Juan, se arrepintió

Un hombre caminaba raudo, por la calle de Alcalá, viendo para los lados, como nervioso. Así recorrió el trayecto, hasta que llegó a la iglesia del pueblo, antes de meterse, volteó hacia un lado y hacia el otro. Se dijo para sí: "No hay moros en la costa", y se perdió en el pasillo semi oscuro hasta llegar frente al altar. Se arrodilló, hizo la cruz con su mano derecha temblorosa, y dijo algo imperceptible para una persona que lo espiaba desde hacía rato, a pesar de las medidas que había tomado para no ser visto. Cuando se iba a incorporar se llevó a su boca la cruz que hacía el dedo gordo de su mano con el índice, y la besó. Volvió a balbucear algo, y se paró. Busco ansioso el confesionario, y cuando lo divisó sintió un alivió interno, jamás sentido por aquel hombre.

"Cómo te llamas", le preguntó el cura.

"Me llamó Juan…"

"Juan, qué…"

"Juan Guaidó".

El cura le inquirió sobre el problema que lo llevó al confesionario, y él le respondió que tenía un gran peso sobre su alma y deseaba que lo confesara. Entonces, el cura le abrió la válvula de escape, y lo motivo a que echara para fuera todo sus pecados, para que el Señor se encargara de perdonarlo, y se sintiera, luego, aliviado… Y la voz apagada de Juan Guaidó, comenzó a oírse, ante el agudo oído del cura. "Soy un pecador, siempre lo he sido, pero ahora mismo me siento consternado por mi mayor pecado. Es un pecado que pocos seres humanos cometen, padre. He traicionado a mi patria. La patria que me ofreció su suelo para que yo aprendiera a caminar… Y ahora le pago con la traición. Hay veces pienso que no soy digno de ser venezolano. Porque mi cuerpo es, lógicamente, criollo, como la arepa de maíz, pero mi mente es gringa. Me duele mucho decirlo, pero es así. Siento, en lo más profundo, que soy gringo puro, aunque no tan puro. Acepto que tengo rasgos negroides, tal vez mis antepasados vinieron del África o hubo un cruce que yo no conozco. La soledad en la cual nado, como si fuera un corroncho, se la debo a quienes me empujaron hacia la traición, y ahora, me han abandonado. Me usaron, como un burro de carga, y me soltaron a la jauría que me persigue día y noche. No me dejan dormir los ruidos que siento en mis oídos. Es como si el diablo me hablara. Yo no sé si existe o no el diablo, pero un día firme un contrato raro… Tal vez, ahora, que estoy frente a usted, acepto que podría haber sido el mismísimo diablo a quien le firme ese contrato que me mantiene atado a él. Lo firmé por pendejo, y por la avaricia. Porque nadie que esté en su sano juicio, ofrece a su patria en venta a otro país, como yo lo hice en ese contrato. Peor aún, padre, he pedido que invadan a mi país, a su país, porque usted también es venezolano, ya que su acento lo delata, para que me hagan presidente. Le juro, padre, que yo nunca abrigue esos deseos. Pero me drogaron, pienso yo, y me dijeron que yo era el hombre indicado para sustituir al presidente legítimo, Nicolás Maduro…"

El cura, alarmado, quito la palabra al confesado:

"Perdón, hijo, que te interrumpa… ¿Quiénes crees tú que te hayan drogado y metido en la cabeza esas cosas?"

"Padre, tengo la sospecha de que los responsables de mi situación, son unos ciudadanos norteamericanos llamados Mike Pompeo, Mike Pence, John Bolton, Elliot Abrams, por mandado de Donald Trump. Ellos me metieron en la cabeza grillos que me atormentan todas las noches. Me utilizaron como un bobolongo, y ahora, cuando más los necesito me han dejado como la guayabera… Esos señores son hijos del diablo, y me hicieron firmar un contrato, según el cual yo debía hacer lo que ellos dijeran a cambio de hacerme presidente de verdad, verdad. No un auto proclamado, sino presidente de banda tricolor y con asiento permanente en el Palacio de Miraflores. Ahora argumentan que nos serví para nada, es decir, para sus propósitos, uno de ellos, sacar, como corcho de limonada, a Nicolás Maduro Moros del poder, para que ellos entraran como héroes y se cobrarán directamente, sin intermediarios, con petróleo, oro, diamantes, entre otros recursos naturales del país".

El cura, sudaba, y se pasaba la mano por la cara, constantemente. Inclinó su cabeza y pegó a la ventanilla, muy cerca a la del señor Guaidó: "Hijo, te metiste en camisa de once varas… ¿Cómo se te ocurrió meterte con esa gente? Gente como esa no es de fiar. Se aprovecharon de tu inocencia, tal y como se aprovechaban del Chavo del 8. Ahora, pesa sobre tu cuerpo y tu mente un pecado muy grande. Eso de traicionar a la patria es muy grave. La patria es un santuario donde descansa los principios y la dignidad de quienes libertaron a nuestros antepasados, ofrendando sus vidas, para darnos un país libre y soberano. Ahora bien, la pata (con el perdón de la palabra) ya la metiste. Te toca sacarla de alguna manera. "Pero antes, dime una cosa, hijo, ¿me has dicho todo, todito?".

Juan Guaidó, casi no pensó para responder. Parecía que en su mente bailaba una idea… Y fue la expuso al cura.

"Padre, a última hora, precisamente cuando venía hacia acá, mi mente anida una idea loca, como casi todas mis cosas. Se trata que quiero convocar a mis partidarios para una marcha que llegue hasta Miraflores, con el objetivo de asustar a Maduro, para que me entregué, por las buenas o por las malas, lo que me pertenece. Esa es una idea mía. No es de mis amigos los gringos. Quiero con esa acción demostrarle lo que soy como líder de esa nueva generación de líderes con ideas bien puestas y con guáramos en la vejiga… Eso es todo, padre, me he desnudado completo ante usted, ahora si no me queda nada que contar". Y el cura, con los ojos como un par de huevos fritos le encrespó: "Deja esa locura. Despréndete de esa idea. Además de loca, es muy peligrosa. Le podrías hacer mucho daño a mucha gente. Mejor quédate tranquilo… Y arrepiéntete, hijo. Estas a tiempo. Ya es suficiente el daño que le has hecho a tu patria. Para allí… Te pregunto, hijo: ¿Te arrepientes de los daños que le has proporcionado, por tu locura, a Venezuela, nuestra patria?

Juan, con las lágrimas corriéndole hacia abajo, como pudo, respondió: "Sí padre, me arrepiento de haberle hecho daño a mi patria. Me arrepiento un millón de veces. Como me arrepiento de haber sido un mentiroso compulsivo, en ese afán de ser lo que nunca podré ser… Y estoy preparado para recibir el castigo que me merezco. No comprendo cómo caí tan rápido. No había subido más allá de la raíz del árbol y de pronto sentí este porrazo que me partió el alma en dos… Como es eso que de pronto todos contra mí, padrecito... Para diarios tan importantes como el The Washington Post, The Wall Street Journal, y las agencias Reuters, Blomberg ,y la cadena CNN, el presidente interino de Venezuela no existe. Soy nada. Un cero a la izquierda. Me borraron de un plumazo. Eso, padre, vuelve loco al más pintado. Eso me ha deprimido como usted no tiene idea. Me ofrecieron villas castillas, y míreme, padre, míreme, solo y tristes, sumergido en esta amargura. Eso no es vida, padre. No la que ellos me ofrecieron."

El cura retomó la palabra:

"Te percibo como un hombre agobiado por la carga de conciencia, y los problemas que te acarreó esta aventura. Creo poder ayudarte en estos momentos críticos para tu existencia. Sólo tienes que dejarte llevar, como un niño, no de mi mano, pero sí de mi voz… "¿Estás listo?".

"Estoy listo, padrecito".

"Cierra los ojos. Relaja todo tu cuerpo. Desde la cabeza hasta los pies. Tira fuera de ti tus problemas. En especial, olvida el mal que le has hecho a tu país. Piensa que eres un hombre nuevo y bueno. Dispuesto a desplazar de tu mente al diablo que te metieron, y, en su lugar, dejar entrar a Dios. Hoy, hijo mío, es un gran día para ti. Es el día en que comenzarás una nueva vida, desprovista de malos pensamientos. Hecha, como invasores, a los malos ángeles gringos que invadieron tu alma, y, recibe a los ángeles enviados por Dios. Di, conmigo: Dios todopoderoso, creador de todo cuanto se mueve en el universo, oye mi plegaria: hoy, Señor, mi corazón se llena de gratitud por la vida que me diste, y, gracias te doy por perdonar mis pecados. Me he portado mal, Señor. He traicionado a mi patria, pero estoy arrepentido. Comprendo que la vida es demasiada corta, y que no debo desperdiciarla haciéndole mal a mi país, por cosas que nada tienen que ver con las enseñanzas en la tierra de tu hijo: Jesús. Desde hoy, Señor, seré otro hombre. No más pecados. No más daño para Venezuela. No más malos ejemplos para mi pueblo. No más, Señor, No más… AMEN.

"Hijo, como te sientes ahora?"

"Me siento mejor, mucho mejor, muchas gracias.

"Por cierto, ante que te retires, tú conoces a Walt Whitman?"

"No, padre, Mike Pence, no me lo presentó".

"Hijo, me refiero al poeta nacido en Nueva York… Bien, si te parece, busca sus poemas, pero sobre todo te recomiendo que leas con atención: "Hojas de hierba". Léelo varias veces, como penitencia. Y, después vienes a mí, cuando tu alma se haya transformando, gracias a la voluntad de Dios.

Puerto Ordaz, 17 de marzo del 2019.



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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