Las últimas semanas han sido increíbles en lo que respecta a la coherencia debida de los discursos políticos, por parte del liderazgo de un sector de la oposición venezolana. Los políticos en general, y entre ellos los venezolanos, no se caracterizan precisamente por ser coherentes en sus discursos, acciones, ni simples opiniones. Empero, lo que hemos visto recientemente no deja de asombrar a quienes tienen todavía una pisca de sensatez.
Usualmente la aparición de diferencias marcadas entre lo que se dice y lo que se hace requieren de cierto tiempo, pues ambas acciones no son en general inmediatas. Por lo tanto, percatarse de la existencia de esas contradicciones no es siempre fácil, pues dependen de la labilidad de nuestras memorias. En general, nos damos cuenta de la ocurrencia de esa situación cuando las incoherencias se hacen muy frecuente o cuando el hecho es muy resaltante por su tipo o por la proximidad de las acciones.
La presencia de la incoherencia ha sido norma en el discurso gubernamental y político venezolano desde hace mucho tiempo, aunque a veces es confundida con la demagogia, las falsas promesas, las apreciaciones equivocadas y la insensatez, máxime cuando todas ellas forman parte del escenario cotidiano en que nos desenvolvemos en nuestro país. Pero el grado de incoherencia en las últimas semanas no tiene comparación con nada visto hasta ahora.
El gran protagonista en la materia que analizamos, tanto que nos hace dudar de su estabilidad mental, ha sido nada menos que Leopoldo López, máximo dirigente del partido Voluntad Popular y artífice intelectual de casi todos los desatinos de la oposición venezolana desde 2019 en adelante, cuando se adueñó del extremismo opositor, y anuló totalmente la voluntad del resto de los partidos y grupos protagonistas del momento y de sus liderazgos.
Oírlo decir que en Venezuela no hay condiciones para votar y que si el estuviera en el país no votaría es más que sorprendente por la facilidad y tranquilidad con que lo dice, en un escenario donde todo el mundo sabe y es testigo que sus seguidores partidistas y políticos están embarcados a fondo en el proceso electoral actual en todo el país.
No se trata de quien se equivocó ayer y cometió deslices, actuó como golpista, terrorista, organizador de incursiones mercenarias armadas y rogó por la invasión de su propia patria, pero hoy rectifica y tiene un discurso contrario al anterior. No es el caso de quien fue beneficiario del manejo partidista delictivo de los activos venezolanos en el exterior, de los fondos de la ayuda humanitaria y de los montos de cuentas congeladas e intervenidas en el extranjero y hoy decide actuar en la política sin el aventurerismo que lo caracteriza.
Es el caso de quien vive aparentemente dos realidades distintas y opuestas al mismo tiempo y estimula por tanto la adopción de conductas contradictorias en la gente que todavía le sigue. Hay que votar por estos candidatos, pero no hay que votar pues no existen condiciones para ello. Hay que votar, pero yo no votaría si estuviera en Venezuela. No sé a qué se les parece esta extraña conducta, que claramente crea una confusión enorme en sus votantes, pero a mí se me parece a la esquizofrenia.
Otro que le sigue de cerca es Juan Guaidó, quien parece una copia mal hecha, pero copia al fin, de su jefe Leopoldo. En su característico lenguaje balbuceante dice lo mismo, aunque no exactamente porque no puede por sus limitaciones. Es el "sí pero no" que hemos descrito en Venezuela pero que seguramente también está presente en otras partes del mundo. Bueno… ¿Qué se puede esperar de alguien que dice que es presidente interino eterno?
Este discurso no es el de Chávez invitando a Ortega a bañarse en el Guaire en 2006, seducido por la sonrisa derretida de Jaqueline Farías, protectora fracasada del emblemático rio caraqueño devenida hoy, por obra y gracia de Maduro, en protectora de la UCV, intervenida desde afuera y desde adentro. No. Aquel discurso era fantasioso, producto de otros problemas también mentales, pero no como el discurso incoherente actual de Leopoldo López.
¡Triste! Nuestra política como expresión de las fantasías y de las incoherencias de sus dirigentes.