Sea o no un producto de las escuelas o agencias de adoctrinamiento proimperialista (tipo USAID o NED), el autoproclamado "presidente interino de Venezuela", Juan Guaidó, inició lo que sería en lo adelante un elemento importante de las estrategias injerencistas diseñadas por el imperialismo gringo para preservar su hegemonía en la amplia región de nuestra América; mostrando así, sin ningún disimulo, el alto grado de servilismo, dependencia y/o identidad ideológica de la derecha local con respecto a la clase dominante de Estados Unidos.
En consecuencia, la "doctrina" guaidonista está orientada, fundamentalmente, en reivindicar la política permanente de agresión y de tutelaje del imperialismo gringo en cuanto al derecho a la autodeterminación de nuestros pueblos, sintetizada en el monroísmo y el corolario Roosevelt. Gracias a ello, el gobierno de Donald Trump ha podido mantener y extender los planes de desestabilización contra el gobierno de Venezuela, contando esta vez con la incondicionalidad de los sectores derechistas internos, así como con la complicidad de los gobiernos de naciones vecinas, interesados como están en destruir cualquier referencia de origen izquierdista que pueda afectar el curso de sus respectivas gestiones. Además, esta parcialidad de los grupos opositores puso sobre el tapete su falta de conciencia patriótica y/o nacionalista y su completa disposición en ejercer el poder en Venezuela de una manera excluyente y totalmente subordinada a los dictados y a los intereses geopolíticos y económicos estadounidenses, como nunca se mostraran antes las clases dominantes de este país.
El "guaidonismo" vendría a ser, por consiguiente, una negación abierta a todo lo que es el bolivarianismo, aún más que su rechazo visceral a lo simbolizado por el chavismo. De ser lo contrario, sus principales personeros no habrían concordado, de ningún modo, en avalar, al precio que fuera, las intenciones belicistas del inquilino de la Casa Blanca, dadas las graves repercusiones que éstas tendrían para la población venezolana como también para la paz del hemisferio. En lugar de ello, habrían hecho valer en todo momento el Estado de derecho y de justicia social contemplado en la Constitución venezolana, pero prefirieron -como siempre lo han hecho, desde 1999, incluyendo la ejecución de un golpe de Estado mediático de escasa duración- saltarse los mecanismos tradicionales de la democracia e interpretar a su modo aquellos que puedan servirles para derrocar al gobierno de Nicolás Maduro.
Otro de sus elementos característicos es la constante negación de la democracia ejercida por los sectores populares y la justificación de la violencia como herramienta política. Según sus representantes, la división y la violencia sociales provendrían de quienes respaldan a Maduro (como antes con Hugo Chávez), por lo que las acciones terroristas emprendidas por los grupos extremistas opositores serían una respuesta lógica (y hasta plausible) ante un régimen dictatorial que no tiene contemplaciones a la hora de impedir cualquier asomo de disidencia y de reclamo de los derechos constitucionales vigentes. Una tramoya que tiene su base de sustentación en la generación y repetición de noticias falsas a través de redes sociales y medios informativos de toda índole, nacionales e internacionales, que superan lo logrado hace casi un siglo atrás por el ministro de propaganda del régimen nazi de Alemania. Su continuidad y sistematización, sin embargo, no han logrado convencer a la mayoría de la población sobre la bondad de sus acciones, pese a las quejas legítimas que ella expresa ante los innegables niveles de corrupción y de desabastecimiento existentes en el país; cuestión que Guaidó y su gente buscan precipitar valiéndose de las amenazas de intervención militar proferidas de manera reiterada por la administración Trump.
Como un común denominador, entre los guaidonistas existe la convicción que la situación de crisis económica en que se encuentra Venezuela (causada, precisamente, por los sectores de la derecha que decretaron el sabotaje de PDVSA y el paro empresarial contra Chávez, entre otras iniciativas de igual propósito) se podrá superar mediante la aplicación de las medidas económicas recomendadas, tan a su gusto, por el capitalismo neoliberal globalizado. Su efecto propagandístico ha permeado con más eficacia la mentalidad de las capas medias, las cuales, por cierto, reproducen sin mucho empacho el discurso racista y anticomunista de quienes secundan el intervencionismo imperialista en este país. Su apuesta al capitalismo neoliberal es, por demás, notoria, negando de plano las diversas medidas de inclusión y justicia social, de redistribución de la renta petrolera a favor de los sectores sociales más necesitados, de soberanía nacional y de transformación del aparato productivo, entre otros elementos que contradicen la política de ajustes auspiciada por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, de acuerdo a los parámetros neoliberales. Quizás éste sea el elemento aglutinador de mayor relevancia del guaidonismo: la ilusión de vivir el "american way life" en suelo venezolano, así ello signifique eliminar la democracia y la soberanía del país en beneficio del mercado, como lo dejan entrever la dirigencia opositora y sus patrocinadores extranjeros en sus declaraciones a los diferentes medios de información. -