La oposición venezolana cuenta con una pléyade de sesudos intelectuales diseminados en las diferentes áreas del conocimiento. Conforman auténticos frentes de vanguardia (algunos les llaman elites) en permanente rotación mediática, que se pronuncian siempre en contrario al más mínimo movimiento del gobierno bolivariano. No importa qué diga Chávez, tenga la seguridad, ellos darán un paso al frente en dirección contraria.
Entre tanto talento y superior mérito, existe un selecto clan llamado “Gente de Cultura” (¿inspirado en su homónimo del Petróleo?) donde militan titulados expertos del postgrado en ciudades mención Caracas, que me llaman poderosamente la atención. Les conocemos mejor por su frecuente exposición mediática que por obras o propuestas de peso en el ejercicio de la práctica profesional.
Tampoco recordamos iniciativa alguna de medios privados nacionales que no tenga la ulterior intención de obtener beneficio material y recientemente también político. Es por ello que el inusitado interés que ambos profesan por el equilibrio urbanístico y la humanización de la capital nos resulta, por decir lo menos, sospechoso. A pesar del esfuerzo por encubrirse en la comunicación social y en una supuesta experticia urbanística, avisoramos el bojote que mora tras supuestas “preocupaciones comunitarias”.
Con flemática soberbia, las voces del silencio rinden culto en pantalla a “la ciudad que queremos”, conceptualizándola erradamente como un núcleo autónomo e independiente del entorno que le da vida.
Nos invitan a seguir un modelo no sustentable para la humanidad, de centros urbanos derrochadores de recursos y energías que el campo adolece. Verdaderos focos de desequilibrio ecológico que amenazan la vida del planeta, justamente por no circunscribirse en las coordenadas del desarrollo regional integral.
Está claro que no les interesa promover crecimiento con equidad, porque ven el progreso como un privilegio elitesco. Ex profeso evaden la unidad dialéctica que rige entre el medio rural y el urbano. No pueden referirse ante el público a las enormes asimetrías que han signado históricamente esa relación, porque tales desigualdades explican a la postre las causas y liberan de culpas a quien ellos desean crucificar desde su burbuja de Babel a como dé lugar.
Sencillo el teorema, se necesitan grandes volúmenes de flores para producir un poquitin de azafrán, abundancia de pocos, escasez de muchos.
Pero no pueden tapar el sol con un dedo, sabemos que el centro desarrollado sustenta su “progreso” en la dominación de la periferia. Lo mismo sucede con el éxodo de excluidos que se trasladan a él, saturándolo. Es allí cuando los insignes protagonistas de nuestra antihistoria contemporánea, optan por el simplismo de etiquetar a los desvalidos como buhoneros marginales que deben ser colocados en cuarentena. Camuflados de un supuesto amor por Caracas, hacen en realidad el mandado del amo.
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