La semana pasada el presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil, el cardenal Geraldo Majella, dijo en una entrevista para la BBC Brasil, que el programa de Educación Sexual del gobierno induce a la promiscuidad porque promueve la distribución de preservativos. Afirmó además, que eso estimula la precocidad de los niños y adolescentes, luego esto induce a la promiscuidad, y finalmente el hombre se vuelve un animal [1].
¡Que bolas! A Majella le faltó decir que la represión sexual es necesaria “por la salud del alma en el más allá”. Se quedaron guindados en la edad media. ¿No conoce el cardenal los efectos de la represión sexual y sus consecuencias patológicas? ¿No sabe Majella que en los años 60 y 70 se libró una gran batalla en la lucha permanente por una libertad sexual sana, simple y llanamente porque los jóvenes no eran felices? ¿O más bien sí lo sabe, pero la represión sexual conviene porque inhibe a los jóvenes a que se rebelen contra el capitalismo, y favorezcan al fascismo? Lo ponen a uno a dudar. A veces pienso que los jerarcas de la iglesia no conocen las necesidades humanas, pero otras veces pienso que las conocen muy bien.
Les recuerdo, señores jerarcas, que el médico y psicoanalista austríaco, Wilhelm Reich, decía que la inhibición moral de la sexualidad natural del niño, cuya última etapa está constituida por los graves perjuicios causados a la sexualidad genital, lo hace ansioso, tímido, medroso ante la autoridad burguesa [2]. Decía además que de ahí en adelante todo movimiento agresivo quedaba cargado de una fuerte angustia que paraliza la rebeldía y favorece la reacción política. Mediante la prohibición sexual de pensar —decía Reich—, la persona establece una inhibición total del pensamiento y una incapacidad de crítica generales.
Pero eso no es todo, sacerdotes del capital. Reich va mucho más allá, y se atreve a afirmar que la conexión de la estructura socioeconómica y de la estructura sexual de la sociedad y la reproducción ideológica de la sociedad se producen en los cuatro y cinco primeros años de la vida y en el seno de la familia patriarcal coercitiva. Luego, ustedes, la Iglesia de los ricos, no hace sino perpetuar esta función. Y es por esto —decía Reich— que la sociedad de clases manifiesta un interés inmenso por la familia patriarcal coercitiva, principalmente de clase media, que se ha convertido en su fábrica de estructura y de ideología.
Camaradas revolucionarios, si Reich está en lo cierto, esto es gravísimo. Reich nos alerta además sobre la “plaga emocional”, y dice: “La plaga emocional es una biopatía crónica del organismo. Apareció con la primera supresión en masa de la vida amorosa genital; se convirtió en una epidemia y ha atormentado a los pueblos de la tierra durante millares de años. (...) Periódicamente, como cualquier otra plaga, la peste bubónica o el cólera, por ejemplo, la plaga emocional asume las dimensiones de una pandemia, en forma de una gigantesca irrupción de sadismo y criminalidad, tal como la Inquisición Católica de la Edad Media o del fascismo internacional de nuestros días” [3].
Pues bien. Según este médico, la represión sexual de los pueblos, principalmente de niños y mujeres es una de las razones por las cuales hay tan pocos revolucionarios auténticos, con conciencia de clase, y por lo tanto, sea tan difícil hacer la revolución internacional.
Más tarde, el filósofo alemán Herbert Marcuse hace un análisis sobre la liberación sexual que se llevó a cabo en la sociedad industrializada de los Estados Unidos a principios de los años sesenta. Entiende que la represión no ha desaparecido, sino más bien cambió de forma. Ahora se libera la sexualidad en modos y formas que reducen y debilitan la energía erótica. Él habla de un fenómeno que llama “desublimación represiva” [4]. Aquí se reduce lo erótico a la satisfacción sexual. No es lo mismo hacer el amor en una pradera que en una ciudad mecanizada. En el primer caso, el ambiente participa e invita a la catexia libidinal y tiende a ser erotizado, y se crea un proceso de sublimación no represiva. En contraste, un ambiente mecanizado parece impedir tal autotrascendencia de la libido. Así, disminuyendo lo erótico e intensificando la energía sexual, la realidad tecnológica limita el campo de la sublimación.
Marcuse dice además, que ahora hay una infelicidad general, y la conciencia feliz es bastante débil: una delgada superficie que apenas cubre el temor, la frustración y el disgusto. Esta infelicidad se presta fácilmente a la movilización política; sin espacio para el desarrollo consciente, puede llegar a ser la reserva instintiva de una nueva manera fascista de vida y muerte. Ya que, la desublimación represiva, controlada e institucionaliza de la sociedad unidimensional, da como resultado una atrofia de los órganos mentales adecuados para comprender las contradicciones y las alternativas y, en la única dimensión permanente de la racionalidad tecnológica, la conciencia feliz llega a prevalecer. Esta refleja la creencia de que lo real es racional y de que el sistema establecido, a pesar de todo, proporciona los bienes.
Ahora la clase dominante puede utilizar a su servicio las libertades sexuales, administrándolas provechosamente para sus fines, sin mucho riesgo. En la sociedad industrial avanzada el sexo es mercantilizado e introducido para ello en los productos de la industria cultural, sin sublimación alguna. La liberación sexual la convirtieron en mercancía sexual, en carnicería. El sexo es ahora mercancía y se vende al mejor postor. El sexo se intercambia por beneficios materiales, y muy rara vez se hace por amor. Y, obviamente, las ganancias se concentran en la punta de la pirámide, o sea, en los bolsillos de los ricos. Los jóvenes y adultos hoy día disfrutan más del placer instantáneo que les proporciona el sexo desublimado, pero deben trabajar para ello a favor de los empresarios.
Otro psicoanalista alemán-estadounidense, Erich Fromm, advertía que en la actual sociedad de consumo, cibernetizada y mecanizada se reprimen otros impulsos: el impulso de estar plenamente vivo, el impulso de ser libre, y el impulso del amor [5]. En consecuencia, la represión de estos impulsos produce alienación, ansiedad, soledad, temor a los sentimientos profundos, falta de actividad y carencia de alegría.
Con todo este análisis que hacen Reich, Marcuse y Fromm, se deduce que tanto la represión sexual, como la represión de la energía erótica, y la represión del amor no hacen a las personas felices, ni revolucionarias. Y, lamentablemente, hoy todavía hay represión sexual. Prueba de ello es la pornografía y la prostitución. Y por supuesto, la represión de la energía erótica y del amor, es casi absoluta.
Si bien, Reich, Marcuse y Fromm obviamente no conocen toda la verdad sobre este tema, dada la complejidad de la psique humana y de la sociedad, al menos creo que la conocen mejor que los cardenales y papas que están jodiendo todo el día con esta campañita de la prohibición de la Educación Sexual en los colegios. Y si alguno de ellos conoce sobre el tema y tiene el descaro de hacer campaña, no tiene perdón.
Cardenales, papas, psiquiatras: no podemos pasarnos toda la vida adaptándonos a la sociedad. Ya está fuerte. Necesario es adaptar la sociedad a nuestras necesidades.
[1]http://www.bbc.co.uk/portuguese
[2] Psicología de masas del fascismo, Wilhelm Reich. Editorial Eco, Montevideo, 1992, p.30.
[3] Análisis del carácter, Wilhelm Reich. Ediciones Paidos, 1986, Barcelona, p.257.
[4] El hombre unidimensional, Herbert Marcuse. Editorial Planeta-Agostini, 1993, Barcelona. Capítulo 3: La conquista de la conciencia desgraciada: Una desublimación represiva.
[5] La crisis del Psicoanálisis, Erich Fromm. Editorial Paidos, Buenos Aires, 1970, p.46.
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