Con prólogo de Enego Cova

Me llegó un libro de Manuel Rosales

El libro de Manuel comienza así. Según una teoría que me fue develada una noche de noche y que me inspiró a escribir este libro, al abrir los ojos o sea al despegar los párpados de los mismos para poder ver, en la lúgubre oscuridad, descubrí un periplo del equinoccio que enviando haces intermitentes de luces prendidas, me decía en su ritmo tránsfuga, “vergáis atrevete a escribir un libro muchacho” y lo hice. Fue una experiencia inolvidable. Esa misma noche bajo los haces del salmón de la Patagonia atrapado en mitad del plenilunio, comencé. Fue algo sólido para mí, que desde niñito joven, he llevado una vida tan dura como el cálice de un púrpura estólido. Eran esos días cuando AD finiquitaba y no ponía los riales en las Arcas de Noé, es decir del Estado y yo me angustiaba, recordando a Chaplin quien había dicho su célebre frase “to be or not to be” y pensé que mi país se estaba desangrando de sangre, algo que no podía permitir, si es que por mis venas aún corrían hermatocritos sanguíneos. Mi esposa, que se encontraba en la cama, porque había estado todo el día cuidando su figura en el spa, dormía cómo un ave volátil. Abrí la despensa y saqué la “quinietosdoce”. Recuerdo que la noche sabía a caramelo con burusa del sur del lago. En la vecindad alguien veía una película del Sisco Kid y ese nombre se me quedó en la retina del cerebro. Al encender el monitor, la luz del mismo fue creciendo de menor a mayor, hasta que la pantalla me miró con su ojo verdoláceo. Es increíble, creí que me picaba el ojo, pero como dijo Herman Hess, “el juego de pelota no empieza sino desde el primer inning”, acomodé el tecleado dispuesto a hincar mis dedos de alfileres centrífugos en su piel de material plástico o propileno. ¿Cómo iniciar mi obra? Fue la pregunta de las 23 mil lochas. Pero al pensar en Carlos Andrés y el Caracazo, no me quedó más obsesión. Esta fue la primera página:

Manny se encontraba sentado sobre una silla. Sus glúteos estaban en la parte de abajo y en la pasarela de la calle vecina, por donde cruzaba el insípido viento de Mérida, el bofetón de soledad le golpeaba el piloro. Manny había nacido en Mérida, pero anhelaba llegar al Maracaibo de Andrés Galárraga a sembrar sus sueños. Si entender por qué, no le gustaba la expresión gocho y juró que al llegar al Zulia se haría llamar “El burusa”. En ese instante escuchó un grito y se puso de pie, teniendo que estirar sus canillas verticales hacia arriba. Como a doscientos metros, un hombre golpeaba a un joven, que estaba tirado sobre el suelo de abajo. Escuchó claramente que el joven gritaba…”No, no me pegues más Sisco”… y el dolor se le iba como un jurel río arriba. Manny vio hacia la parte de atrás y entendió que la naturaleza se equivocó, porque no dotó al hombre de ojos oscilantes, para evitar dar la espalda. Corrió sobre el frío suelo de Maracaibo. “No Sisco, no” Gritaba el muchacho, mientras el llamado Sisco con dos hombres más, le lanzaba tremendas patadas en el cuerpo de su anatomía. Manny sintió que en su estómago se conjugaban los patacones con el mojito y sintió deseos de regurgitar, de vomitar. Sisco tenía alma de psicópata, ojos de psicópata, manos de psicópata y se balanceaba con toda su maldad sobre sus cinco patas. Manny había visto a ese hombre en su sueño. Era un tipo bestial, sin alma, sin un dejo de humanismo, pero se alegró de conocerlo. Lo miró en su futuro, como el policía cabrón que pondría a dirigir la ley cuando llegara a su sueño. Así fue. Manny llegó a Gobernador y fue en busca del asesino, del psicópata, del chupa sangre Sisco.

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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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