles que llegaron para refrescar esa vida gris, de la pos guerra. Los patiquines eran unos horribles tipos que con los años se llenaron de arrugas, dolores en las articulaciones, artritis, migraña, y quejidos. Pagaban con creces sus vagabunderías en bares, tabúes, clubes y demás lugares adonde iban a saciar su pequeñez cerebral. Muchos de ellos eran tremendos chulos. Bebían y comían de los demás.

A veces sucedía que cierta dama se enloquecía por algunos de ellos porque “bailaba sabroso” al compás de la San Soucy, de Luis A. Larrain, de Los Peniques, de Anguera y sus Muchachos y bueno el chuleo era de padre y señor mío. En la Caracas de entonces existieron tres de esos patiquines que tenían “labia” y hasta periodistas de SOCIALES se volvieron, logrando sobrevivir en el tiempo entre mentiras y fábulas de lupanares y cuchitriles. Uno de ellos es ese viejo con voz de foca llamado Oscar Yánez, quien ha tenido el tupé de ponerse en contra de la REVOLUCIÓN, PORQUE UNA DE LAS COSAS QUE NO ACEPTA LA REVOLUCIÓN ES LA INMORALIDAD Y ÉL…PUES. El senil de marras trabajó en la Esfera de la Trilla y desde allí inventó un poco de vainas, que según él lo convirtieron en un novelista de best seller. Mas todo eso que escribió Oscar Yánez no sirve ni para ponerle en el orine a los perros. El vejete Yánez, con esa cara del Tío de las Barbas y esa voz de foca con la menstruación, se cree en verdad un “rolo de vivo”. Cree que sus estupideces de los años de la pera por la tarde, son un compendio de enseñanzas, de cosas agradables, de genialidades literarias. Pero es mentira.

Es un viejo orate y hasta ridículo con una corbata de bacterias que es una ofensa a la visión ajena. Se imagina, esta cosa llena de arrugas, que está anclado en tercera y que con cualquier rolincito “anota” que sus necedades son textos riquísimos a la historia, pero ignora que nadie en su justo juicio, puede llegar a valorar positivamente esas vomitadas seniles que emborrona sobre las páginas. Este mequetrefe vejete, con olor a alcanfor, a quien se debe investigar por la muerte de Agustina Martín, quien murió en extrañas circunstancias ¿caída? De un alto piso de un edificio por Chacaito. LOS VECINOS CUENTAN QUE EL ARRUGA AMBULANTE OSCAR YÁNEZ se la pasaba peleando con Agustina y que muchas veces la llamó loca, desquiciada. El glaucopureto la celaba, porque Agustina era una chica delante de él, que naturalmente debió sufrir mucho porque en ese tiempo todavía no se conocía la VIAGRA. El CICPC debe reabrir esa investigación, pues la opinión pública jamás supo la verdad de los hechos. Recuérdese que la arruga con dos patas esta, era copeyano y como todos sabemos ellos “vendían y se daban los vueltos”. REGRESAREMOS CON LOS OTROS DOS VEJETES EN PRÓXIMOS ARTÍCULOS.

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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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